Viernes, 25 de junio de 2004 | Hoy
VIOLENCIA
La violación y muerte de Natalia Di Gallo tiene la marca del femicidio: así se define a esos crímenes basados en la inequidad de género y que, lejos de ser aislados, se inscriben en una larga lista de antecedentes. María Soledad Morales, las mujeres muertas y desaparecidas en Mar del Plata, Natalia Mellman y un largo etcétera que congela cualquier sorpresa por la falta de culpables, a seis meses de la aparición del cuerpo de la adolescente.
A casi seis meses de la violación y asesinato de Natalia Di Gallo, la adolescente de 16 que desapareció en la madrugada del 29 de diciembre de 2003 y cuyo cadáver, envuelto en bolsas de nylon, fue hallado el 1º de enero último en un sendero del parque Pereyra Iraola, los investigadores del caso esperan el resultado de estudios genéticos realizados a Daniel “El Cabezón” Ojeda, Alfredo “Pantera” Oliva y Oscar “Tortuga” de la Llera, tres detenidos por robo de auto y asalto a mano armada la misma madrugada del crimen en una estación de servicio a tres kilómetros del parque, mientras que en la fiscalía a cargo de la causa evalúan el pedido de los Di Gallo de ordenar la extracción de sangre a Juan Carlos Pérez y Juan Hilario Dolman, otros dos imputados en esta causa, conocidos del principal sospechoso –El Cabezón Ojeda– y quienes, al igual que éste, “se mueven” con comodidad por las zonas de Bosques, Florencio Varela y el Complejo Sur. Junto con Nicolás Gómez, el novio de Natalia Di Gallo, único detenido y liberado por falta de mérito y la última persona que la vio con vida la noche del 28 de diciembre, ya suman seis los imputados en un caso con demasiados puntos oscuros, ramificaciones complejas y un mensaje de impunidad que aún puede leerse en lo que quedó del cuerpo de la joven.
Los entregadores
“El Cabezón Ojeda es el más comprometido, se logró
establecer una conexión con Nicolás Gómez: se conocen,
trabajaron juntos en una remisería; además, el famoso identikit
que describió Gómez corresponde a Ojeda. Para nosotros, Gómez
es un entregador. Hay muchas versiones, la mía es que mi hija no llegó
al parque esa noche, fue todo armado después. Aparte del dolor de haber
perdido a Natalia, tenemos que soportar que a seis meses de su muerte no se
sepa nada. Hubo muchas cosas que se hicieron mal o no se hicieron, como levantar
el Renault 11 del lugar antes de hacer las pericias, desatar el cadáver
en cuanto lo encontraron, romper las bolsas, poner a mi hija en el pasto, llevarse
las sogas... Un ignorante como yo sabe que no se puede hacer eso. Cada vez más
me parece que se trató de borrar huellas.”
Las palabras se amontonan en la boca de Juan, el padre de Natalia, que fuma
un cigarrillo tras otro, que a su delgadez natural le restó otros doce
kilos, que “camina” la calle todos los días buscando respuestas,
que ya no sabe cómo hacer para rescatar del pozo depresivo a su esposa,
Hilda. “Fue un golpe devastador, nos dejaron sin proyectos, sin futuro.
Gómez me debe la vida de mi hija.”
El 28 de diciembre de 2003, Natalia decidió salir con Nicolás
después de algunas llamadas que él le hizo y no pocas insistencias.
La ruptura con su ex novio, días atrás, la impulsó a volver
los ojos sobre el ex compañero del colegio Santo Tomás, algo desgarbado,
de mirada esquiva, pero con una serenidad que por momentos inquietaba. La partida
fue desde su casa en el Renault 11 de Nicolás, que el padre le había
regalado en el 2002 y con el que trabajó un tiempo en la remisería
Fer, a pocas cuadras de la casa paterna, en Quilmes, donde hizo buenas migas
con uno de sus compañeros de trabajo, Daniel “El Cabezón”
Ojeda.
Lo que sucedió después se pierde en un laberinto del que intenta
salir el fiscal Claudio Pelayo, quien desde el inicio de la causa sorteó
varios frentes de tormenta que pretendieron desestabilizarlo, como si el crimen
de Natalia encerrara algunas piezas demasiado filosas para que alguien osara
palparlas. “Intentaron recusarme –recordó Pelayo–,
en el medio se dijo que se cajonearon pistas, que esta fiscalía recibía
información de un suboficial de la policía que desvió la
investigación. Hubo mucha presión durante todo el verano, pero
seguimos trabajando, no nos quedamos conformes y hallamos situaciones de peso
que comprometen a las personas detenidas, más allá de los resultados
que en unos quince o veinte días puedan arrojar los estudios de ADN.”
Hasta hoy, la única versión que se maneja a ciencia cierta, pese
a que nadie da una moneda por su veracidad, es la del propio Nicolás
Gómez, quien declaró que un hombre los había asaltado en
el parque Pereyra Iraola cuando se encontraba junto con Natalia en el asiento
trasero del Renault. El agresor rompió el vidrio de la luneta, encerró
a Gómez en el baúl y secuestró a la chica. (Sin embargo,
pericias forenses informarán luego que nunca se encontraron vidrios en
el cuerpo o la ropa de Natalia.) Gómez, según sus dichos, pudo
zafar del encierro regresando al asiento trasero desde el baúl. Días
después, un testigo declaró que esa noche, a unos tres kilómetros
del parque, vio un Peugeot 504 blanco en el que una chica pedía auxilio
a los gritos mientras que un hombre tiraba de su cuerpo para que no saliera.
Horas después, un hombre denunció en la comisaría 2ª,
de Florencio Varela, el robo de su Peu-geot 504 blanco y reconoció a
El Cabezón Ojeda como uno de los tres que participaron en el hecho.
El 1º de enero, la policía halló el cuerpo de Natalia Di
Gallo adentro de una bolsa atada con una soga náutica. Habían
arrojado el “bulto” en el parque, oscuro de hematomas, con un golpe
fatal en la cabeza que podría haber provocado una barreta y signos evidentes
de un ataque sexual. Los forenses llegaron a la conclusión de que murió
por una “asfixia mixta” causada por la obstrucción de las
fosas nasales y la boca, en combinación con la “compresión
torácica-abdominal” que sufrió cuando soportó el
peso de los que la violaron.
Matar víboras
“Nicolás Gómez estuvo a dos segundos de quebrarse en los
primeros interrogatorios”, aseguró Juan. “La policía
empezó a averiguar, a ‘matar víboras’, como dicen
ellos. Nos preguntaban si habíamos discutido con nuestra hija, si había
problemas. Al ir matando todas esas víboras, comenzaron a indagarlo de
otra manera a Gómez y él empezó a trabarse. Una mujer policía
de la comisaría de Gutiérrez nos confió que estaba ‘a
punto de que se quiebre y vamos a saber quién fue y qué pasó’.
Vinieron los de la DDI (Delegación Departamental de Investigaciones)
de Quilmes, lo llevaron aparte para interrogarlo, y cuando volvió con
esta oficial le dijo sonriendo: ‘Si vos me metés preso a mí,
vos estás presa’. Se lo sacaron de las manos a ella. La policía
de la DDI es una porquería. Hicieron mucho para tratar de perder tiempo
y ensuciar la causa. El fiscal está trabajando con gente de la 2ª
de Florencio Varela porque no puede confiar en los de Quilmes. Yo confío
en Pelayo, lo veo con muchas ganas, pero de él para abajo no confío
en nadie. Dentro de la policía hay mucha mierda”, opina el padre
de Natalia.
Daniel Llermanos es el abogado que en la actualidad representa a los Di Gallo
y quien teoriza sobre la posibilidad de que el asesinato de Natalia sea la punta
de un iceberg demasiado podrido, apoyado en “sectores de enorme poder”,
que suelen capitalizar su borrachera de impunidad con adolescentes utilizadas
para “animar” fiestas de droga, alcohol y abusos “celebrados”
entre muchos. “Tenemos serias sospechas de que el destino final de Natalia
era llevarla a una de esas fiestas en las que participan hijos del poder, pero
es probable que la terrible resistencia que presentó haya complicado
los planes de sus captores y las cosas terminaron de un modo trágico.”
Los pastores
“Una testigo de identidad reservada se presentó uno o dos días
antes de que apareciera Natalia y declaró que un conocido de los hijos
de un pastor evangelista de la zona de El Pato le dijo que el tema de nuestra
hija se les había escapado de las manos. Dijo que iba a aparecer muerta.
Dijo que tuviéramos cuidado porque esa gente iba a poner un chivo expiatorio
que se hiciera cargo de la muerte, y ése es mi miedo hoy. Tengo miedo
de que no se metan presos a quienes realmente fueron.”
Juan Di Gallo evitó pronunciar sus nombres durante toda la entrevista,
como si de esa manera lograra exorcizar el fantasma de los Montenegro y sus
templos evangélicos a pocos kilómetros de la vivienda de los Di
Gallo: construcciones de material dispersas en las localidades de El Pato y
La Carolina, a los costados de la ruta. La testigo, que reconoció haber
participado de esas fiestas, señaló a cuatro hijos del pastor
como los autores del crimen. A pedido de la familia, el fiscal dispuso los estudios
genéticos de los hermanos para determinar el ADN y compararlo con los
restos de semen hallados en las ropas de Natalia, pero el resultado dio negativo.
“Todavía creo que ahí hubo algo, sé que existe una
conexión policial y política con los evangelistas, que los protegen.
Es gente que fue investigada por el tema droga, desarmadero de autos y siempre
quedó todo ahí. La cabeza de todo esto es el pastor, él
tiene conexiones políticas a nivel provincial y en Florencio Varela.
Se habla de un caso anterior, de una chica de 14 años con la que tuvieron
que ver. Hay versiones de que han hecho fiestas con adolescentes a las que violaron
y drogaron, y como en esa zona hay mucha gente humilde, indocumentada, les pusieron
plata a los padres para callarlos. Nunca logramos tener una conexión
con las otras víctimas y estoy seguro de que Gómez tiene alguna
relación con los evangelistas.”
El santuario
“La violencia impone el tiempo, crea un antes y un después, la
vida y la muerte, la integridad y la mutilación –dice el escritor
César Aira–. El bien y el mal, esos adjetivos extraordinariamente
difundidos, serían por supuesto los primeros afectados.” En ese
espacio arbitrario y absurdo, los seres humanos intentan recrear otros mundos,
otros espacios para seguir viviendo, como esa especie de santuario en que se
convirtió la habitación de Natalia, y donde sus padres piensan
depositar las cenizas el día que les devuelvan el cuerpo de su hija.
“Nuestra hija no está en un cajón, está en su habitación.
No se tocó nada. Lo que todavía no pudimos aportar, que es nuestra
decisión guste o no, es cremar su cuerpo, meterlo en una cajita y ponerlo
ahí adentro. También hicimos una réplica de ella el día
de su fiesta de 15, con el vestido que se había diseñado; no pudimos
lograr su carita en la muñeca, pero el vestido es exacto. En este lugar
hablamos con sus fotos, nos sentamos en su cama, miramos las velas que coleccionaba,
sus vestidos, sus juguetes. Aquí la sentimos viva”, dice Di Gallo.
La investigadora especializada en violencia contra las mujeres, Susana Cisneros,
llama “femicidios” a crímenes como el de Natalia, para definir
de una vez por todas el carácter social de esta violencia basada en la
inequidad de género y abandonar la hipocresía de hacer creer que
se trata de uno o dos “animales fuera de control” que se ensañaron
porque sí con su víctima. Los casos de María Soledad Morales,
Natalia Mellman, el triple crimen de Cipolletti, los asesinatos de mujeres en
Mar del Plata, el doble crimen de La Dársena, en Santiago del Estero,
y la muerte de Natalia Di Gallo confirman que los crímenes sexuales son
una práctica recurrente de violencia estructural contra las mujeres,
ejercida dentro de una sociedad que, con sus normas, valores y creencias, los
apaña y fomenta.
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