Viernes, 29 de abril de 2016 | Hoy
CHINA SUáREZ
Por Flor Monfort
“Cómo le gusta el casado a la China Suárez” se escuchó decir en la misma semana en que una palta fue el eufemismo de un pene y su escena bajo la manta el puntapié perfecto para hablar de la pelea entre chicas, esa que tanto calienta. De sólo imaginar un acto sexual entre dos bombas como Suárez y el chileno Benjamín Vicuña, interrumpido por una furiosa pero siempre impecable Pampita Ardohain, las lenguas de lxs panelistas se erizaron como troncos en diciembre pasado. ¿Hay algo más rendidor que una imagen que se traslada en microsegundos al brillante del lodo y a dos mujeres agarrándose de los pelos? Algo de eso además ocurrió entre ellas, porque desde que Pampita contó lo que vio (a su marido y padre de sus hijos en un motorhome con perfume a sexo y a la actriz en “tetitas”) y la China le respondió que solo se estaba comiendo una palta en un alto del rodaje con su compañero de set y la modelo irrumpió con violencia, las chicas pinponean comentarios picantes. Vuelven a llevar al centro eso que tanto garpa, la lucha en el barro, cat fight, en jerga porno soft. Saben que alimentan el morbo chimenetero y que eso las tiene siempre arriba del timeline famoso, lo que no saben es que además forman parte de una trama que inflama el lado más grosero del corazón machista. Como esa historia harto conocida de la mujer “despechada” que se desquita con la amante de su pareja y no con él mismo, como si la culpable fuera la tercera en “discordia” y no el que decidió quebrar el pacto de lealtad entre dos.
Por eso la China tiene un historial de odio entre el público femenino, que inmediatamente empatiza con el otro lado: primero fue Eugenia Tobal, que terminó su breve matrimonio con Nicolás Cabré, quien cayó en pocas semanas en los brazos de la China; ahora es Pampita, y ella, con sus ojos de almendra, su piel de terciopelo y su boca perfecta desafía las buenas costumbres. No roba maridos, dice, ni tiene mala onda con su ex Cabré, como Tobal, que decidió hacerle la cruz en un episodio que siempre quedó en suspenso. Y ahora, a cuatro meses de aquel bajo la manta del motorhome, vuelve a revivir la historia jurando que fue víctima de violencia, y que todavía tiene sueños malos y habla con su analista de lo ocurrido. A Pampita no la nombra nunca pero la insinúa: “sentí algo así como la sensación que tenés después de un robo violento. Sentí miedo, angustia y luego bronca. Por eso la terapia” dijo y reafirmó su convicción de que el mundo es patriarcal por nuestra culpa, en esa lectura tan cotidiana de que las más “conchudas” somos las mujeres con las propias mujeres. “No recibí ningún insulto de un varón. Las mujeres son más machistas que los hombres” concluyó.
El juego las tiene a las chicas entretenidas cruzando frases cortas con rojo pasión, y el protagonista masculino de la tríada no participa, mira de lejos, deja que ellas hagan, se maten si es necesario para alentar a la platea. ¿Cuánto falta para que personajes como ellos tres se corran del estereotipo labrado en oro? Las mujeres luchan y se sacrifican por el amor, si es necesario sufren y la reman, los varones poco hablan, porque como marca el comercial de cerveza de los noventa a esta parte, ellos solo quieren divertirse, estar con amigos, zafar de la fea y seguir siempre en forma para levantarse más ejemplares del sexo débil. Mientras tanto, Suárez hace terapia para sacarse el estigma de la ex de su actual, como si su pareja con Vicuña fuera una excusa para seguir en contacto con ella, las dos tan espléndidas siempre, casi gemelas, personificando el odio entre chicas que tan mala prensa nos hace a todas.
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