SOCIEDAD
Rebelión en el piquete
Imponiéndose sobre los chistes fáciles de sus propios compañeros, las mujeres de los distintos movimientos de trabajadores desocupados Aníbal Verón comenzaron a juntarse en asambleas de mujeres para exigir más participación en los espacios en que se toman decisiones. Porque ellas, dicen, saben de poner el cuerpo, pero están aprendiendo a hacer oír sus voces.
Por Marta Dillon
El auto da tumbos apenas se desvía de la avenida Escalada; los baches obligan a una marcha lenta que se dificulta entre el barro y las decenas de bicicletas que parecen salir de cualquier lado. Ya no hay esquinas cuando el descalabro de la arquitectura de la villa 20 mezcla material sin revoque y casillas de cartón y chapa; el camino se angosta y se encabrita, se despoja del último rastro de urbanidad que simboliza un semáforo y se adentra. “Puede entrar, no se preocupe”, dice Viviana, la mujer que guía, haciéndose cargo de un temor que el conductor no manifiesta pero ella puede oler, como cualquier habitante de la villa. Entrar es una palabra justa en este caso, a una dirección dentro de este caserío inmenso en los límites de Buenos Aires no se llega, se entra como a un túnel o a un bosque, un lugar donde el ritmo es otro, los carteles son distintos del resto de los barrios que figuran en el mapa –aquí las carnicerías no ofrecen cortes de más de tres pesos y no se venden pollos si no alitas o menudos– y hasta la luz parece huir del enjambre de techos y ropa mojada oreándose al atardecer. Y todavía falta otro pasillo antes de llegar al fogón donde el grupo de mujeres se ha reunido, atrás del galpón blanqueado en el que se recortan letras rojas: Asamblea de Mujeres Piqueteras. El cartel es en realidad el recordatorio de una hazaña común: haber conseguido un espacio propio en contra del chiste generalizado que mentaba a esa reunión de mujeres –cuando todavía se estaba preparando– como una “reunión de tupper”. En el galpón del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón de Lugano, ellas y ellos transitan entre ollas de leche a la hora de la merienda, aunque las primeras se jacten con un dejo de sorna que esta vez son las protagonistas, que tienen la palabra y quieren usarla en intimidad. Entonces se acomodan en esas sillas enanas propias de jardín de infantes, ponen el agua sobre la leña encendida y antes de que el mate esté listo ya están contando sus historias.
“Los dueños del país, los que se llenan los bolsillos a costa de la miseria del pueblo no quieren que las más pobres nos organicemos. Nos quieren limosneando en las calles o pidiéndole trabajo a San Cayetano. Dicen que somos brutas, que somos feas, que somos sucias, que somos violentas.” Hay algo disonante en este texto como en la mayoría de los que acompañan las fotografías de Tierra Piquetera, el libro que se imprimió en la Cooperativa Chilavert Artes Gráficas –una empresa tomada por sus trabajadores– y que lleva la firma del MTD Aníbal Verón, aunque las imágenes fueron tomadas por Carla Thompson y Alejandra Giusti, del MTD Lugano, y los textos los recopilaron las mujeres del MTD Berisso. Lo que sorprende, lo que se escucha como una nota demasiado aguda en una melodía conocida es que estos relatos están contados en género femenino haciendovisible la experiencia del 70 por ciento de la composición de los movimientos de desocupados: las mujeres. Ellas, las que quedan ocultas cuando se habla de piqueteros en general, construyendo un imaginario de hombres enmascarados o no, pero siempre varones que imponen su voz como referentes. “Nuestra intención en Tierra Piquetera era contar lo que pasaba en los cortes en imágenes, pero también desde nuestras voces –dice Carla–. A las mujeres nos cuesta hablar en público, parece que necesitamos permiso o aprobación de nuestros compañeros y eso es algo que tenemos la intención de cambiar aunque lleve tiempo. Siempre nuestra historia la cuentan ellos, por eso esta vez quisimos contarla desde nosotras.” Por eso este 26 de junio, cuando una mujer leyó el documento que habían consensuado las organizaciones que participaron del homenaje en memoria de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán y para pedir juicio y castigo por sus asesinatos, ellas festejaron como una pequeña victoria el haber dicho “compañeros y compañeras” cada vez que fue necesario, porque en esa referencia hay una reivindicación, costosa porque parece nimia, pero que sienten como necesaria para sentirse presentes. “Fue muy gráfico que en el momento en que empezó el acto, cuando pidieron a la prensa que se baje del palco nosotras nos resistimos, porque si no hubiera habido, otra vez, una mayoría abrumadora de hombres, porque ellos son los referentes. Nosotras ponemos el cuerpo, pero nos falta poner la voz”, dice Alejandra, de 25, que junto con Carla había subido al escenario para tomar fotografías. Y para que la imagen que se pudiera tomar desde abajo diera cuenta de una diversidad que las más de las veces queda velada.
El acto del 26 de junio pasado ha dejado voces roncas y algunas ausencias: después de la larga vigilia que empezó el 25 se confundieron las ollas y en Lugano falta el cucharón que se usa para garantizar la equidad de las porciones cuando se abre el comedor. Igual, las mujeres están contentas de la oportunidad de volver a juntarse. A esta reunión en un día tan húmedo que borra todos los contornos han llegado desde los MTD de José C. Paz, Almirante Brown, Esteban Echeverría, Berisso y, por supuesto, Lugano. Zulema, una mujer de 40, separada y con tres hijos a cargo, es la más locuaz. Es lógico, ella es la primera vocera que reconoce la organización Aníbal Verón después de que las mujeres se plantaran y exigieran que en cada corte, en cada acción, hubiera al menos dos, un varón y una mujer, que pudieran poner la voz por todos los demás.
–Yo me acerqué al movimiento como todas, por la necesidad de un plan. Yo tenía un negocio de venta de comida, pero la crisis del 2001 se llevó lo que tenía. Después hice todo tipo de cursos, desde huerta orgánica hasta cría de caracoles, conejos o gallinas. Los hacía en una sede del INTA en Burzaco, sabía que salir a buscar trabajo era imposible y al tiempo me di cuenta de que sin capital tampoco me podía autogestionar; pero la huerta me rindió mucho, yo vivo en Glew y tengo terreno, así que me ayudó a comer. Pero cuando las necesidades se hicieron urgentes fui al movimiento aunque no sabía cómo funcionaban. Fui a ofrecer capacitación en huerta, pero me llamaron mucho la atención los talleres de formación.
–¿Por qué?
–Porque yo nunca había militado en nada y pensé que en un taller de formación me iban a bajar línea. Pero resulta que la profesora era la que menos hablaba, quería que hablen los otros. Y así me fui metiendo, porque yo la formación que tenía era por mis hijos, ellos terminaron la secundaria y como no encontraron trabajo se pusieron a ayudar en un comedor. Ahora están en el Polo Obrero; pero esto era distinto, me decían que no había líderes y entonces yo dije “¿eso quiere decir que yo puedo subir a la coordinadora (n. de r.: que integra los movimientos de la zona sur)?”. Y sí, podía, y ahí me di cuenta que aunque fuéramos un 70 por ciento de mujeres en los galpones y en las unidades productivas, en la coordinadora estaba sola.Ese fue el primer llamado de atención que tuvo Zulema, el otro fue un proceso más lento que tuvo que ver con enfrentarse con los propios prejuicios: “En todos lados los que no tenemos estudios somos menospreciados, a nadie le interesa lo que se aprende a fuerza de vivir. Y en los talleres de formación esto era lo importante. Y así fui creciendo en muchos sentidos, por ejemplo, antes no se me hubiera ocurrido abrazar a otra persona porque creía que iban a pensar que yo tenía otra intención. Ahora me abrazo con todo el mundo y no temo lo que van a pensar”. Era un cambio en la relación con su propio cuerpo que volvió nítidas otras necesidades en su barrio: sobre sexualidad, sobre violencia, sobre salud reproductiva, “aunque no es fácil hablar todavía, porque la Iglesia es muy pesada en las conciencias y parece que nombrar algunas cosas que hacemos, como el aborto, es sencillamente un pecado”.
Elsa Basterra alguna vez tuvo un taller de reparación de máquinas fotográficas; cuando éste cerró, se dedicó a la venta de plantas. Con la devaluación, dice, se fundió “completamente”. A los 62, esta mujer desocupada que se confiesa atea porque fue “criada en un colegio de monjas” se acercó al MTD de José C. Paz después de haber participado en otra organización que “nos llevaba a un lugar muy partidario”. Y ella lo que quería era autonomía, igual que otras vecinas como Lina Yapura o Pierina Corvalán, con las que va a todos lados. “Tuvimos altas y bajas, pero ya somos como 400 familias en nuestro barrio. Yo te digo la verdad -insiste, como si quedaran dudas–, siempre he sido una mujer luchadora, pero recién ahora siento que desde el pobrerío nos podemos dar una organización, porque es como que los pobres siempre esperamos que venga un líder a rescatarnos, y no es así.” Elsa fue de las que se encontró en el último Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario, en agosto del año pasado, con otras compañeras de los distintos MTD como si se vieran las caras por primera vez. Es que no había sido una decisión orgánica asistir al Encuentro: “Cada una fue por su barrio, porque nos invitaron, porque hicimos colectas para los pasajes, pero ahí nos dimos cuenta que no habíamos discutido nada previamente. Puede ser que tenga que ver con la autonomía de los movimientos, pero también que ni nosotras lo veíamos como una prioridad”. Y es que esa cuestión de “prioridades” es la primera que se esgrime cuando se quiere dar la discusión sobre temas que las mujeres consideran propios dentro de la organización. “‘Hay que sentar las prioridades’, nos decían los varones, pero cuando nosotras hablamos de salud no estamos diciendo que necesitamos un botiquín en los galpones, sino de algo mucho más profundo”. Lo cierto es que después del Encuentro de Rosario, las mujeres del MTD volvieron decididas a abrir su propio espacio. Y fueron Zulema y Alejandra Giusti quienes lo plantearon en la coordinadora.
–Hubo cinco minutos de silencio cuando dijimos que queríamos marchar como MTD Aníbal Verón el 28 de septiembre pasado por la salud reproductiva como se había decidido en Rosario. Fue como un desconcierto, y después nos dijeron que hagamos lo que quisiéramos, como si no tuviera ninguna importancia lo que planteábamos –cuenta Alejandra.
–Nos preguntaron si andábamos con ganas de agrandar la cocina –agrega Zulema.
De esas respuestas que no causaron ni un poco de gracia surgió el convencimiento de que era necesario generar un espacio para que las mujeres de los distintos MTD pudieran encontrarse. Y lo hicieron en el lugar en el que lo venían haciendo desde la masacre de Avellaneda el 26 de junio de 2002: el 26 de cada mes, en el Puente Pueyrredón. Ahí se borraban las distancias entre los barrios y ellas resignificaron las vigilias en el puente buscando ampliar sus voces; porque su participación estaba garantizada desde mucho antes. En esas asambleas sobre la autopista que todavía generan sorpresa entre los compañeros, ellas quisieron ir más lejos y propusieron un plenario de mujeres que trabajaría sobre unascuantas preguntas como eje de discusión: “¿Hablás en las asambleas? ¿Participás en los lugares de decisión de tu movimiento? ¿En qué te sentís agredida por ser mujer? ¿Sabés cómo cuidarte en tus relaciones sexuales? ¿Decidiste sobre tu maternidad? ¿Te parece importante que haya un espacio de mujeres dentro de los MTD Aníbal Verón?”
El miedo al ridículo, a molestar a los compañeros, a decir algo que esté fuera de lugar, a que se den cuenta de todo lo que falta aprender, a que nos evalúen con dureza. Como amenazas funcionan estos temores que cierran la garganta antes de intervenir en una asamblea, en una reunión. Como si una a otra se fueran empujando, dando una a otra una confianza que se encuentra en otros ojos, los miedos fueron nombrándose para explicar por qué es fácil poner el cuerpo en los cortes, en las unidades productivas, en los talleres, y tan difícil poner la palabra o el grito en el cielo si es necesario para hacerse escuchar, para que esos cuerpos recuperen su contorno y su identidad particular, recortados dentro del grupo al que pertenecen. Las conclusiones fueron decantando de ese primer encuentro de mujeres en “la Verón”, el último 19 de noviembre, como piedras en el fondo de un estanque. Y no hubo sorpresa por que las frases se repitieran en los distintos grupos, que las mujeres piqueteras no hablan ante los medios, que no figuran entre los referentes de las distintas agrupaciones es algo tan visible como que son mayoría en la base de los distintos movimientos. Que el encuentro fue fortalecedor es una sentencia que ninguna discute, de allí surgieron complicidades y estrategias para quebrar el miedo que es tan útil para cerrar las bocas.
–Antes del encuentro no era tan claro para todas que los chistes fáciles, como lo de agrandar la cocina u otros que se dicen como al pasar, eran vividos como agresiones. O que también es muy feo que en una reunión con funcionarios, por ejemplo, a las mujeres no nos saluden, es como que no existimos –se queja Andrea.
–Es verdad, ser mujer es como que te quita el saludo –refuerza Elsa Basterra.
–Lo que no resultó tan fácil de hablar como esperábamos algunas que habíamos estado en el Encuentro de Rosario –cuenta Mónica, una joven de 21 del MTD Almirante Brown– es sobre aborto. En los talleres de Rosario fue lindo ver cómo algunas mujeres se animaban a decir que ellas habían pasado por esa experiencia que nadie desea y que antes no podían ni nombrar porque les daba vergüenza o culpa.
–Es que hay cosas que van a llevar tiempo –agrega Zulema–, por ejemplo, todavía no tenemos herramientas para tratar los casos de violencia doméstica, que son muchos. Pero salen las historias personales y son muchas las que después quedan quebradas si no sabemos dar una buena contención.
–Yo me fui de mi casa porque mi papá abusaba de mí –se anima Mónica– y casi todas tenemos experiencias de violencia por parte de nuestras parejas, padres o hermanos. Y muchas veces los mismos que están al lado tuyo en un corte y se enfrentan con la policía después vuelven a la casa y le pegan a su mujer. Nosotras queremos que estos temas sean tomados por la organización, que sea un tema de todas, pero para eso es que nos tenemos que seguir juntando, para poder hablar entre nosotras primero, que es como estamos más cómodas, para después llevar nuestros planteos a todos los movimientos.
Las asambleas de mujeres se siguen realizando cada 26 sobre el cemento de la autopista del Puente Pueyrredón. El 8 de marzo pasado los MTD marcharon orgánicamente por el día de la mujer y plasmaron en un periódico las discusiones en las asambleas del puente. La toma de conciencia, dicen las mujeres de los MTD, puede ser un proceso que lleve tiempo, pero la decisión está tomada, este año quieren llegar al Encuentro Nacional de Mujeres (en Mendoza) con algunos ejes discutidos en conjunto para poder ponerlos en común. “En otras organizaciones, como la CCC, también se ve que son mayoría las mujeres y ellas participan –dice Elsa–, pero a lomejor por el modo en que nosotras discutimos en las asambleas, donde todos y todas tienen voz y voto, nos puede llevar más tiempo. Pero vamos más convencidas.”
–Ahora que el movimiento piquetero está tan cuestionado, ¿ustedes reivindican el ser piqueteras como una identidad?
Elsa: –Claro que sí, porque es la manera que encontramos de organizarnos y de que nos vean. Si no cortamos rutas no existimos.
Viviana: –Acá estuvimos años pidiendo que nos dieran trabajo en un estadio que se iba a construir, hicimos cartas a todos los funcionarios para que nos manden leche para el comedor, pero hasta que no hicimos un corte nadie nos escuchó. Hicimos el corte en el barrio y ahora nos están por bajar la carne y los productos frescos para la comida. Hablan de reactivación, pero en los barrios no se ve, se ven talleres textiles clandestinos que pagan 30 centavos por prenda y que te tienen parada 13 horas sin más que 20 minutos para comer. Yo quiero trabajar, pero acá en el galpón trabajo.
Lina: –El corte nos da protagonismo porque así es como luchamos y resistimos, con dignidad y con emoción. Pero resulta que si lo hacemos nosotras molesta al tránsito, cuando lo hacen otros como Blumberg está bien.
–¿Creen que cambió la escucha que tienen los temas propios entre el resto de los compañeros?
Carla: –Cada vez somos más entre las referentes y eso nos hace bien, porque así cuando nos toca hablar buscamos la aprobación en los ojos de otra compañera, porque viste cómo es, si una no es impecable enseguida salen los chistes.
Zulema: –Pero nosotras mismas tenemos que cambiar, porque yo me di cuenta que a pesar de ser vocera, que era algo que pedíamos, el otro día en el puente estaba desesperada buscando al otro vocero porque me daba miedo meter la pata. Y la verdad es que yo sé por qué estamos ahí y por qué vamos a seguir luchando.
–¿Les da miedo esta avanzada que pide mano dura con las y los piqueteros?
Elsa: –Nos da indignación, no miedo.
Mónica: –A mí sí me da miedo, pero eso no me paraliza.
Zulema: –Yo tengo una fuerza interior que antes no tenía, porque una llega por una, pero después sigue por todos y estoy orgullosa de vivir lo que vivo y de hacer lo que hago.
Desde el piso de tierra el frío parece trepar y enredarse entre las piernas de las mujeres. Cuando los focos mortecinos desgarran la noche entre los pasillos de la villa 20 de Lugano, ellas empiezan una larga despedida que se demora en abrazos y promesas de volver a encontrarse. Más tarde o más temprano lo harán, el próximo 26, como lo hacen siempre; en la lucha, como ellas dicen.