Viernes, 25 de junio de 2004 | Hoy
LIBROS
Públicos, semi-públicos, paquetes, pertrechados con menos que lo mínimo indispensable, cada toilette es un universo en el que se despliegan cientos de mundos a través de todo tipo de graffiti. En eso bucea Peleas sangrientas de mujeres furiosas, una compilación de mensajes de pared realizada por Silvana Castro.
Se arriba a un baño público con la urgencia más urgente.
Nunca antes de contar con la certeza de que no hay otra opción, de que
no hay una cadena de comida rápida cerca, de que el coqueto café
lindero no tenga la maldita inscripción “Los baños son para
uso exclusivo de los clientes”, la llave esté presa en las garras
del señor de caja y no hay manera de hacerse pasar por uno de ellos,
de los clientes, digo. Pero el periplo redunda en mayores apremios y la necesidad
se transforma en desesperación. Así, en estas condiciones, se
llega, sabiendo de antemano lo que espera. Que la transacción, aunque
depare el alivio, siempre es perjudicial. A oscuras, en inodoros desvencijados
o patas de elefante, con agua hasta los tobillos pero sin ella en el depósito,
tal como lo confirmaron con anterioridad y lo corroboramos nuevamente, con la
rigurosa y precisa falta de papel, la tarea se lleva cabo con dos finalidades,
a cual más presurosa: terminar pronto el asunto y salir corriendo. Irse
lo más rápido posible es lo que se tiene in mente y en alma apenas
se traspasa la puerta. Pero cada individuo es único y eso se confirma
más de una vez en la vida, porque ese espacio infernal depara sorpresas
y las puertas de los baños son el primer indicio.
La grafomanía desatada en las paredes y puertas de los baños de
mujeres arroja al menos tres observaciones. La primera es que los usos de esos
espacios no tienen género, aunque el contenido sí se pueda clasificar
según una taxonomía sexual. Hombres y mujeres escriben en los
baños; el tema, tal vez, es sobre qué escribe cada uno. La segunda
apreciación, menos teórica, es que mucha gente va a los baños
públicos y se queda más de lo que las condiciones lo permiten.
Basta ver la extensión de los graffitis y la reincidencia en polémicas
infinitas que demuestran que se va muchas más veces de lo que la necesidad
fisiológica dicta. La tercera, y en este caso bien personal, es que la
constatación de este fenómeno escriturario, dialógico,
polisémico, de política de género y de estudio cultural,
tuvo que esperar hasta la publicación de Peleas sangrientas de mujeres
furiosas (Ed. B), el libro de recopilación de graffitis en los baños
de mujeres que realizó Silvana Castro. Vuelto libro, los graffitis de
los baños de mujeres pueden ser estudiados en otro sentido. Cambia el
ámbito y el formato, e irremediablemente cambia el signo y lo que es
una mirada rápida y casual, una pregunta sugestiva sobre qué hacen
escribiendo esto aquí, en esta instancia se puede volver reflexión.
El misterio del baño de mujeres ha sido resuelto y no sólo son
tan sucios como los baños de hombres sino que también están
todos escritos.
El orden del discurso
La lectura de los graffitis en papel permite el análisis sereno del discurso
que posibilita múltiples abordajes. El espacio de lo íntimo se
vuelve público y la paradoja del baño en este tipo de lugares
alberga la doble pertenencia, podría decirse a primera vista. Un modo
de expresión que tiene la coartada de un pseudo anonimato temporario
y que se deleitacon la provocación, sería otra variante al tema.
El arte de la difamación y un entre nous exasperado que expulsa a los
extraños pueden figurar en un listado de explicaciones y no ser la última.
“Qué gritan en las paredes de los baños” es el subtítulo
de la obra que completa la cadena semántica, que anuda los otros términos
del título: peleas, sangrientas, mujeres, furiosas y se vincula inmediatamente,
tanto por oposición como por reivindicación, con un imaginario
sobre la mujer. Nada de glamour, poco de cortesía, cero en modales y
las mujeres que escriben en los baños son puteadoras, agresivas, perversas,
racistas, politizadas, chismosas, difamadoras, sexistas, machistas, homofóbicas,
liberales, peleadoras, estudiantes secundarias, universitarias, viajeras, trabajadoras,
inteligentes, boludas, enamoradas y en esa diversidad apabullante se expresan
con marcadores, liquid paper, tizas, biromes, sangre y mierda. Para saber de
esto último, hay que quedarse un rato más en el baño.
Arte urgente
Tal como el prólogo del libro sugiere, “queda para los especialistas
agotar la diversidad de significaciones”. Sacar los graffitis del baño
implica necesariamente una pérdida, pero al mismo tiempo una nueva circulación.
Se deja en las paredes la estética de su realización, el diagramado,
la letra y la técnica, pero se recupera una instancia de lectura. Los
hombres, por ejemplo, sabrán quiénes los aman y los odian, cuál
de ellas se pelea por él y cuál lo acusa de las cosas más
horribles. Los profesores sabrán con qué bueyes aran sus clases
y qué hay detrás de las miradas juguetonas de sus alumnas. Las
mujeres sabremos qué piensan otras mujeres, sobre qué discuten
y qué les interesa. Comprobar cuántas faltas de ortografía
tienen las alumnas del Nacional Buenos Aires o lo mal que escriben las estudiantes
de Psicología. Pura curiosidad, pura exhibición, pura búsqueda
de un espacio de expresión. No hay una respuesta definitiva. Sin embargo,
la escritura es contagiosa y esas preguntas y afirmaciones escritas en los baños
casi siempre tienen respuesta.
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