Viernes, 28 de octubre de 2016 | Hoy
RESCATES
Carmen Velasco Portinho 1903-2001
Puede ser un póster pegado con cinta scotch en la pared de alguna habitación, una postal, una bolsa estampada convertida en cartera o el fondo de una pantalla, la imagen de la “mujer albañil descansando” atraviesa gustos, edades y siglos, la irrealidad le gana al oficio. En la Berlín de 1900 una mujer con pollera amplia como para ondearla al compás de un vals está sentada en una escalera que hace equilibrio en el viento. La rodean sin protegerla chimeneas humeantes, techos y terrazas. La mujer albañil reposa, toma aire y espera que el ladrillo escondido se vuelva pared. Fuera del póster las mujeres albañiles no usan vestido, ni zapatos ni boina –la boina de la mujer del póster protege más el peinado que la cabeza– y ganan mucho menos que los albañiles hombres mientras crean sindicatos para luchar contra la discriminación y el acoso. Fuera del póster un grupo de mujeres construye con totoras del Titicaca casas flotantes en el valle de Los Uros, otras con arcilla y arena las suyas en las playas de Angola, lejos y llorando a muertos recientes son otras –casi las mismas de tan parecidas– las que reconstruyen con chapas a la que perdieron tras un huracán y otras las que inventan después de un terremoto una nueva con botellas de plástico. El listado de arquitectura sin claustros es transformador como el arte de sus hacedoras. En la tierra del Amazonas con claustro, diploma y otros enemigos –en ocasiones los mismos– Carmen fue ingeniera civil y la primera urbanista brasilera. Nació en Corumbá (Mato Grosso del Sur) sobrevivió al escándalo de dar clase en un internado de varones (se fue cuando ella quiso, no cada vez que quisieron echarla) y construyó -para repetir la palabra que define uno de sus dones- un currículum inmune. Formó parte del inicio del diseño industrial sudamericano y de la primera lucha por el voto femenino. Era una adolescente cuando desde aviones enclenques panfleteaba desde el aire consignas feministas. Sus brazos quinceañeros tapizaban Río con las preguntas que después ella misma iba a responder, “sin emancipación económica ¿de qué sirve la política?, es como abrir una jaula en una habitación cerrada” y antes de cumplir veinte ya había fundado (con Bertha Lutz, Stela Guerra Duval y Maria Amália Bastos) la Federación Brasilera para el Progreso Femenino. Con modernidad icónica sin perder de vista lo que estaba pasando alrededor libraba siempre dos batallas juntas, los derechos de las mujeres y el concepto de vivienda de interés social, azulejos de arte (Portinari, Anísio Medeiros y Burle Marx) para escuelas, patios y jardines.
Los años pasaban, las luchas no. Hay agitación frenética en la cronología de su territorio construido –la misma palabra otra vez y una vez más– y una jovialidad eterna que marca un andar biográfico que la muestra rodeada de animales –podía ser un perro, una serpiente o un cocodrilo– junto a Alfonso Reidy, el arquitecto francés con quien compartió sin casamiento, vida y trabajo. Además de la ya coreada idea de constructora continua hay dos estilos –conductas– que se repiten como caligramas sobre su silueta cimentada, pasión, con conocida cuota de vehemencia y nerviosismo, y ausencia de amargura, ausencia total de esa amargura que contagia los segundos de los días que vendrán.
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