Viernes, 27 de mayo de 2016 | Hoy
VISTO Y LEIDO
¿Cómo se hace para decirlo todo y no caer de la estructura delicada del poema, que además elude la literalidad? Claudia Masin lo logra en su último libro.
Por Paula Jiménez España
En La cura (Hilos Editora, 2016), Claudia Masin despunta un discurso poético a la medida de los tiempos que vivimos, combativo, contundente y sin medias tintas. En muchos de estos poemas, la autora expresa cierta nostalgia de un instante en particular: el previo a la explosión del mal, cuando la desgracia se podría haber evitado. Haciendo hablar a una primera persona del plural, dice cosas como: “Podríamos descender en el tiempo hasta el instante en que aún no habían comenzado la fealdad ni el miedo”. El plural responde en este libro a la consolidación de una idea de humanidad, de descendencia y de universo que no deja a nadie afuera. Todxs somos afectadxs por un movimiento conjunto cuyo peso ontológico, genealógico, cargaremos en la lucha por la emergencia del destino personal. El primer poema se llama Potrillo y dice: “Cada uno carga su familia como los mendigos sus bolsas raídas, / esas cosas que ya no sirven para nada,/ pero no se pueden abandonar”. Más adelante, se pregunta a qué lugar puede aspirar el yo tras advenir a una historia familiar en la que le están predestinadxs hasta lxs muertxs que irá a llorar: “¿Cómo ser en la vida algo más que una especie –se pregunta– de fenómeno natural: un latigazo del cielo, un rayo/ que destroza sin razón y sin sentido (…)?”. En el corte de verso que sigue a la palabra “especie”, radica una de las cuestiones claves del libro: ¿cómo ser algo más que una especie? ¿Cómo escapar al sino animal que todo lo justifica en nombre de la supervivencia? ¿Cómo sobreponernos a la división del mundo en especies y en categorías? A este anhelo de integración se debe, tal vez, que La cura lleve como nombre para los diferentes poemas los de seres de la naturaleza: Sol, Pantano, Piedra, Lagartos. Cada uno se presta como metáfora de lo humano o incluso como su ideal: “Ni los más puros de entre nosotros/ los monjes olvidados por el mundo, los que se apartan/ de cualquier recompensa y se dejan llevar como una hoja seca (…) ni uno solo de ellos/ ha podido saber lo que sabe una piedra”. La tabla de valores se invierte y lo humano se ubica por debajo de lo sutil, de lo que suele ser tratado con indiferencia. La indiferencia, que en este libro, es precisamente una de las formas del mal. En Sol dice: “Ay de la ingenuidad/ con que a veces pensamos que la indiferencia protege: / es un techo lleno de goteras que va a quedar deshecho (…) A la hora/ en que algo se desploma, da igual/ si parecía hermoso y fuerte. Es de eso/ que estamos enfermos: de los días felices,/ resplandecientes de verano/ donde no faltaba nada y crecíamos/ mezquinos y soberbios hacia el sol, sin preocuparnos/ por la sombra que dábamos/ sobre quienes caía, de qué luz los privaba”. En la película La secretaria de Hitler, Gerda Christian, la secretaria, cuenta que al salir del bunker se topó con un monumento a un joven héroe de la resistencia y comprendió que ella era responsable también de no haber visto el desastre o no haberlo querido ver. En las antípodas de la ceguera, la autora de La vista (Visor, 2003) asume la responsabilidad de hacer algo con lo que se impone ante los ojos y eso que hace es poesía. Huelga explicar que es un libro profundamente político: su lírica potente enfrenta al poder enunciándose con explicitación.
En 2005, Masin publicó Abrigo (Bajo la luna), un libro en el que la enfermedad y no la cura, era la gran protagonista. Aquél padecimiento pasaba por el propio cuerpo y era vivido como aquello que separa al yo de su entorno, lo que con palabras pedagógicas explicó Freud: mi muela es mi mundo. En La cura, en cambio, mi mundo es tu muela y es tuyo mi dolor. En el poema Leona, la autora desanda esta interdependencia, y junto a esto las creencias sobre el género y el lugar del opresor: “El mal está en la sangre hace ya tanto tiempo/ que está diluido y es indiscernible del líquido/ que el corazón bombea: el patrón ama esto/ y el hermano lo sufre, tan mal herido/ como la mujer a la que él debería lastimar”. Versos crudos que dan en el corazón de un sistema aparentemente invencible. Sin embargo, Claudia Masin no pierde las esperanzas y por eso escribe, es decir, lucha. El lenguaje es un arma cargada de presente que a muchxs puede molestar, pero sin cuya insurrección ninguna cura sería real.
La cura
Claudia Masin
Hilos Editora
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