Viernes, 29 de enero de 2016 | Hoy
TRABAJO
Los ñoquis son una comida clásica, económica y traída por inmigrantes a la Argentina. Es amasada, masivamente, por las mujeres en la cocina. Se convirtieron en un sinónimo de corrupción política y puestos sólo utilizados para cobrar sueldos a cambio de nada. Pero la gran mayoría de las y los trabajadores despedidos, amenazados, asustados o estigmatizados en este momento cargan con el mote de ñoquis a pesar de cumplir con sus tareas y de tener sólidas trayectorias laborales. Por eso, el viernes en la Plaza de los Dos Congresos, frente al CCK, en La Plata, Rosario y en distintos barrios porteños y del conurbano se van a llevar adelante ñoquiadas populares en defensa de los puestos de trabajo y el valor, también, del trabajo doméstico que amasa en un escenario donde la mayoría del empleo público favorece a las mujeres.
Por Luciana Peker
Pelar las papas con el filo corrido de los dedos, incluso con un tropezón de manos a los que se besa con la boca para curar el error secado en delantales y apenas manchado por la consistencia de la cortadura, dejar desnudas de cáscaras apiladas sobre los diarios o piletas a la madre de todas las comidas. Hervir las papas y mezclarlas con la harina. Hundir las manos en la mezcla bendita, hacer de la palma una forma de caricia que empuja entre el masaje y la rabia, sin dejar la suavidad y sin perder la pujanza, hundir un huevo que rompe para crujir en su mezcla la mixtura de texturas que pueden amalgamarse entre la yema y la clara. La sal, la pimienta y la nuez moscada son a gusto. Como a gusto es el punto exacto que los pequeños aromas, apenas esparcidos por un puntin de huellas digitales, dejan el tacto propio en el plato esparcido. Después viene el tobogán en tenedor simple o vestigio de maderas alargadas y hacer de la tira cuadrada un rulo acompasado por la presión exacta en que la forma viste también la fiesta dominguera o del fin de mes, que con la tradición del billete debajo del plato, permite con apenas agua, harina, huevo y papas hacer de la mesa una comparsa llena de esperanzas y de la comida la variable de tucos, bolognesa, quesos o apenas la manteca para quien no necesita nada más que resaltar el sabor de la simpleza.
La receta pasa de las abuelas a las nietas, se ve en los programas de cocina que rompen el rating haciendo reality de lo que siempre se supo que era un show en las hornallas (pero que cuando se hace éxito calza el delantal, casi siempre, de varones a los que hay que gritarles “sí, chef” y acatar sus órdenes y sus retos) y que ahora sale a la calle para escupir su blasfemia y convertirse en forma de protesta.
Al plato clásico bien vale sacarles los demonios que, por su tradición de festejarse el 29, le pusieron el nombre de la corrupción solapada en quienes iban a trabajar solo para cobrar un sueldo. Los ñoquis que se popularizaron como nombre en el menemismo con reparto de sobres como parte del party de pizza con champagne hoy son vueltos a llamar mientras se producen despidos con señales encubiertas que dicen que no son despidos sino finales de contratos y que no son empleados públicos quienes cobran sus sueldos a través, por ejemplo, de pagos de universidades.
Por eso, para defender las fuentes de trabajo de los y las empleadas estatales –estén bajo condiciones de estabilidad o con firmas precarias- el grupo Acción Emergente organizó una gran ñoquiada hoy en el Congreso Nacional, a las 17 horas, que se va a replicar en el Centro Cultural Kirchner y distintos barrios porteños y ciudades conurbanas como La Plata, Morón, Almagro o Villa Urquiza. La idea es sacar la mesa a la vereda y compartir la comida entre muchxs, en la calle, en la plaza, en la casa para visibilizar el trabajo de las trabajadores que quieren defender sus puestos de trabajo y no perder ni sueldo, ni derechos, ni la dignidad como herencia histórica y emblema de futuro.
“La idea surge de un colectivo de artistas, de trabajadores despedidos, de científicos, de sindicatos como la CTA y de centros culturales. Vamos a hacer una plataforma de acción para romper el consenso que el gobierno y los medios de comunicación están tratando de instalar con respecto a que los trabajadores estatales no trabajan y están de más y, a partir de esa estigmatización, poder despedirlos. La propuesta surge también de la idea que los piquetes y marchas tradicionales tienen algún límite y pueden ser complementadas con otras formas de acción como ñoquiadas en los barrios para que cada vecino conozca el trabajo de los estatales de su cuadra”, dice Lucía que prefiere preservar su apellido, igual que se preserva el trabajo que no es rescindible como el pan o el vino, y es investigadora en la UBA sobre delitos financieros.
Ella también critica la herencia de vulnerabilidad laboral que dejo el kirchnerismo con muchos puestos sostenidos por hilos endebles a través de contratos precarios o acuerdos con universidades para que cada mes puedan percibir sus salarios. “La precarización laboral del gobierno anterior les hizo el camino más fácil porque, en algunos casos, pueden contestar que los contratos terminan. Es una de las causas a que lleguemos a este estado de vulnerabilidad. También hubo un alejamiento de las burocracias sindicales, pero no se promovió una democratización real en el ámbito laboral que hoy nos encontraría más organizados”.
Luch Spinelli es cocinero de “Arevalito” y también va a estar amasando en el Congreso como parte del grupo #29N. Él reivindica la pequeñez de la pasta enrulada: “Me entusiasma hacer ñoquis porque es algo básico y rico que contenta a tutti”. Y también sacar la cocina a la calle como símbolo político de una batalla ganada: “Somos lo que comemos. Por eso disfruto profundamente ser el alquimista, el fusible entre la pachamama y el que se sienta en la mesa esperando esa comida preparada con amor. Ahí existe un intercambio y una unión incomparables”.
Igual que Luch hoy van a amasar muchos cocineros varones para democratizar la harina pero también para revalorizar ese espacio escondido de la cocina, ese lugar del que las mujeres salieron como encierro pero que siguen –las que gustan- disfrutando como relax o necesitando como un lugar de donde se vuelve del trabajo con dinero para llenar la heladera o poner las ollas a bullir hambres y amores. “La cocina siempre es un lugar que está restringido desde el imaginario del patriarcado al espacio femenino. Es necesaria visualizar nuestra labor y, por eso, decidimos apropiarnos del símbolo de los ñoquis. Ninguno nos consideramos ñoquis, pero amamos comer ñoquis. Por eso llamamos así a esta actividad y también queremos pensar en formas de economía barriales y solidarias”, alienta Cynthia Castoriano, integrante de Manifiesta cooperativa de comunicación feminista y de Acción Emergente.
Ella estuvo, del 7 al 14 de diciembre, en Río de Janeiro, Brasil, en Emergentes, el Primer Encuentro Global de Cultura, Arte y Política autogestivo en donde varias feministas empezaron a gestar acciones innovadoras de movilización política. “Las mujeres estamos debilitadas en la línea laboral en todos los aspectos. Por eso me parece impactante amasar en la vía pública que es lo que pensamos hacer. La idea es cocinar ñoquis en la calle y que esa acción tan potente pueda resignificar sentarnos a comer a la mesa y debatir lo que está pasando”.
La mayor parte del empleo público es femenino. El 53 por ciento del total de trabajadores/as estatales son mujeres y el 47 por ciento varones, según el informe “Armando el rompecabezas del empleo público”, de la Encuesta Anual de Hogares Urbanos, del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC). Una de las grandes razones y motores es la docencia integrada, mayoritariamente, por maestras y profesoras dispuestas a poner el cuerpo para enseñar. Pero, en los puestos de mayor jerarquía y sueldos más altos, las mujeres se vuelven minoría –desde la gestión anterior- con un 27 por ciento de lugares ocupados en cargos altos ministeriales o de secretarias de Estado.
El politólogo Gonzalo Dieguez, Director de Programa de Gestión Pública de CIPPEC apunta sobre el debate en torno a si es legítimo reducir o cambiar a los empleados públicos con un cambio de gestión o si las y los trabajadores tienen derechos irremovibles: “Nosotros visualizamos que la discusión sobre el empleo público es un diálogo entre sordos y a los gritos. La discusión no pasa por la cantidad sino por la calidad del empleo público y si está basado en el profesionalismo, con concursos transparentes, estas discusiones pasan a segundo plano”. Dieguez también da un mapa en donde hay más trabajo pagado por el Estado, pero también un Estado que se ocupa de más funciones. “El Estado Nacional, las 24 provincias y los 2.259 municipios cumplen hoy un rol protagónico que estuvo acompañado de un crecimiento sostenido del empleo público. En el 2001 había 2,3 millones de empleados públicos y ahora hay 3,9 millones. Pero hay un 30 por ciento de contratados”. Y ahí es donde el filo pasa por el cuello de quienes tienen que comer y dar de comer a sus hijos y en vez de trabajadoras o trabajadores son llamados contratados como si dejarlos sin nombre o nombrarlos ñoquis les sacara el hambre y sus reivindicaciones. Por eso, tres de cada diez empleados/as públicos se siente en una cuerda floja con contrarios agarrados de alfileres que ahora pinchan su seguridad económica y los pinchan en pesadillas que no pagan el alquiler ni llegan a pisar la carnicería. Dieguez apunta: “El Estado tiene que dar el ejemplo y no tener relaciones de informalidad laboral. El kirchnerismo avanzó un montón en convenios colectivos de trabajo y paritarias, pero dejo pasar una oportunidad para mejorar en términos de formalidad lo cual da lugar a estas situaciones ambiguas”.
También el politólogo del CIPPEC enmarca: “Por un lado uno entiende que es lógico y razonable que cualquier cambio de administración plantee hacer un diagnóstico de situación y, si se hace con gremios estatales, probablemente es razonable ver que contratos se dan de baja. Hay que diferenciar cargos políticos de empleo público. De hecho, lo primero que se viene a la cabeza es la imagen de (Antonio) Gasalla, pero solo un tercio de los empleados públicos son burócratas y el resto son médicos, enfermeros, policías y docentes”.
Vanesa Montagnoli tiene 37 años y es mamá de Dante y de Regina y está en el séptimo mes de embarazo. Espera a dos mellizas. La última vez que fue al médico le dijo que se quede tranquila. Pero para ella la prescripción médica es imposible. No saber si va a tener trabajo, o no, para alimentar y cuidar a cuatro hijos no deja que respire aliviada ella, ni su panza con contracciones. Vanesa entró a trabajar en el Senado en el 2012 y, a partir del 2014, forma parte de la planta permanente. En el 2015 concurrió a la Jefatura de Gabinete como personal adscripto y el 9 de diciembre tenía que volver a concurrir al Senado. Ese día falleció su suegro y su obstetra –a causa de contracciones que podían adelantar el parto de un embarazo de riesgo por estress- le indica reposo. El 5 de enero leyó en Clarín que había despidos en el Senado y se alarmó. El 22 de enero quiso renovar su credencial en la obra social laboral y le dijeron que estaba en el listado de las bajas. “Por eso interpreto que me están tratando de ñoqui. Pero un embarazo gemelar es considerado de riesgo y por eso tengo reposo médico anticipado. Espero que el parto, que debería ser a mediados de marzo, no se me adelante”, pide Vanesa que no tiene respuestas sobre su situación y una incertidumbre que le pesa en un cuerpo con el peso de un embarazo por dos y dos brazos para atender a sus otros dos hijos.
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