Viernes, 22 de enero de 2016 | Hoy
LETRAS
Con la reciente publicación de sus escritos periodísticos reunidos en Macaneos. Las columnas de Confirmado (1967-1972), se completa la silueta de Sara Gallardo como autora y se salda una deuda pendiente. Su voz por fin se dimensiona en toda su extensión. Ya habíamos accedido a la compilación de su Narrativa breve completa (ordenada por Leopoldo Brizuela), a la reedición de su inclasificable novela Eisejuaz y de El país del humo (ambos rescatados por la editorial El cuenco de plata), a uno de sus libros destinados al público infantil, Las siete puertas (Planta editora), y hasta a un interesante compendio de ensayos sobre su obra publicado en 2013 llamado Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo. Pero faltaba esto. No podíamos terminar de hacernos a la idea de todas sus facetas hasta que no estuvieran reunidas sus asiduas colaboraciones en la prensa, esas columnas semanales de las que Sara vivió durante varios años, a las que les dedicaba horas, y en las que se delineaba su rol de “escritora profesional”, de mujer independiente que para dedicarse a la escritura de novelas debía contar con una fuente de ingresos que a su vez la mantuviera cerca de la palabra.
Por Malena Rey
Hay dos mujeres decisivas detrás de la hermosa y esperada edición de Macaneos (un libro de formato amplio y confortable, de tapas fucsias, engalanado con una foto de perfil de Sara en la que se la ve coqueta, altanera y a la moda). Una es Lucía de Leone, quien más de cerca investiga y sigue tirando de la punta del ovillo de la vasta obra de Gallardo, doctora en Letras e integrante del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, compiladora no solo de Escrito en el viento sin ahora también responsable del estudio preliminar y selección de las columnas de Confirmado. Lúcida y a la vez didáctica y precisa, De Leone interpreta la obra de Gallardo por haberla leído con atención y devoción ejemplar. Por suerte, no deja que el afán académico apague su pasión lectora ni su sorpresa ante los hallazgos.
La otra mujer es nada menos que Paula Pico Estrada, la hija mayor de Sara Gallardo (fruto de su primer matrimonio con Luis Pico Estrada), que era tan solo una niña cuando su madre escribía todo esto, y que hoy es la responsable de que el volumen vea la luz en su rol como editora en el sello Winograd.
Recién ahora podemos examinar más de cerca, entonces, cómo el binomio literatura y periodismo se despliega en la obra de Sara Gallardo. Sus novelas parecen ser reductos de experimentación literaria y espiritual, objetos narrativos originales en los que a fuerza de dedicación su voz se va puliendo hasta dar con su propio tono, de Enero (de 1958) a La rosa del viento (de 1979). Sus columnas periodísticas son la contracara perfecta, el otro lado de la misma moneda: espacios descontracturados donde abordar un tema cualquiera con desparpajo, exponerlo a lxs lectorxs (que muchas veces respondían con Cartas) de forma directa, y pasar a otro tema siete días más tarde. La intensidad de las novelas y la frescura de su prosa periodística son entonces esos deseables opuestos complementarios.
Confirmado, “la revista semanal de noticias” que se publicó entre 1965 y 1973, de circulación nacional y con tiradas altas, era un medio dedicado a la actualidad política, por cuya redacción pasaron, entre muchxs otrxs, Horacio Verbitky, Enrique Raab, Carlos Ulanovsky, Miguel Briante, Felisa Pinto y Juan Gelman. Dirigida a un público intelectual de clase media interesado en los hechos sociales y culturales del país y del mundo, en ella Gallardo cumplía un doble rol: por un lado, garantizaba la escritura de la página femenina, frívola y a color, dedicada a la moda y las misceláneas, que no firmaba nunca, llamada “La donna è mobile” (de la que acertadamente o no en Macaneos no se incluye nada), y por otro, apuntalaba su espacio autoral, donde con foto y firma se despachaba alegremente sobre lo que le daba la gana, y que sostuvo ininterrumpidamente por más de cinco años. Del exitismo a la llegada del hombre a la luna, pasando por los mandatos matrimoniales, las dietas, o el aburrimiento, valía todo.
Como bien apunta de Leone en su exhaustivo texto preliminar, allí “Gallardo cultiva lo que llamó, festivamente, la desactualidad y el macaneo, una expresión que se erige como un blindaje jocoso para expedirse sin demasiados escrúpulos sobre cualquier tema”. Cultora de una suerte de “ignorancia deliberada”, en esos textos disfruta de una libertad total, que administra con dosis justas de experiencias personales, perspicacia y humoradas. Esas derivaciones son lo que vuelven tan interesantes estas columnas: son el reflejo de las inquietudes de una mujer joven, madre de niños pequeños, escritora, que viene de una clase acomodada pero que vive en un departamento desde el que ve el mundo, que escribe en un bar para cumplir con sus jefes, y que se acerca a los registros expresivos populares para burlarse, indignarse o congraciarse con ciertos temas y tonos. Esta autoconciencia femenina del lugar de enunciación está muy presente en las columnas, pero sin caer en falsos ademanes: es ella la primera en burlarse de sí misma, la primera en ridiculizarse o confesar la vergüenza que le produce, por ejemplo, el hecho de ser tapa de Confirmado por la publicación de su novela Los galgos, los galgos. “Escribir esta columna me ha servido para ratificarme una sospecha: no sé nada de nada y no entiendo nada de nada”, asume Sara.
En tal feliz y caprichoso desorden, es valioso el criterio que Lucía de Leone elige para presentar los textos periodísticos –sin atenerse a la aburrida cronología– porque identifica los núcleos recurrentes entre los que Gallardo pasea: “Yo contemporánea” reúne las columnas sobre los discursos de la época en relación con la vida cotidiana y las identidades de género; “El oficio de una periodista” agrupa los textos que reflexionan sobre su propia práctica; “Sobre el país del humo” incluye las referidas a ciertos relatos y mitos nacionales; “Show Business” concentra todas las que se dedican al mundo del espectáculo, de Alain Delon a Batman; y “En viaje” engloba sus impresiones de Nueva York, España y Salta (este último sería determinante para la escritura de Eisejuaz). Como si fuera poco, el libro se completa con la entrevista a Gallardo que salió en tapa, reproducciones facsimilares de algunas columnas, y algunas desopilantes Cartas de Lectores.
“Abandonen la perniciosa costumbre de pedirme que escriba sobre temas actuales. No me interesa la actualidad. Además, creo que no existe. Y si existe, es vulgar. Léanme tal como soy, y agradezcan al destino esa suerte. Felicidades”, dice Sara al terminar su columna del 4 de enero de 1968, sacudiéndose así las falsas expectativas de lxs otrxs y autoafirmándose. Esta autenticidad es la que Gallardo gana por prepotencia de trabajo mientras cría a sus hijxs y se reparte entre las tareas cotidianas y la escritura de sus novelas. Su hija Paula Pico Estrada, testiga privilegiada, había expresado en un texto entrañable incluido en Escrito en el viento que todavía sentía cierta reticencia a leer los textos de su mamá: “una mezcla de celos de niña junto con la sensación de que lo que allí encuentro adultera mis recuerdos de ella como madre”. Con la publicación de Macaneos en su propia editorial vuelve a movilizarse ese registro a la vez íntimo y público de Sara: “Cuando leo su literatura siento cierta extrañeza, como si la estuviera espiando. No leí las columnas hasta que tuve que corregir las pruebas de galera. La sorpresa que sentí fue regocijante. Es la voz de mi madre tal como la conocí, con su perspicacia, su sentido del humor, su arbitrariedad y su profunda inteligencia, que siempre supo manifestar con una levedad aparente”, cuenta hoy Paula, quien se ocupa junto a sus hermanos Agustín Pico Estrada y Sebastián Murena de mantener viva la llama del legado desde su muerte en 1988.
¿Cómo recordás su escena de escritura en ese entonces? ¿El ritmo de la publicación semanal era vivido por ella como una presión?
Cuando ella escribía para Confirmado yo tenía entre ocho y doce años, por lo que mucha atención no le prestaba. Pero me consta que incluso con el privilegio de no tener que salir de casa para ir a la redacción todos los días, a ella le pesaba el ritmo semanal de publicación. Se quejaba un poco, mientras que jamás la oí quejarse de escribir sus novelas; o sea, vivía la literatura como lo único que quería hacer. Creo que eso era para ella lo más difícil de ser madre y de ser periodista. El tiempo que eso le quitaba, empezando por el espacio mental, para escribir sus novelas. Mamá escribía sobre todo en bares, en los grandes cuadernos de contabilidad, y después pasaba a máquina, corregía muchísimo. No sé las columnas periodísticas, no me acuerdo. Ahora que las leo me lo pregunto: por un lado tienen un efecto de ligereza perfecto, parece que las hubiera escrito al correr de la pluma. Por el otro, están demasiado bien escritas para que haya sido así: cada frase, cada adjetivación es un pequeño trabajo de orfebrería, perfecto porque no parece resultado de ningún trabajo.
Una gran alegría. Es una mezcla de sensaciones, todas positivas por suerte. Pero la más poderosa es sentir que estamos trabajando juntas. Es un libro que disfruto muchísimo y estoy feliz de que esté siendo recibido con interés y cariño.
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