ARTE
Sólo Hombres
S/T es un proyecto curatorial de Alina Tortosa en la galería Elsi del Río sobre la homosexualidad masculina que acerca no solamente lo que significa una de las maneras de ser “otro” para la mayoría imperante –conocida por muchas mujeres– sino también la celebración del erotismo del cuerpo masculino sin el corsé del deber ser del macho.
Por Marta Dillon
En el principio, aun antes de que la muestra misma existiera como idea, hubo una lectura. Alina Tortosa, escritora, crítica de arte, se vio en el espejo de un texto que hablaba de otro, de alguien más para quien ser “otro” significaba una incomodidad dolorosa, difícil de explicar; y por tanto, imposible de resolver. Se trataba de una novela, Maurice, de Ian Foster, y no era nada extraño lo que sucedía al protagonista. Sencillamente, era homosexual. Una forma de ser otro que suele abrir un camino nuevo y distinto al deseado por sus padres. Y Alina se vio en ese espejo. Ella también se había sentido otra, rara, separada del resto por la distancia que le exigía su mirada para después poder analizar lo que sus ojos, como redes de pesca, habían conservado del océano de los acontecimientos. Ella hubiera querido perderse dentro. “Estar dentro.” Pero veía y pensaba y así se aislaba y no entendía cuál era esa grieta que la separaba de una familia “intelectualmente prolija” pero con un lenguaje distinto al que ella buscaba. ¿Cómo no verse entonces en la historia de un joven cuyo deseo dibujaba otra vez los contornos y le quitaba el lugar de encaje, como si un niño travieso intentara meter un cubo por la puerta de un círculo? Ella, mujer que piensa por su cuenta desde antes de haberse otorgado ella misma el permiso para hacerlo, se veía. Y entonces quiso saber más. Y pidió lecturas a sus “jóvenes amigos homosexuales” que la llenaron de libros como si hubieran tomado a cargo la educación de la señora –señora seria, como se parodia a sí misma– en cuestiones que hasta el momento no había pensado y cuando los libros fueron devueltos, los jóvenes amigos cobraron su discreto peaje: Era el momento de transformar lo aprendido y aplicarlo a otro de los oficios de Alina. ¿Por qué no curaba una muestra de plástica sobre homosexualidad masculina?
¿Es ésta entonces una muestra sobre el dolor que puede producir ser diferente? No es algo que podría adivinarse mientras la mirada pasea por esta selección de piezas –este recorte, aunque lo que se busque es devolver la “completud”, en palabras de Alina, que secciona la necesidad de etiquetar a los diferentes–. Hay algo de celebración que se percibe no bien se entra en el espacio blanco e iluminado de la galería Elsi del Río que dirige Fernando Entín. Los dibujos de Leo Chiachio serían suficientes para explicar cierta efervescencia que inunda el cuerpo, un tránsito de burbujas que provoca una cosquilla erótica o apenas alegre, según como se mire o como se refleje la luz, del mismo modo en que la brillantina subraya los trazos y según la luz colorea o brilla. “Es que el dolor es el primer paso –dice la curadora–, el dolor es no saber; el momento de la toma de conciencia, ese tránsito, puede ser un alivio.” Después queda apropiarse, ponerle nombre a lo que era ajeno, buscar otros ojos en los que mirarse, cortar la madera con la que se pueden encender hogueras –hogares– que calienten los corazones descarriados. Y ahí está la obra de Feliciano Centurión para eso. Una palabra bordada sobre el soporte de unafrazada, un escocés familiar sobre el que la pasión puede desenvolverse o enredarse en la trama del mismo bordado de flores. ¿Y por qué ésta es una obra que tiene lugar en una muestra de homosexualidad masculina? “Se articula un diálogo, porque es cierto, esta obra tiene lugar porque Centurión tiene una historia.” Y además, agrega Entin, porque es un hombre que borda. Un hombre que se apropia –se apropiaba– de un lenguaje históricamente femenino y lo pone a su servicio. ¿Entonces hay modos de producción que son de mujeres y de varones? Alina ya no lo cree, dice que lo que importa es lo que habita “en la cabeza” de la persona. De sólo ver la obra no es posible saber el género de quien la hizo, pero sí se da cuenta “cuando la obra es un proyecto interior que ha madurado en el artista o es un simple diseño, en el último caso –dice Tortosa–, para mí, deja de existir”. Y es de esa interioridad que aflora la palabra pasión y se acomoda, gustosa, en esta muestra.
“Los arquetipos heterosexuales no significan para un hombre homosexual otra cosa que un proyecto utópico ajeno. Son parte de su historia familiar, se interrelaciona con ellos desde la amistad o desde lo laboral, pero escapan a su mundo afectivo sexual y sensual íntimo”, escribe Alina a propósito de su trabajo para elegir y colgar esta muestra. Y usa la palabra “utópico” porque de sus muchas conversaciones con varones homosexuales ella, mujer heterosexual, entendió que para todos, más allá de los tiempos que corren, de la supuesta apertura, de la lucha de quienes abrieron espacio para que la incomodidad de quienes eligen amar a contramano del mandato de la mayoría, hay un momento en que se quiere “ser como el resto pero no se puede. La utopía es un no lugar, un no ser”.
¿Y qué hacen en medio de tanta celebración homosexual dos mujeres que, sencillamente, miran o festejan el cuerpo masculino? ¿Hay acaso algo más heterosexual que eso? Alina fotografía hombres abrazados entre sí –como también hacen los amigos–, hombres que parecen no haber terminado de formarse, adolescentes o andróginos. Varones tiernos en escenarios floridos. De la obra de Mirtha Bermegui dijo una señora el día de la inauguración: “Qué interesante ese bouquet de porongas”. Ella va al falo como quien de la planta recorta la flor y los hace estallar en colores vivos, como champagne que se descorcha después de una gran agitación. Alina explica la elección con un sencillo “me parecieron obras poéticas y adecuadas”. Aunque su texto abre con un poema que agrega algo más: “Yo, hombre, necesito de otro hombre (...) Me atraen en él quien soy, quien podría llegar a ser, quien sería si me atreviese”. Aunque también podría preguntarse quiénes seríamos las mujeres si miráramos a los hombres como se miran ellos.
La palabra gay se lee en la primera sala de la galería, es parte de la obra de Sebastiano Mauri, parte de una muestra en la que habitaban otras palabras –lesbiana, judío, musulmán– junto a retratos recortados, como si se pusiera el foco en un pequeño aspecto de la persona y a esa parte se le pusiera un nombre con el mismo valor que la persona completa –palabra y retrato tienen el mismo tamaño–. Esa fue una de las primeras premisas que se intentaba desarmar y tal vez por eso, más allá de las historias personales, la obra de Pablo Suárez balancea hacia algo más despojada la carga de erotismo que flota en la muestra. Que no se llama gay por una elección expresa, porque, cree Alina, gay describe a una manera de ser homosexual –y que en el arte se asocia rápidamente a la producción que se exhibió en el Centro Cultural Ricardo Rojas en los 90, catalogada como “arte light”–. Prefirió un vocablo técnico y por eso más aséptico, que pueda desplegarse –multiplicarse en su multiplicidad– en el futuro en otras muestras que ya planea con Entin y su pareja de 16 años, José Luis Anzizar, un artista plástico que proveyó buena parte del material de lectura que sirvió para este primer paso. De un camino arriesgado, según la misma Tortosa –”hablo desde un conocimiento intelectual precario”– ylargo –”las definiciones y las experiencias se extienden ad infinitum”–, en el que ella, desde su ser otra, quiere aprender a mirarse.