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“Yo siempre pienso en imágenes. Cuando garcho también”, dice Marina Fages y son palabras que exponen la obsesión pictórica de una artista plástica que además toca varios instrumentos y con su voz alcanza niveles cautivantes. En estos momentos, ella es una figura destacada dentro de la escena under por la fortaleza, a veces hermética, de sus canciones y porque sabe recorrer diversos estilos dentro de eso que algunxs llaman “rock” pero sin perder su modo de encarar la música, y la vida también: con libertad, sin prejuicios y con una curiosidad inagotable. La personalidad y un estilo determinando, al fin y al cabo, terminan siendo una cárcel, parece decirnos Fages con su desprejuiciado y encantador plan de acción.

Nació en Buenos Aires y pasó parte de su infancia en Mendoza y Tierra del Fuego, Marina se inclinó desde el comienzo hacia el dibujo. En su amplio estudio de trabajo en San Telmo cuenta: “crecí dibujando. No jugaba con mis hermanos, pero dibujaba. Me armaba historias. Eso en mi familia me lo celebraron y estimularon mucho. Y las canciones siempre estuvieron presentes.” Por esa época empezó a tocar el órgano y a los once años pasó algo importante: entró al coro de la iglesia: “yo era re católica. Me re cabía la religión o lo que yo flasheaba que era la religión: pura magia.” Sus padres divorciados no podían entrar a la iglesia: eso ya le hizo ruido. Después se enteró que la homosexualidad estaba mal vista y eso ya le pareció “cualquiera”. Un tiempo después leyó algunos libros que le contaron la historia de la iglesia católica y se alejó de la religión. Se volvió atea, aunque Fages nunca evita el conflicto interno: “igual la música está conectada con lo divino, nos incluye a todos. La música te atraviesa y te elevás. Aparte siempre es algo colectivo, con el público o con otros músicos.”

Marina Fages no se tomó en serio la música hasta comienzos de sus veinte años: “compongo temas desde los diez años pero nunca pensé que iba a hacer algo con eso.” El dibujo parecía ocuparlo todo y tenía el peso de un destino. Pero necesitó correrse de ahí: “todos me decían que estudiara artes plásticas o diseño gráfico y como no me gusta que me digan lo que tengo que hacer estudié cine. Igual no la terminé porque prefiero mil veces trabajar. Aprendo más de ese modo.” En la secundaria cantó en una banda hardcore-punk, The maders. Un tiempo después, Fages componía sus canciones, las grababa en su computadora y se las pasaba a sus amigos: “me daba mucha vergüenza tocarlas en vivo”. Un día, su amiga Lucy Patané la empujó a grabar sus canciones y ahí se formó El Tronador.

Poco después se puso de novia y se fue a vivir a las afueras de Londres. Ahí tuvo un accidente (“me atropelló un colectivo”) y mientras se recuperaba algo cambió en ella: “empecé a tocar distinto la guitarra, más complicado, y surgieron unas canciones diferentes.” Se volvió para Buenos Aires (“no me banqué extrañar a mi familia y amigos”) y grabó dos discos excelentes: Madera metal, más folk e íntimo, y Dibujo de rayo, un viaje sonoro grabado con siete bateristas distintos que atraviesa momentos de furia, emotividad y dulzura donde los géneros que aborda se vuelven difusos. Explica Fages: “nadie debería limitarse a nada. Yo puedo hacer todo, hago cualquier cosa, no me importa. No me voy a cerrar a nada. Nadie me va a decir quién soy yo, y yo menos.”

Como todo ser humano inquieto, Marina Fages, que ya hizo varias muestras con sus preciosas pinturas, encuentra en los viajes un punto de conexión con la creatividad y la exploración. Ya hizo varias giras por Europa, incluso antes de tener discos editados, y ahora se dispone a realizar sus primeras presentaciones en Japón, donde fue editada por el sello Nature Bliss, y México. Aventurera y arriesgada, Fages se resiste a las clasificaciones y sigue adelante: “hay que permitirse siempre ser otro.”

Para escuchar a Marina Fages: marinafages.bandcamp.com