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Viernes, 27 de mayo de 2016

CINE

Vecinos

Dirigida y protagonizada por un joven actor británico llamado Craig Roberts, Just Jim es una película de iniciación que muta rápidamente a otros géneros con la velocidad de la luz.

 Por Marina Yuszczuk

Hace unos años (en el 2010 para ser más precisa) un chico no demasiado llamativo –salvo por unos ojos saltones y un rictus de decepción demasiado precoz para una boca de 15 años– interpretó a Oliver Tate en una película que se llamaba Submarine, dirigida por Richard Ayoade y producida por Ben Stiller. Oliver tenía, como todo chico indie, una familia disfuncional y le gustaba una chica del colegio que parecía fuera de su alcance. Además, usaba un Montgomery, escuchaba vinilos tirado en el piso y parecía habitar ese universo indie atemporal cuyo dios probablemente sea Wes Anderson, donde todo el mundo es un poco caricaturesco porque la vida es dolorosa y ridícula. En Submarine no faltaban las peleas en una playa invernal ni las escenas con fuegos artificiales, pero lo que en buena medida organizaba todo ese repertorio de clichés y le daba vida era el personaje de Craig Roberts en el cuerpo adolescente de Oliver Tate, creíble y querible en su modo de estar completamente equivocado.

Con unos años más encima, ese mismo chico acaba de dirigir su opera prima, Just Jim (2015), en la que en cierto modo se hace cargo de ese papel que dio impulso a su carrera porque, al menos al principio, parecería que se tomó el atrevimiento de filmar la misma película. Puede que sea un material agotado la historia del chico o la chica impopular, inadaptados por exceso de filosofía y de consciencia a una edad en la que otros solo quieren tomar cerveza entre grititos y levantarse compañerxs. Salvo, claro, que se extreme su artificialidad para crear un cuento en cierta forma nuevo, como hace Wes Anderson en Moonrise Kingdom (2012) o Rosemary Myers en Girl asleep (2015) que se vio en el última Bafici, y que incursiona directamente en el cuento de hadas y en lo fantástico, en la transformación del dramita disfuncional en país de las maravillas. Craig Roberts hace algo similar y el resultado es sorprendente, porque del registro más wesandersoniano de adolescente incomprendido más papá y mamá que funcionan en otro registro más chica de pelo rosa que lo ignora pasa a una película mutante, que come cine para convertirse en un monstruo muy diferente de la mansa bestia que prometía ser.

Jim (también Craig Roberts) es solitario y torpe, los chicos más copados de la escuela lo tienen de punto y es invisible para las chicas. Vive en un pueblo insulso de Estados Unidos y pasa largas horas en el cine mirando películas en blanco y negro, a veces como único espectador. Da la sensación de que nada bueno puede pasarle -y tampoco a la película, que juega en esos primeros minutos a ser chata como la vida de su protagonista- hasta que aparece, de la manera más cinematográfica posible, Dean (Emile Hirsch). Sentando en la oscuridad detrás de una nube del humo de su propio cigarrillo, con campera de cuero y un gran jopo, Dean es, por supuesto, una especie de James Dean, además del nuevo vecino norteamericano de ese chico británico que por momentos es tan ñoño como la mitad humana de Wallace y Gromit. Con la llegada de Dean la película entra en el cine como si fuera una montaña rusa, cambiando de géneros casi vertiginosamente para contar cómo el vecino canchero trata de ayudar a Jim a ser más cool pero en el proceso y sin que nadie lo espere, se transforma él también y ahora Jim en lugar de ser copado es más bien culpable. Emile Hirsch, brillante, es James Dean en Rebelde sin causa pero también se parece tanto al tipo “Corey Feldman” de actor de los ochentas que a través de él, no dejan de llegar ráfagas de un cine salvaje que desvía al relato de la típica fábula de maduración adolescente, y la interacción entre los dos –lo mejor de la película– es fluida y es buena comedia a pesar de que parecen de épocas tan distintas como si Jim, o Craig Roberts, hubiera frotado una lámpara invocando al cine y como resultado apareció el vecino nuevo. Que es, después de todo, lo que hizo.

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