TEATRO
A la deriva
Una chica que recitaba en los colectivos, una ex empleada rusa y dos actrices profesionales acompañan a Inés
Saavedra –creadora de Cortamosondulamos– en una nueva puesta inspirada en poemas, textos y dichos de Silvina Ocampo. Divagaciones –alusión a la actividad favorita de la escritora– presenta a cinco Silvinas que son y no son la misma. El vestuario lo aportó una auténtica linyera.
Por Moira Soto
Hace tres años, el espíritu de Silvina Ocampo se apareció en una vieja casa de la calle Medrano, convocado por la médium Inés Saavedra, actriz, docente, autora de la dramaturgia y responsable de la dirección del deleitoso espectáculo Cortamosondulamos. Bendecida por el público, la crítica y los medios, esta adaptación teatral de varios cuentos de Ocampo contó con la participación de Martha Billorou, como la hermana de Saavedra en la ficción, ambas celebrando el chisme –con letra de S. O.– desde una peluquería de barrio.
Pese a que Cortamosondulamos seguía llenando funciones, Inés Saavedra decidió bajarla para darle lugar a otra producción en la que venía trabajando desde 2002, en torno de la poesía y algunos textos y dichos de la genial escritora. Divagaciones es el muy oportuno título de la pieza que se estrena esta semana. Además de Saavedra y Billorou integran el elenco María Marta Guitart, Diana Szeinblum y Sol Lebenfisz, mientras que Fabiana Falcón figura como actriz suplente. Tatiana Pinchuk toca el chelo, dice unos párrafos en ruso y hace el strudl de amapola que se sirve con licorcitos caseros al público.
–¿Cómo se produce tu asociación con María Marta Guitart para hacer la dramaturgia de Divagaciones?
–Me junté a trabajar hace un año, con María Marta. La conocí un día, casualmente, en un reportaje en una radio. Ella recitaba en los colectivos y me pareció un personaje muy atractivo, muy encantador. Yo tenía por delante el homenaje a Silvina Ocampo en el Malba y había pensado cerrar la primera jornada con Cortamosondulamos, pero la segunda quería hacer algo diferente, pensando en la gente que iba a ir los dos días. La idea fue trabajar algo con la poesía. Yo ya había leído un montón, claro, y se lo propuse a María Marta. Nos empezamos a reunir con ella dos veces por semana, yo le acercaba material que me interesaba de los libros que más me gustan, algunos textos inéditos que tenía. Comenzamos a marcar frases, sonetos, versos y cuando ya teníamos separado todo lo que preferíamos, hicimos un poco el ejercicio del cadáver exquisito. Es decir ¿qué tenés con muerte?, ¿qué tenés con soledad?, ¿con mujer?, ¿con lluvia, con primavera? Aparte, este último verano me metí a fondo con reportajes, rasgos de la personalidad que aparecen en lo anecdótico que también se fue incorporando.
–¿Encontraste siempre una coherencia, una correspondencia entre vida y obra?
–Sí, muchas de esas opiniones, situaciones de vida se traducen en lo literario. Ella tiene una producción donde se reflejan esos aspectos personales: el texto que dice la rusa, La casa sobre ruedas, es precioso, pero nadie se lo publicó, en la obra completa no está. Es una anécdota increíble que tiene con Adolfo (Bioy Casares): se habían comprado una casa rodante que no les servía para nada. Se mataron a gritos todo el día tratando de encarar la Argentina y no llegaron ni a El Palomar. De ahí sale ese texto. Estuve también recabando esas pequeñas historias personales, tanto en el material escrito en diarios como en el libro deNoemí Ulla Encuentros con Silvina Ocampo, que es un reportaje muy largo. Empecé a producir relaciones con lo que yo ya tenía leído.
–¿Cómo surge la estructura teatral de Divagaciones?
–La tuve desde el vamos. Justamente en el programa figura la estructura que yo hice hace mucho tiempo y que refleja los distintos estados. Yo sabía que había que dejar de lado la solemnidad para no traicionar a Ocampo. Quería dar como la puesta en escena de alguien cuando está en proceso creativo, situación en que se le aparece todo: el pasado, el presente, el futuro, el color que quiere crear, el color que quiere morir, el color que quiere ser joven, el color que quiere ser vieja. Me gustaba que el proceso estuviese puesto en distintas voces, que hasta hubiese una rusa porque Silvina Ocampo puede estar en cualquiera y todo es parte de ella también. La bailarina para mí es el personaje de la diva. Ernesto Schoo nos contó anécdotas: por ejemplo, ella apoyaba la mano en el dintel y comunicaba: “las hormigas se comieron el azúcar. Todo porque no tenía azucarera”.
–¿Las fotos que puede ver el público forman parte de la escenografía?
–Las fotos que se exponen adelante, en una repisa, son de Julia Méndez Ezcurra, una extraordinaria fotógrafa que falleció hace unos años, que le hizo una larga sesión de fotos una tarde a Silvina. Y esas imágenes son muy personales, únicas, un material inédito también. Se la puede ver como nunca se la vio en el diario La Nación. No las expongo como un mausoleo sino como parte de sus efectos personales. Fotos que ella podría haber tenido en algún lugar.
–Decir poesía sobre el escenario, respirarla, interpretarla sin sobreactuarla, no es algo frecuente aquí, quizá por falta de entrenamiento.
–A mí Silvina Ocampo, su poesía, me convoca. Realmente me resulta inspiradora. Este es un trabajo con la palabra, que trata de mostrar todo lo que la poesía puede generar cuando está bien dicha. Como directora, este fue el gran desafío con las actrices. Para mí, se trataba de hacer un espectáculo de poesía que fuese una cajita de resonancia de palabras. Dijo Silvina: cuando pasen los siglos lo que va a quedar es el sonido de la palabra... Creo que es así, que las palabras son importantes, y que estos versos son llaves. Les comentaba a las actrices: si de todo lo que hemos dicho, una frase, una palabra queda resonando en aquel que vino, estamos cumplidas.
–Considerando las cosas bellas, originales, graciosas, conmovedoras que se dicen en Divagaciones, seguramente más de una línea quedará impresa...
–Es que ella se mete con temas universales: la muerte, la espera, la crueldad, el paso del tiempo, la soledad, la condición humana... Pide que no la juzguen. Dice: porque la vida no es tan viva ni la muerta tan muerta.
–Ella siempre es de una estimulante singularidad, retuerce lugares comunes, se sale del molde de su época, de su clase.
–Sí, porque es locarata, locarata. Y al mismo tiempo, su poesía es muy compleja, es rara, empieza muy bien, sigue medio raro, se dispersa, se olvida. Tiene un poema lindísimo que termina diciendo “no sé de qué quería hablar, pero de algo hablé”. Si sintonizás, es muy encantador y atrapante lo que hace. En el caso de los sonetos, se trataba de ir a la estructura de lo que es la acción de cada uno.
–Evidentemente, también te interesaba la musicalidad de este lenguaje.
–Claro, porque la meta era no solo lograr un trabajo sensible, sino también una afinación. Desde luego, trabajé mucho con la idea de partitura: momento celeste, momento amarillo, momento colorado, momento negro... Mismo con Tatiana.
–¿Todo eso sin dejar de lado el acento paquete, que se merece algún guiño?
–Hemos laburado la partitura como una totalidad musical. Además, claro, de la afinación en sus voces, en sus coloraturas de las actrices. Me doy mucha libertad con eso, me río mucho. Ese poema que dicen cuando me espían a mí, que estoy acostada, es divino, se llama La mujer sentada: “No te fíes de ella, no le pidas que se acerque a tu mesa, se va a convertir en tu peor enemiga...” Y termina: “Vas a admirarla tanto, que te sentirás incómoda y lesbiana”. Cuando contesto esto siento que encarno todas las voces imitadas y me causa mucha gracia. También creo que ella se habría divertido viendo Divagaciones. En su poesía, Silvina pide perdón por ser tan exagerada, o tan sufrida, o tan estúpida, o tan gratuita, o por no saber cocinar... Es capaz de meterse con temas muy hondos y después dice “no sé, si me sigo deprimiendo voy a tocar la guitarra”.
–Es notable cómo se ríe de ella misma, que alcanzara esa libertad indoblegable, esa honestidad consigo misma. A su manera, una marginal.
–Creo que marginalidad es la palabra. Honesta, por así decirlo, hasta en su frivolidad. En reconocer que tenía un tiempo para divagar toda una tarde. Para no pensar en nada o pensar en todo. Ella tenía una conciencia total de que la suya era una situación privilegiada, si es que había un privilegio. Nosotras fuimos una tarde de visita a Villa Ocampo, en San Isidro. Fue muy bueno estar en el escenario de su infancia. La idea era que todas, cuando hablábamos por ella, tuviésemos imágenes de verdad.
–¿Dónde conseguiste eras perfectas piezas de vestuario que no te hace ninguna modista hoy?
–Ah, esa es otra historia bastante literaria. La ropa me la va dejando una señora que vivía en la plaza Medrano y que ya no está, nunca supe el nombre. Además del encuentro tan insólito con María Marta y de la presencia de Tatiana, que crió a mi hijo y fue mi empleada durante cinco años, me pasó que el vestuario me cayera del cielo. ¿Viste el traje de la bailarina, el tapado de piel de la nena cuando sale al jardín? Todas esas prendas me las deja la linyera de la esquina, nadie sabe por qué. Quizás esa señora se dio cuenta de que aquí funcionaba un teatro. Una anécdota totalmente ocampiana. Me parece genial que la vestuarista sea la mendiga de la plaza.
–¿María Marta Guitart tenía alguna formación previa de actriz?
–No, fue pura intuición de mi parte. Ella es una chica que vive en José Mármol, que tiene una gran sensibilidad, que se dejó tomar por la poesía. Vivió diez años de subirse al colectivo con un parlante y recitar poemas. Nunca había actuado en un teatro. Y Tatiana, como te decía, forma parte de mi familia afectiva, ella escapó de Chernobyl, al principio nos comunicábamos casi por señas, mi hijo chiquito la entendía mejor.
–¿Milagros propicios en vez de adversos, como dice la propia Silvina?
–Claro que sí. Pero aparte de esos milagros, llegó a este estreno muy tranquila, después de todo un trabajo de hormiguita. A las actrices les insistí mucho en seguir laburando, profundizando. Si me habrán escuchado decir: ojo con esa frase, ojo con ese tono.
–Aclaremos que no se trata de un Cortamosondulamos 2.
–Para nada, aunque detrás también esté el espíritu de Silvina Ocampo. Pero Divagaciones es otro color, toca otras notas. Y estoy muy contenta con estas notas. Al revés de lo que dice Silvina, yo creo que en el teatro se puede divagar cuando te juntás con la gente apropiada y convocás a un autor, y el ángel baja. Porque la poesía es como una oración, tiene alguna conexión. Mi gran tema era que el espectáculo no fuese encorsetado, solemne. Nada de citas célebre dichas por cinco chicas. Tampoco es una pieza biográfica, no. Es de versos, y esto se advierte en el fraseo de todas.
–De una habitación doble de la obra anterior pasamos al patio, luego de atravesar un cuarto que se convierte en un segundo plano escenográfico.
–Me gustó transformar la casa, desarmar la peluquería, que se vayan esos colores tan verdes, tan cursis. Pinté el patio, bajé los colores para que sean más tierra, más el violeta que remite a los poemas. Me ayudó un arquitecto amigo que es un artista.
–Diseñaste el plano de Divagaciones que figura en el programa de mano, ¿hay algún modo de empleo para esta especie de electrocardiograma poético?
–Ahí está la totalidad de la estructura, los momentos amarillo, los celestes, los grises... Y los distintos aires: aire Ocampo, aire sin umbral, aire de oscuridad... Hay bajos y altos. Y están los colchones que siempre tienen los momentos amarillos, que acolchonan las palabras que son la voz cantante de la poesía. Detrás aparecen, como un bajo, onomatopeyas, cosquillas, locaratas. Una dice “primavera” y las otras “ha, mmm, ay”. El aire Ocampo para mí es celeste, de asociación libre, de divagación, donde una palabra va llevando a la otra, y la reflexión uno a la dos y a la tres... Es eso, sí, un electrocardiograma poético. £
Para el público en el estudio La Maravillosa, Medrano 1360, sábados y domingos a las 20.30, a $12, reservas en el 4862-5458.