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Quiere la imparable (y casi envidiable en su incapacidad de silencio) verborragia del señor presidente norteamericano George Bush que hasta los/as más pintados/as tengan oportunidad de descubrir que la capacidad de asombro, aun en pleno ataque de pesimismo, es lo último que se pierde. La noticia estalló el miércoles, pero por si la distracción os embargó en la semana, nos permitimos recordaros algunas de las incalificables frases que el hijo de George I profirió en plena campaña electoral, cuando la rabia por defender lo que es bueno y justo en este mundo lo llevó a preocuparse por “la santidad del matrimonio”:
* “Intentan cambiar la institución más fundamental de la civilización”.
* “Estas acciones (las de los jueces bárbaros que autorizan uniones entre personas del mismo sexo) han creado confusión en un tema que exige claridad. El matrimonio no puede separarse de sus raíces culturales, religiosas y naturales”.
No nos vamos a poner acá a defender a gays y lesbianas de Estados Unidos, que bastantes organizaciones y legislaciones favorables han sabido darse en lo que va de su lucha. El asunto es el siguiente: si en los ‘80, tal como sostiene Susan Faludi en el súper clásico Reacción. La guerra declarada contra la mujer moderna, la cruzada conservadora logró dar por tierra con todo cuanto las mujeres y los movimientos feministas de los ‘70 (y de los ‘60 también) habían obtenido, y si esa cruzada había comenzado con gestos casi ingenuos (algún estudio científico, alguna moda, etc.) para, luego, desatarse alocadamente y terminar por reformular un modelo femenino de lo más pacato y estereotipado, la pregunta que podríamos plantear ahora es una, y casi nos da un poco de miedo hacerla. Por las dudas de que caigan Georgies vernáculos de punta, lectoras y lectores de nuestro corazón, vayamos pensando estrategias. Pero que sean irreverentes, por favor.