CIENCIA.
Dilemas morales
La clonación con fines terapéuticos ha puesto sobre el tapete una compleja problemática referida a la invasión del cuerpo de la mujeres donantes, así como ha destapado cierta tendencia a la doble moral por parte de quienes se oponen automáticamente al derecho al aborto pero no por eso dejan de considerar las ventajas que podrían brindarles los embriones en juego.
Por Luciana Peker
El diccionario del siglo XXI debería saltearse la A y la B y pasar directamente a la C de clonación. Porque, junto con las investigaciones para descifrar el genoma humano, las técnicas de clonación son el ABC de un mundo nuevo, realmente nuevo: un mundo donde el ser humano descubre el mapa de sí mismo –el genoma– y encuentra un potencial atajo increíblemente efectivo para revertir enfermedades: la clonación.
Sin embargo, la palabra clonación no quiere decir lo mismo que cuando empezó a nombrarse. Clonar ya no es reproducir personas iguales, como en la telenovela brasileña El clon en donde la ciencia y la ficción construyeron un éxito con un ardiente romance y supuestamente una urgente trama real. Supuestamente, porque clonar ya no quiere decir multiplicar seres idénticos. A esa clonación –nunca lograda– se la llama clonación reproductiva.
“La clonación reproductiva no tiene ningún sustento a nivel científico. Hay profesionales que anuncian embarazos por clonación, pero nunca lo prueban y da la sensación de que pasa más por una cuestión comercial que por una realidad científica. Además, no tiene ningún objetivo válido. No soluciona ningún problema de fertilidad que no se pueda lograr por otras vías. Y tampoco se pueden hacer dos personas iguales porque, aunque sean similares físicamente, nunca lo van a ser espiritualmente. Por otra parte, está rechazada por las legislaciones internacionales y las convenciones médicas”, enfatiza Carlos Carrere, médico especialista en medicina reproductiva y director de Procrearte.
Pero la clonación mala tiene su contracara buena: la clonación terapéutica. Y esta técnica –que experimentó grandes adelantos la semana pasada cuando por primera vez se clonaron embriones humanos– es la que serviría para curar, en un futuro, todo tipo de enfermedades (Parkinson, diabetes, osteosporosis, trasplantes, e infinitos etcéteras). Ya que se podrían producir células primigenias que tendrían el poder de reparar órganos dañados y así curar distintas falencias del organismo. Tanto, que el argentino José Cibelli, que participó en la reveladora investigación, sintetizó: “Las células embrionarias podrían transformarse en el seguro de vida más importante que una persona pueda tener”.
Eso sí, como todo seguro, requiere dinero para comprarlo. Florencia Luna, doctora en Filosofía, investigadora del Conicet, presidenta de la Asociación Internacional de Bioética y autora del libro Ensayos de bioética, reflexiones desde el Sur, es clara al respecto: “La brecha entre países pobres y ricos es cada vez mayor, respecto de la expectativa de vida y condiciones muy básicas de salud como la falta de nutrición. Estas desigualdades son más grandes hoy que hace 50 o 100 años y no parece que la tendencia vaya a cambiar, no se está pensando en la clonación para solucionar esta brecha. La tecnología de la clonación terapéutica apunta a solucionar enfermedades de poblaciones de países desarrollados (enfermedades de la vejez o degenerativas), en cambio, en Africa hay enfermedades infecciosas (sida, malaria) que devastan poblaciones y no se verían modificadas por estos avances. Por eso, aunque todavía estamos haciendo ciencia ficción, porque no sabemos exactamente a qué enfermedades apunta concretamente esta tecnología, seguramente va a solucionar problemas que afectan a las clases pudientes”.
Una donacion que
supone invasion
También es diferente la situación de mujeres y la de varones frente a la clonación. El científico surcoreano Woo Suk Hwang es el que dio la cara para anunciar los avances. Sin embargo, es gracias a la donación de óvulos de mujeres anónimas, que estas investigaciones pudieron llevarse a cabo. Por eso, una de las grandes preguntas que surge desde una perspectiva de género de la clonación es qué ocurre con el cuerpo de las mujeres.
“El cuerpo femenino es la materia prima de los avances”, define la bióloga Susana Sommer, autora de los libros Genética, clonación y bioética y ¿Por qué las vacas se volvieron locas?, “y todavía no se sabe qué consecuencias tienen estos tratamientos sobre su salud. Hay que subrayar que producimos un óvulo por mes y, cuando se necesitan más, hay que forzar la máquina. Supuestamente, en esta investigación, las mujeres fueron donantes voluntarias. Pero muchas veces hay presiones para que sean dóciles y donen”.
Florencia Luna reflexiona: “Es diferente donar semen que donar óvulos. Para la mujer la donación es bastante más invasiva. Por ejemplo, tiene que tomar hormonas. Por eso, hay que asegurar que las donantes tengan una verdadera voluntariedad, que no haya coerción y que otorguen un consentimiento informado adecuado. Habría que poner ciertos límites para que no se produzca explotación o abuso de mujeres. Por ejemplo, reglamentar cuántas veces pueden donar sin que se produzcan problemas. Además, un comité de ética debería supervisar los tratamientos”.
Por otra parte, en la filosofía de la aceptación o no de estos avances, se juegan, paralelamente, las argumentaciones sobre el momento del comienzo de la vida utilizadas, hasta ahora, para condenar el aborto. Esta es la primera vez que se documentó la clonación de embriones humanos. La Iglesia, claro, se opone. Monseñor Elio Sgrecia, vicepresidente de la Academia Pontificia del Vaticano para la Vida, declaró: “No se puede matar vida humana con la esperanza de encontrar medicinas para otras vidas”. Pero, les guste o no –a ellos o a George Bush, otro rancio opositor a la clonación– los avances científicos siguen adelante.
Aunque la duda que surge es si los que condenan los derechos sexuales y reproductivos, horrorizándose ante la sola mención de que las mujeres tienen derecho sobre su cuerpo y por lo tanto al aborto, van a mantenerse tan rígidos en su concepción del comienzo de la vida (según la cual no se podría experimentar con embriones) cuando lo que esté en juego no sea el cuerpo de otras mujeres, sino el Parkinson de su papá o su propio Alzheimer.
¿Los adelantos en clonación pueden empujar avances en derechos sexuales de las mujeres? ¿O se va a practicar una doble moral según la cual se haga la vista gorda a los avances en medicina –para varones y mujeres– mientras que los derechos sexuales femeninos se sigan frenando?
Una pista de esta posibilidad es la postura del conservador diario La Nación quien editorializó en contra de Carmen Argibay por sus posturas a favor del derecho al aborto, pero publicó una encuesta según la cual el 46,5 por ciento de sus lectores apoyaron la clonación de células madre de embriones humanos con fines terapéuticos y sólo el 30 por ciento sostuvo –como la Iglesia– que esta práctica atenta contra la dignidad del ser humano. Todo depende del enfoque con se mire esta problemática. Y, desde 1996, en adelante, cuando Dolly se convirtió en la primera oveja clonada, la clonación tiene nombre de mujer. El nombre no es puro azar.