Viernes, 14 de octubre de 2016 | Hoy
XXXI ENM
Una fiesta de dos días ocupó las calles de Rosario, entibiada por un sol que hizo platear al río Paraná. Hubo mujeres por todos lados; en las escuelas, en los bares, en los teatros, en las veredas, en las plazas y en las camas. Alejadas de sus roles de madres, sin responsabilidades domésticas, sin patrón ni marido –como se suele cantar–, dispuestas a estar a sus anchas, a expresar su rebeldía, a diseñar estrategias para lo que quieren. Fue demasiado. A esa presencia descontrolada que además fue masiva, se le teme y por tanto, se la demonizó desde antes de que los contingentes llegaran desde todas las regiones del país y se disparó a mansalva para dispersar la marcha en la que se expresó su voz. ¿Por qué genera tanto pánico moral el Encuentro Nacional de Mujeres? ¿Se trata del unánime reclamo por el derecho al aborto lo que resulta reactivo? ¿la amenaza de la pérdida de privilegios para quienes se benefician del patriarcado o la necesidad de domesticar a un movimiento político heterogéneo, federal y en constante crecimiento? la trama de la segunda, consecutiva y feroz represión contra un ENM puede acercar algunas respuestas cuando ya empieza a prepararse la ciudad de Resistencia para recibir a la “horda feminista”.
Por Sonia Tessa
Más de 90 mil mujeres, unas 45 cuadras de movilización. La consigna que se prendía y ardía durante cuadras y cuadras, para apagarse y volver a prenderse poco después a lo largo de todas las columnas era “Aborto legal”. La marcha fue encabezada por una Comisión Organizadora que trabajó durante once meses, de manera incansable, y que dijo en el acto de Inauguración: “Esperamos vivirlo con intensidad, cuidarlo, que nos cuidemos entre nosotras, porque sabemos que el Encuentro molesta y que es posible que intenten provocarnos para perjudicarlo, difamarlo y quebrarlo”. ¿Qué molesta del Encuentro? ¿Será la potencia de 90 mil voces pidiendo la autonomía sobre nuestros cuerpos? Y haciéndola realidad. Los pañuelos verdes, una vez más, tiñeron toda la marcha con el reclamo que hoy unifica al movimiento de mujeres. La escena estaba preparada: el PRO había presentado en el Concejo un pedido para que hubiera “un operativo de seguridad” durante el fin de semana “ante probables desmanes”. Qué paradoja, las asistentes al Encuentro se sintieron más seguras que nunca en una ciudad tomada por las mujeres. Pocos metros antes de terminar la marcha más multitudinaria de la historia de los Encuentros, en la Catedral, unos 20 hombres esperaban rezando, y la policía estaba agazapada detrás de los fenólicos que cuidaban la iglesia mayor. Apenas cedió una de las vallas, que pudo levantar una sola manifestante, los efectivos salieron con sus cascos y escudos, a pegar palos y tirar balas de goma. La palabra represión quedó afuera de la agenda periodística masiva. “Iban a quemar la Catedral”, arguye el ministro de Seguridad Maximiliano Pullaro, como justificación a un accionar policial que, según consideró la abogada de Cladem, Analía Aucía, fue “ilegal y desproporcionado”.
Durante los últimos meses, la política santafesina vive bajo el fuego cruzado de los reclamos de más seguridad y pedido de mayor presencia policial, por la vía de las fuerzas federales. En Rosario, el índice de homicidios duplica al nacional, con 224 asesinatos en 2015. En el mismo año, hubo 274 víctimas de violencia institucional por parte de fuerzas de seguridad. Quienes claman por la presencia de Gendarmería forman parte de ese coro que también se indigna por las mujeres “con los senos al aire” que manifiestan frente a la Catedral. Desde el PRO agitan la “ineficacia” del Partido Socialista, que gobierna Santa Fe en una coalición con la UCR, a la vez integrante de Cambiemos. El pedido que los unifica es la mano dura. Desde el partido gobernante creen que la estrategia es esmerilarlos, dejarlos sin aire. Sin embargo, cuando se trata del Encuentro Nacional de Mujeres, las fuerzas políticas coinciden en que había que parar a las “hordas feministas”. La variante del gobernador Miguel Lifschitz comparando a las “inadaptadas que atacaron la Catedral” con los barrabravas de un club de fútbol abona en un sentido parecido. Nadie se cuestiona que de un lado había policías armados y del otro, mujeres furiosas pero desarmadas.
Las balas de goma fueron muchas. De eso dan cuenta las denuncias de dos chicas de Córdoba, que recibieron impactos a varios metros de distancia. Una de ellas marchaba por Santa Fe. La otra estaba en la plaza 25 de mayo, lejos de la policía. Hubo además varixs periodistas heridos. No sólo Johana Coronel, fotógrafa de la Garganta Poderosa, también Sebastián Ortega, que estaba free lance, José Granata, de la agencia Télam y Alberto Furfari, de Canal 5 de Rosario. La fotógrafa de este diario, Jose Nicolini, recibió un disparo de goma en el brazo. “Es curioso que haya habido tantas heridas con balas de goma y ninguna persona detenida. Eso deja al descubierto que el objetivo era la represión”, subrayó Aucía. Con este escenario, además, las más de 40 cuadras quedaron uniformadas bajo el estigma de la violencia, la diversidad de las miles de voces por el aborto legal se cristalizaron en la única foto repetida al hartazgo. ¿Y las deudas de la democracia con las mujeres? Bien, gracias.
Antes de las andanadas de balas de goma, hubo en el frente de la catedral unos pocos rezadores de la ultraderecha católica. Flavio Infante, columnista de la revista Cabildo, era uno de los 20 que llegaron hasta allí, enojados con los gobiernos socialistas y con el obispo Eduardo Martín, porque no convocó a los fieles a defender el templo. Infante, que vive en un pueblo cercano a Rosario, exclama en su blog In-exspectatione: “Pedimos por último, para honor de las palabras, que no se pretenda ya descalificarlas con términos de dudosa y reciente acuñación, como el de ‘feminazis’. Cumple el de ‘feministas’, no más, que es suficientemente oprobioso. Al nazismo no puede acusárselo, en verdad, de haber alentado el filicidio, la inversión sexual y la ‘muerte al macho’”. Justamente, esos machos se retiraron corriendo rápidamente, cuando algunas mujeres se acercaron a mostrarles sus tetas. Ahí nomás, comenzó a salir la policía desde la casa parroquial de la Catedral. Y las primeras que salieron fueron mujeres policías sin ninguna protección. En ese momento, llovían piedrazos y botellazos de un puñado de mujeres que llevaban su bronca a la puerta de la institución icónica de la opresión a las mujeres. También se vieron a algunos hombres, encapuchados, que tiraban objetos. Cuando una de esas policías cayó, salieron los efectivos del Cuerpo Guardia de Infantería, y empezaron las andanadas de balazos. Más tarde, cayeron unas pocas bombas molotov provenientes de la plaza, frente a la Catedral. De eso se valió Pullaro para asegurar que “los heridos más graves eran de la policía”.
“A mí me parece que esto fue una provocación, la comisión organizadora había hablado para que no hubiera nadie en la Catedral, pero había personas rezando y eran militantes de la ultra derecha. Había también policía, cuando habíamos acordado que no hubiera. Nos extraña y nos sorprende enormemente que Pullaro haya dicho que íbamos a quemar la catedral. Esto se une con un hilo muy fuerte con la ultraderecha, y es muy peligroso. Para justificar la represión dice que queríamos quemar la catedral ¿De dónde sacó esa información? Jamás dijimos eso, al contrario. Lo último que dijimos fue cuidémonos”, dijo Mabel Gabarra, una de las 200 integrantes de una comisión organizadora que trabajó denodadamente para garantizar el alojamiento de 35 mil mujeres en escuelas, las viandas para todas las que las necesitaban y hasta el papel higiénico en las escuelas donde se hicieron los talleres. “En vez de ahondar en nuestras diferencias hay que apuntar a quiénes realmente tienen el poder y son nuestros enemigos en nuestra lucha”, agregó. Por eso, la mayor parte de las columnas había decidido pasar de largo de la Catedral para evitar esa provocación.
Después de la represión en Mar del Plata, en Rosario había expectativas de una escena distinta. Los gobiernos provincial y municipal se habían mostrado amigables con la organización del Encuentro. También hubo quienes apostaron a caldear el clima. Desde muchos días antes, afiches anónimos agitaron la consigna “Así no”, con una foto de mujeres desnudas frente al vallado. La violencia quedaba de este lado de las vallas, y así se empezó a construir la imagen del Encuentro que se machaca ahora, en cada minuto, desde los medios de comunicación y las redes sociales. “Esas mujeres no me representan”, dicen aquellas que se quedaron en sus casas. “Con violencia no se puede pelear por los derechos”, arengan periodistas desde sus programas masivos. El argumento se repite en redes sociales pero también en las paradas de colectivo y en los bares. Así se invisibiliza la escena armada para emboscar a la manifestación popular más plural, heterogénea, federal y masiva desde la vuelta de la democracia. Y hay otro mecanismo de neutralización: es encomiable lo de los talleres, donde se debate, pero no pueden pintar paredes ni salir a la calle sin control. En un contexto de criminalización de protesta social, la intención es circunscribir los reclamos feministas al rincón de la barbarie.
Con esos mecanismos, se resta la potencia movilizadora de miles de mujeres dejando sus casas por tres días y mostrando sus deseos en la calle. Una movilización heterogénea con espacio para el disenso. Un grupo de chicas con las caras tapadas, que iban al costado de la manifestación, rompiendo vidrieras, recibían como respuestas de otras manifestantes la consigna: “Sin violencia, organización”.
Lejos de eso, en distintos balcones, algunas mujeres saludaban con aplausos el paso de la marcha. En Corrientes y San Juan, a una de las que agitaba los brazos efusiva, cientos desde abajo le cantaban “mujer, que escuchas, sumate a la lucha”. La mujer se emocionó, su llanto contagió a las miles que la esperan el año que viene, en Resistencia, marchando contra el patriarcado.
La ciudad que fue una fiesta de mujeres por dos días, encontró la forma de exorcizar a las brujas. Desde antes, hombres progres se horrorizaban por la “prohibición” de participar. Era necesario demostrar que las mujeres no pueden hacer su propia fiesta, solas. La discusión pública se centra en el punto de una equiparación: “Empezaron ellas”, dicen los periodistas de los medios masivos, y entonces se trata de las tetas al aire, los aerosoles de pintura, los piedrazos, como el origen del mal. El estado queda justificado en su represión, porque el cuidado del orden de las fachadas se convierte en la premisa fundamental.
“Lo que se intenta a través de la represión es instalar que somos nosotras las violentas, y eso es lo que históricamente instala el patriarcado, que nos merecemos lo que nos pasa, las balas y que nos maten en nuestras casas. Y si bien nos queremos cuidar, no tenemos miedo. Porque esto no se para más, la potencia de la movilización es enorme”, analizó Dahiana Belfiori, integrante de Socorristas en Red, colectivo que acompaña a mujeres que abortan en todo el país. Belfiori le dio una vuelta de tuerca al tema que capitalizó la agenda periodística de Rosario durante los días posteriores al Encuentro, como fueron los graffitis que quedaron diseminados por toda la ciudad. “No molesta la suciedad, sino lo que se dice. Detrás de esos graffitis hay muchas manos, muchos cuerpos”, expresó la activista. Y no es casual que uno de los temas de debate propuestos por Canal 3 de Rosario, dos días después del Encuentro, fue “¿cómo le explicamos a nuestros hijos las pintadas?”. Lesbianizate, la vida es corta hacete torta, muerte al macho, pija violadora a la licuadora, comer carne es heterosexual, machete al machote, aborta por si sale policía, Pare de parir, fueron algunas de las cientos de consignas que se pintaron en las paredes de la ciudad, con el claro objetivo de interpelar a quienes transitan por las calles sin cuestionar los mandatos del patriarcado.
Enseguida, desde la Intendencia salieron a calcular el “costo” de reparar los frentes de las casas “vandalizados” por los graffitis. Será la Municipalidad quien los limpie. Al gobierno local le tocaba también recibir el velado reproche de varios periodistas por haber sido complacientes con el Encuentro. Del movimiento económico que significaron las 70 mil mujeres llegadas a la ciudad, ni una palabra. Nadie lo calculó. Y aunque no conviene difundir este tipo de iniciativas, rápidamente quedó al descubierto la verdadera razón de la reacción orquestada. Una página de facebook se creó “por la prohibición del 31 encuentro nacional de mujeres autoconvocadas”. La foto del perfil dice “no al aborto, sí a la vida” y en la portada se ve a una mujer pintando con un aerosol el piso frente a la catedral. Si todo esto tiene un objetivo es justamente silenciar a las miles que salen de sus casas, dejan su rutina, viajan muchas horas en un micro, duermen en una escuela, sobre una bolsa de dormir, se abrazan con otras, debaten y se transforman durante tres días. Para que nunca se escuche que son miles de todo el país las que piden “aborto legal”, las que corren los límites de lo tolerable en violencia machista hasta llegar a cero, las que también saben que la autonomía sobre sus cuerpos y sus decisiones sólo es posible en un marco de derechos.
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