ENTREVISTA
La herida NACIONAL
En su libro “Dolor País”, la psicoanalista Silvia Bleichmar reúne diez textos que hablan sobre la actualidad argentina. En ellos, la autora analiza los procesos subjetivos que se ponen en juego cada día, y los mecanismos de resistencia con los cuales la gente se niega a dejar de ser quien es.
Por Sandra Russo
Con su voz grave y sus palabras cuidadosamente elegidas antes de ser pronunciadas, la psicoanalista Silvia Bleichmar habla de su último libro, Dolor País. Doctora en Psicoanálisis por la Universidad de París VII, docente en Argentina, España, Brasil, Francia y México, Bleichmar se atreve, en sus textos, a un pensamiento casi instantáneo sobre la actualidad argentina, un riesgo que otros intelectuales prefieren no correr. Su punto de vista tiene como eje la subjetividad: sus reflexiones apuntan a poner en evidencia hasta qué punto y de qué manera este proceso que atraviesa el país está dañando lo más profundo de cada uno, pero también qué resortes se están poniendo en marcha para defender una identidad que se resiste a ser diluida.
–¿Cómo surgió este libro?
–Surgió más o menos en julio del año pasado, cuando estaba dando una clase y todo el mundo hablaba del riesgo país, mientras estaban pasando cosas gravísimas. Se hablaba obsesivamente del riesgo país mientras había suicidios de jubilados, incremento de consultas por adicciones, medicaciones antidepresivas generalizadas... Entonces dije, bueno, estamos midiendo el riesgo país pero no medimos la cuota de sufrimiento que estamos pagando por esto.
–Lo que tienen tus artículos es esa rapidez casi sin elaboración.
–Es un pensamiento que se va forjando día a día.
–Un pensamiento de tripa, ¿no?
–Yo digo que escribo con las vísceras y que controlo con el corazón. Escribo sin aliento, y la gente lo lee del mismo modo. La gente no me felicita, me agradece.
–Yendo a los textos, ¿cómo aplicás en la Argentina lo que Hanna Arendt llamó “la banalidad del mal”?
–Hago una distinción entre el sadismo o la crueldad, y la indiferencia. Una de las cosas que me impresionaron profundamente en la última etapa argentina fue la aparición de los eufemismos con los cuales se ejercen acciones de una violencia social terrible. Cuando digo violencia social hablo de la de los poderosos, no de la violencia con la que la gente responde a eso. Por ejemplo, lo que se llama “reingeniería empresarial” o “cirugía empresarial”. Son modos de organización de proyectos que se caracterizan porque quien los ejecuta lo hace con un vacío de todo tipo de afecto con respecto a lo que produce en otros seres humanos. Esto no ocurre muchas veces con los pequeños empresarios, que si tienen ochenta operarios y tienen que echar a treinta, son afectados por esa decisión que deben tomar. Están comprometidos con esos empleados a quienes conocen. No, yo hablo por ejemplo del modo en que un gerente de planta de una gran compañía de gaseosas llegó un día a trabajar y se encontró con que su tarjeta ya no estaba. Había sido despedido, pero nadie se tomó el trabajo de decírselo. Esto es lo que retomé de Hanna Arendt: no necesariamente hay que creer que esas medidas son ejecutadas con crueldad u hostilidad. Es la indiferencia lo terrible, es la racionalidad carente de sentido, que hizo estallar a mediados del siglo XX la oposición entre civilización y barbarie porque la civilización se puso del lado de la muerte.
–El neoliberalismo también despersonalizó la crueldad.
–Sí, son modos de ejercicio de la crueldad que se ejecutan con indiferencia. No es una crueldad por odio al otro, sino por indiferencia.
–Esto está asociado a una noción de lo inevitable, de único camino posible.
–Yo hablo mucho del pensamiento monopólico según el cual el problema, el año pasado, era el riesgo país, cuando estábamos atravesando otros riesgos terribles de los que nadie hablaba. Esa mención al riesgo país se había vaciado de contenido, y lo que estaban midiendo los que nos calificaban era si seguíamos siendo o no explotables. Me interesa franquear esa profunda inmoralidad, y los efectos de esa inmoralidad en la subjetividad.
–En uno de los textos contás que acá en tu barrio (N. de la R.: Arroyo y Esmeralda), hay una mujer que un día apareció pidiendo monedas, y que a mucha gente le chocó que esa mujer usara después las monedas no para comprarse pan, sino una medialuna rellena.
–Esa mujer es un exponente de las formas con las cuales mucha gente se resiste al proceso de desidentificación al que nos obligan. Que es precisamente lo que Claudio Loser, un argentino en el FMI, dice: “Bueno, lo que pasa en la Argentina es que la clase media se ha dado cuenta de que no puede vivir como la clase media del Primer Mundo”. ¿Qué es eso? Hay una idea según la cual la gente tuvo una falsa representación de sí misma, y parece que ésta de hoy es la verdadera: somos unos miserables. Yo no estoy de acuerdo, en absoluto, con eso. ¿Quién define la pobreza o la riqueza de un pueblo? Son propuestas de desubjetivización. “Ah, ¿vos creías que eras una persona con derecho a vivir, a educar a tus hijos, a irte de vacaciones? No, no, te equivocaste, sos una ratita.” Es un proceso de desidentificación: quieren hacernos creer que la idea que teníamos de nosotros mismos estaba equivocada. Y en la gente hay una resistencia para evitar dejar de ser quien es.
–Vos decís que la desesperación es más promisoria que la desesperanza.
–Por supuesto, te diría que la desesperanza en una forma larvada de suicidio, de suicidio físico o moral. Es el abandono de toda acción transformadora sobre el mundo. En cambio, la desesperación pone en marcha. Creo que lo más grave que tenemos, hoy, son esos grandes bolsones de desesperanza.
–Muchas veces la desesperanza tiene que ver con la falta de líderes, no hay de quién esperar algo. Algunos han abandonado la esperanza en generar con otros algo nuevo.
–Es la percepción de que la corporación política se fue tragando lo que surge como inteligencia. Eso es muy impactante. Hemos tenido gente muy inteligente y muy bienintencionada, y no necesariamente se ha corrompido, pero se ha entregado. Hay tres personajes que han producido este tipo de sufrimiento, de frustración: Raúl Alfonsín primero, Graciela Fernández Meijide y Chacho Alvarez después. Los tres mostraron que acá no hay posibilidad de dobles compromisos, que no hay posibilidad de jugar en el medio de la cancha. La corporación política se los comió. Es muy conmovedor porque, por lo menos a mi juicio, los tres son éticamente irreprochables, pero hay graves imputaciones políticas que hacerles. Este proceso demostró que es completamente imposible que alguien bienintencionado haga alianza con la corporación política, porque está llena de corruptos y ladrones.
–Es lo que expresa la gente cuando dice “que se vayan todos”. En realidad lo que dice es “así no es”.
–La gente está diciendo que con cierta gente, si sos un buen dirigente, ya no te podés sentar ni a hablar.
–Volviendo al tema que vos llamás “el malestar sobrante”, recordaba que Durkheim decía que el suicidio tiene que ver con el derrumbe de las expectativas. Y la Argentina ha sido casi por definición un país de expectativas.
–Aquí el sufrimiento hoy no está dado solamente por la pobreza, sino especialmente por la falta de expectativas. Sobre todo la que indica que los hijos vivirán mejor que sus padres. Eso se ve en los gestos, en la importancia que los padres argentinos le dan a la educación. La gente sigue llevando a sus chicos a las plazas, al teatro, a todos los espectáculos gratuitos, a exposiciones, llevan a sus hijos como banderas flameantes de su propia identidad, en una militancia cultural que también es una resistencia a la desidentificación.
–Todo eso es un signo de salud.
–Hay muchas cosas que todavía están vivas. Por eso me dan ganas de escribir. Veo muchos signos de gente que no se quiere olvidar quién es, en qué cree. Por eso me da mucha rabia cuando se ataca a los que pelean por sus ahorros que quedaron en el corralito. Todo el país habla de dinero, y cuando ellos salen a protestar, resulta que son gente baja, materialista. ¿Qué quedó realmente en el corralito? ¡Quedó la operación de la madre, la casa con un dormitorio más, el by pass del padre, la jubilación acumulada para la vejez, el viaje soñado, el departamento para el hijo que se casa! ¿Qué es el corralito si no es eso? ¡Como si el dinero fuera solamente dinero!
–Ahora hay algunos sectores que están erizados con las protestas.
–Se ve muy claramente. En estas situaciones sale a la luz lo mejor y lo peor. Claro que hubo algunos hechos lamentables. Pero que haya algunos confundidos no implica hacer una lectura falsa de los hechos.
–Con todo lo que pasa, sería mucho pedir que no hubiera ningún confundido.
–Mirá si los de la Revolución Francesa hubiesen dicho “qué barbaridad este Danton, volvamos con Luis XIV”, o “qué terrible lo de Robespierre, traigan a María Antonieta”.