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Viernes, 27 de febrero de 2004

INUTILíSIMO

Escuela de Sirenas

De seguro, ustedes conocen los efectos benéficos de la natación como ejercicio completo, excelente para la columna, insuperable para la relajación. Pero quizás no se habían detenido a meditar sobre algo que señaló a comienzos del siglo XIX el maestro Oronzio Bernardi en El arte de nadar: “Con el nadar se liberta la persona del terror que le causa el agua, y muchas veces de la muerte”. Afirma Bernardi que esto de “evolucionar los seres humanos en el agua debería aprenderse en la tierna infancia por ser un deporte apto para a salud y el aseo” (no hace falta bañarse ni siquiera lavarse por zonas si se lo practica una vez por semana). Y no sólo gracias a saber nadar “conservarán la vida muchos”, sino que además “se criarían soldados intrépidos a quienes no detendrían ríos ni lagos en el camino de la gloria; salvarían en los naufragios a millares de hombres, y harían un beneficio indecible a la humanidad”. ¿Qué tal? ¿A que ninguna de nosotras, cabezas huecas sólo preocupadas por la dieta o el color y el diseño del traje de baño, se detuvo nunca a pensar en los alcances patrióticos de la natación? Que no es sólo cosa de hombres: nuestro Oronzio –en la traducción publicada por la Imprenta de Alban, Madrid, 1807– concede con espíritu abierto que “no se debe limitar a los varones tan necesarias enseñanzas, pues también conviene a las mujeres por las mismas razones de salud, aseo y robustez; porque a veces ellas también se encuentran en peligro de ahogarse; y porque evitarían muchos sobresaltos al pasar un río o acercarse con cualquier motivo a donde hay cantidad de agua”. De esta manera, “cuando una señora cayese al mar, en un río o estanque no sólo no experimentaría más incomodidad que la de mojarse la ropa sino que podría tal vez salvar a otros la vida”.
En una de las primeras lecciones, Bernardi nos enseña las “reglas para nadar sentada en el agua, dirigiéndose hacia delante o hacia atrás, el modo de nadar más delicioso”. Porque el/la que así lo hace, cuando el agua lo/la rodea “por todas partes, no siente su peso ni compresión alguna en las asentaderas ni en otra parte”. Entonces, para aprender correctamente esta variante de El arte..., sigamos las siguientes instrucciones: “Las piernas se pueden tener una sobre la otra, o separadas, o pendientes, o al modo que las tiene uno que está sentado en una silla. El nadar de esta suerte pende sólo del movimiento de los brazos: júntense bien a este fin los dedos de las manos y pónganse las manos algo cóncavas. Para nadar hacia el frente se juntarán los brazos alargados delante del pecho, y se llevarán circularmente estribándolos contra al agua, y al mismo tiempo se empujará hacia delante con la cabeza, el pecho y todo el cuerpo”. Hasta aquí una clase básica que pueden ustedes ir practicando ya mismo, incluso en una bañadera profunda. Pero esto no se acaba ya: en un futuro no tan lejano habrá más lecciones para esta sección, que de sirena no se recibe una si no hace el curso completo de las clases magistrales de don Oronzio.

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