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Viernes, 5 de abril de 2002

TALK SHOW

gracias, Isabelle

 Por Moira Soto

Poco más de 30 años después de que una mujer fuera guillotinada en Francia (el 3 de julio de 1943) por practicar abortos caseros, se promulgó en ese país la Ley Veil, o de derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. A pesar de la oposición –mayoritariamente masculina, claro– de la derecha y de la Iglesia, Simone Veil, con el respaldo de los movimientos feministas, logró imponer esta ley que, además de salvaguardar el derecho de la mujer a disponer libremente de su cuerpo (es decir, a tomar la decisión por cuenta propia, con un plazo de hasta diez semanas y sin necesidad de justificar su elección), fue considerada de “salud pública”, teniendo en cuenta los 300 mil abortos clandestinos anuales y la muerte de una mujer por día a causa de las intervenciones hechas en malas condiciones. Cuando Veil, en alguna de las sesiones previas a la sanción, fue acusada por algún fanático de la vida (embrionaria) de promover un genocidio en el peor estilo nazi, ella se arremangó y mostró el número del campo de concentración inscripto en su muñeca...
Por cierto, Hitler –cuya sola mención trae atroces resonancias del Holocausto– tenía una ley que castigaba con pena de muerte la práctica del aborto que, imagínense, “perjudicaba la fuerza vital del pueblo alemán”. Ley ésta de la que se apropiaron representantes del sistema judicial francés (siempre es posible encontrar jueces para tomar decisiones criminales, según se puede leer El bras séculier, que analiza la etapa de la Ocupación) y la utilizaron para procesar y condenar a la guillotina –mediante un tribunal de excepción– a una faiseuse d’anges (hacedora de ángeles: un equívoco eufemismo muy usado en Francia). Esta es la historia que, inspirada en un documentado libro de Francis Spiner pero recreando los personajes, relata Un asunto de mujeres, obra maestra de indeclinable vigencia que Claude Chabrol dirigió en 1988, y que afortunadamente se ha estrenado por fin en nuestro país. Además de su audacia temática –que complicó la tarea de conseguir productores– y de la virtuosa economía de su puesta en escena, Un asunto... ofrece una nueva, diferente, descacharrante actuación de Isabelle Huppert (foto) en el rol de esa mujer joven, con marido herido de guerra y dos hijos, resuelta a rebuscárselas para sobrevivir. Su sueño, por el momento inalcanzable, es ser cantante. La realidad la lleva a convertirse en abortera, en principio por solidaridad: ayuda a una vecina desesperada a librarse de un embarazo no deseado. De a poco, se arma la cadena porque, si bien en todas las épocas las mujeres han recurrido al aborto en las condiciones que fuesen, durante la Ocupación se multiplican las razones para interrumpir una gestación imprevista: aventuras en ausencia de maridos prisioneros, relaciones con los ocupantes... Poco a poco, los servicios que presta Marie se vuelven una forma de ganarse la vida en tiempos duros. Envalentonada por las mejoras obtenidas, decide alquilarle un cuarto a una prostituta. En los planes de Marie, que ahora tiene un joven amante, figura dejar el lastre de su marido. Pero éste la denuncia, es decir, la condena a muerte.
Una muerte particularmente cruel e injusta, pero que sirve perfectamente al lema (Trabajo, Familia, Patria) de Pétain, ese sirviente del nazismo de quien en las escuelas se enseñaba que “era el padre de todos los niños de Francia”. La travesía de Marie, una rebelde por instinto, filmada en eselugar provinciano habitado por gente mezquina, temerosa, entregada, provoca inevitable asociación con ciertas conductas locales durante el Proceso, no sólo de los responsables directos de tortura y muerte sino también –por ejemplo– de los colaboracionistas de los medios que editaban postales sobre argentinos “derechos y humanos”. Asimismo evoca a ese reciente presidente fariseo que, para chuparle las medias al Papa, inventó el Día del Niño Nonato después de haber golpeado y hecho abortar a su mujer de entonces.
“Ella no mata, el aborto incluso puede salvar vidas”, decía Chabrol durante el rodaje de Un asunto... Aunque obviamente al director no le interesó plantear un debate sobre la interrupción del embarazo sino más bien observar conductas en una etapa histórica, es significativo que haya elegido este hecho trágico que pone en evidencia el hipócrita machismo que siempre ha rodeado esta problemática. Vale recordar que casi diez años antes de este Chabrol, en 1979, cuando las francesas ya disponían del derecho a abortar, Claude Sautet realizó Una historia simple, film en el que mostraba a una Romy Schneider capaz de regir su destino abandonando -embarazada– al hombre que había dejado de amar, y eligiendo hacerse un aborto. Con fina empatía, Sautet no escamoteaba el lado difícil, la cuota de angustia de semejante opción. Pero, una vez tomada la decisión correcta en su conciencia, la mujer –¡llamada también Marie!– pasaba por el trance sin culpas, en una escena desdramatizada que transcurría en una confortable clínica. En reportajes de la época, el director supo reconocer que le había llevado su tiempo empezar a liberarse de tabúes e ideas recibidas sobre las mujeres.

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