SALUD
Cuerpos marcados
La oferta de métodos más o menos cruentos para acomodar el cuerpo a lo que se supone bello –por estos tiempos, que se vean las costillas pero que reviente el corpiño– ejerce presión sobre las mujeres al punto de que se puede dejar la vida en uno de estos tratamientos. No se trata de no hacer lo posible por sentirse linda, se trata de no dejar la vida en el intento.
Por Luciana Peker
¿Hay algo peor al vacío después del sexo vacío? ¿Al silencio de querer irse o que se vaya? ¿A saber que las pieles no son bienvenidas en el remanso de las pieles? ¿A cuando acabar no es otra cosa que realmente acabar? En fin, a ese instante donde la montaña rusa se convierte en un viaje en subte y el diccionario de lugares comunes dice que los hombres, ahí, justo ahí, prefieren pizza, fútbol o control remoto y que las películas que filman el diccionario de lugares comunes dicen que el sueño del pibe –poeta el pibe– es tener un botón que eyecta a las mujeres de la cama, cuando la cama deja de ser un lugar de roces sobreentendidos.
¿Hay algo peor? Sí, por lo menos, para la serie Nip/Tuck que mostró a un hombre (Christian Troy) que acaba de conquistar a una chica bonita, que acaba de hacer el amor con ella, que acaba de acabar con ella y que no tiene mejor idea que rellenar el vacío rellenando el cuerpo de ella -perfecto a la vista– con cruces marcadas con rouge de labio con todo lo que él –cirujano plástico– podría hacerle, podría mejorarla, podría construirla, podría perfeccionarla, podría hacerla suya, tan suya como en el lenguaje de amor-posesión de las telenovelas, mucho más suya que en el ir y venir de los cuerpos efímeros. “Cuando dejes de preocuparte por alcanzar la perfección estarás muerta”, la crucifica a una segura visita al quirófano Christian antes de irse.
¿Hay algo peor para una mujer que le digan que no es linda y que además no es linda porque no quiere, no decide, serlo? Claro que sí, que hay cosas mucho peores. Sin embargo, en el imaginario de las mujeres modernas de clase media para arriba, la belleza (o, mejor dicho, la gordura, la flacidez, la celulitis, las arrugas como sinónimos de no belleza) funcionan como talón de Aquiles de la independencia. Las mujeres siguen siendo –o lo son ahora más que nunca– dependientes sino de otros, de la imagen propia que de sí mismas tienen los otros.
Y el rouge de Nip/Tuck como bisturí es una buena metáfora. Marilyn (que para los cánones actuales no sería una sex symbol sino una gordita) dormía con Chanel número 5 y el símbolo de su seducción era su desnudez, la gracia natural de su exuberancia, contar con que los caballeros las prefieren rubias –una inocencia a esta altura de los mandatos corporales–, un lunar por encima de los labios y los labios remarcados en rojo.
Sin embargo, ahora, con ese mismo rojo, el cirujano tacha el cuerpo desnudo de su amante, que ya no seduce por sí solo y que ya no hay que resaltar: hay que cambiar. Porque ya no hay que pintar los labios, ahora hay que agregarse. Ya no hay que ser, ni parecer, ahora hay que hacerse de nuevo.
La lipo o la vida
La serie norteamericana estuvo a punto de ser levantada del aire por las queja de la American Society of Plastic Surgeons por el supuesto sensacionalismo de las emisiones, en donde, por ejemplo, se muestra con crudeza una liposucción. Un plano corto muy poco motivador. Aunque real. Porque una liposucción es una operación. Tan riesgosa –ni más ni menos– que cualquier otra operación. Pero que, por ser un procedimiento estético, muchas veces se toma como un procedimiento menor.
La muerte de Catalina Alvarez Rodas, de 43 años, y mamá de una nena de seis, el lunes 13 de septiembre, alertó sobre los riesgos de estas cirugías. Los riesgos que empiezan por la obsesión por la belleza –Catalina tenía un cuerpo absolutamente armónico, pero le molestaba tener un poco de grasita a los costados– y que siguen por minimizar las cirugías.
“Yo no sabía que mi mujer iba a operarse. El día que murió la despedí por la mañana, cuando llevó a nuestra hija al colegio. A las dos de la tarde hablamos por teléfono y todo parecía normal. Seguro que me quería dar una sorpresa y por eso no me dijo nada de la operación”, le dijo a la revista Semana, su marido, Gustavo Fabiano.
Catalina se operó con una médica –Andrea Gerzstein, de 30 años, ahora procesada– no reconocida como cirujana y en una casa del barrio de La Paternal que ni siquiera estaba habilitada como consultorio, según el Ministerio de Salud. “Tampoco hay que asustar a la gente; la liposucción no mata, lo que mata es la imprevisión médica –diferencia Juan Carlos Rodríguez, médico del Servicio de Cirugía Plástica del Hospital Garrahan-, antes de operarse la gente tiene que averiguar quiénes son los profesionales reconocidos por las sociedades de cirugía plástica”.
Juan Carlos Seiler, cirujano plástico del Hospital Alemán y presidente del Noveno Simposio de Cirugía Plástica, destaca: “Las intervenciones tienen que hacerse en un medio adecuado. Una cosa es un departamentito y otra un sanatorio donde, si surge un inconveniente, se puede solucionar inmediatamente”. “Nadie debe ir al quirófano sin saber que está en condiciones –advierte la especialista en medicina estética Agustina Capellino–; el médico siempre debe pedirle al paciente algunos estudios básicos, como un examen de sangre que incluya un coagulograma y algunos análisis específicos en personas con diabetes o alergias. También es necesario contar con un cardiograma para reducir el riesgo quirúrgico”.
¿Hay que criticar cualquier cirugía? El riesgo es caer en un discurso autoritario sobre las decisiones de las mujeres en su propio cuerpo, el mismo cuerpo con el que pueden tener sexo, tener (o no) hijos, hacerse un pearcing, ponerse aros o sacarse las bolsas de los ojos. El derecho a disponer de los avances de la medicina para sentirse bien físicamente no tiene por qué ser absolutamente demonizado. Es, o debería ser, como muchas otras cosas, una decisión personal. Aunque, sin duda, la frivolización de las cirugías y, además, el autoritarismo de la imagen que somete a las mujeres a una permanente degradación son, y deben, ser puestos en objeción.
El quirófano de la tarde
La agenda de los programas de la tarde agregó a su item de romances, separaciones y aventuras un nuevo rubro: operaciones. El 21 de septiembre Amalia “Yuyito” González anunció: “Me voy a reflorecer como la primavera”, y con anteojos negros y la promesa de sacárselos en un mes anunció que partía rumbo al quirófano a hacerse una lipoaspiración y retoques en la cara. Las intervenciones quirúrgicas están absolutamente naturalizadas en el rubro ricos&famosos, lo cual podría ser intrascendente si quedara enmarcado en el relato de datos intrascendentes, justamente, para pasar la tarde. Pero hoy no es así.En principio, porque las exigencias que se les hacen a las modelos llegan a otros rubros. Una actriz sin tetas o una periodista con kilos de más tienen menos posibilidades de trabajar. Y no es sólo un filtro para las profesionales que viven de su imagen sino un reflejo de la imagen que la sociedad les exige a las mujeres. “Las presiones estéticas en la televisión son una gran injusticia. Hay más presiones para las mujeres que tienen que estar siempre espléndidas, flaquitas, impecables, que para los hombres. Y en el caso de las periodistas es más injusto todavía –declaró Miriam Lewin, ex conductora y ahora columnista de Punto.Doc—. Yo lo vivo como un esfuerzo adicional y me parece injusto, pero también la sociedad en general tiene estas presiones.”
Pero, además, el modelo de las modelos, en la era de las cirugías, se volvió tiránico e, incluso, perverso, porque las modelos no son las ya arcaicas actrices fetiche, o sea, lindas. Ahora representan en masa –no como excepción, sino como ejército– una construcción de ideal de belleza que, en general, es imposible: ser extraflaca y exuberante. Antes el modelo de mujer italiana –Sofía Loren–, con formas, se contraponía a la camada de Twiggys, flacas, aunque con poco que mostrar. Y, en general, cada mujer tenía lo suyo, más cerca de la delgadez (discreta en formas), o de la sensualidad (indiscreta en carnes). Pero ahora modelos como Dolores Trull, Natalia Fassi (y la lista sería interminable) muestran un cuerpo esquelético con un escote desbordante. Una ficción convertida en regla general a tal punto que Valeria Mazza parece un valuarte de la autonomía femenina por negarse a operarse las lolas.
El cirujano plástico Juan Carlos Rodríguez enfatiza: “Desde los medios de comunicación han colocado en un lugar muy importante tener un busto grande. El mensaje con el que bombardean todo el día es que si tenés muchas lolas tenés trabajo, ganás lo que gana fulanita y conseguís novio. Por eso, todas las chicas vienen a los consultorios pidiendo un cuerpo como el de las publicidades y quieren hacerse una lipo para estar flacas y ponerse siliconas para estar sexies”.
La historiadora Karina Felitti, integrante del Centro de Estudios de la Mujer y profesora en Ciencias Sociales en escuelas secundarias, remarca: “En las escuelas intentamos analizar publicidades y fomentar el debate acerca de los modelos que promueven para que los y las jóvenes desnaturalicen los mandatos y los piensen como productos de distintas circunstancias históricas y sepan que hace una década el talle ideal era otro, que hace siglos los varones usaban peluca y se empolvaban la cara y que estar bronceado era símbolo de pobreza, ya que los campesinos estaban al sol y los más nobles lo evitaban”.
Pero los medios llegan más lejos. A nivel mundial, están los Big quirófanos donde los televidentes-participantes se operan en vivo y en directo. Extreme makeover (Recambio extremo) tuvo tanto éxito en Estados Unidos que cosechó 13 millones de espectadores y cerca de siete mil personas que se anotan cada año para participar de los castings. Otro programa similar es The Swan. Pero las dos series son criticadas por hacer exactamente los mismos procedimientos en todos los telepacientes. El cirujano plástico Paul Loren, de Nueva York, objeta: “A todos les hacen un implante de mentón, a todos les levantan las cejas y a todos les engruesan los labios”.
En Argentina conocemos bien el fenómeno de los clonados en quirófano, por los parecidos entre Zulema Yoma, Adriana Aguirre, Adriana Brodsky, Claudia Cordero Biedma, etcéteras de rubias, que parecen todas cortadas por la misma tijera. El cirujano Seiler destaca: “Hace unos años la tendencia era que todos tenían que ser iguales a fulanita de tal: labios hinchados, pómulos salientes, caras estiradas. En cambio, la tendencia actual es que las mujeres tengan un aspecto natural, hacer cirugías más discretas, adecuadas a cada persona”.
Belleza natural
En el contexto actual, el marketing de la belleza como reafirmación del cuerpo propio –y no como reformulación– ya es un paso adelante. Y si bien la Argentina es permeable a avisos tan engañosos como “Traé el cuerpo que tenés y llevate el que querés”, también, en los últimos tiempos, algunas empresas de cosmética detectaron que la estrategia de proponer un equilibrio entre respeto y belleza puede dar buenos resultados.
En la Encuesta Global de Avon 2003, realizada a 21 mil mujeres de 24 países –incluida la Argentina–, el 84 por ciento consideró que “cómo se ven” es una parte importante de “quiénes son”, pero sólo el 7 por ciento se había hecho una cirugía estética y el 77 por ciento de las mujeres no tenía pensado pasar por un quirófano en el futuro. Eso sí, las mujeres latinoamericanas tenían mejor imagen de las cirugías que las mujeres de Asia.
Pero este tema es tan difícil de abordar –tal vez porque no existe una contracultura estética que ofrezca a las mujeres una alternativa al modelo único de belleza– que, extrañamente, es una ex modelo, con pretensiones de gurú new age, Tini de Boucourt, la mayor cruzada anticirugías. “No me voy a operar, ni a ponerme botox, ni colágeno –sentenció Tini, autora del libro A cara lavada—. Veo a mujeres que las conocía y ahora no las reconozco. Quiero morirme siendo yo”. “Me operé las lolas a las 21 años, cuando estaba totalmente preocupada porque me quieran y pensaba que la sexualidad pasaba por tener buenas lolas. Hoy no me hubiera operado ni loca. Pero ya está. Tampoco es que estoy en contra de un retoque. Aunque habría que bajar el nivel de artificio de la Argentina, donde hay mucho miedo a envejecer, a morir, a no pertenecer a ese uniforme que no es deseable. A mí ya no me miran como me miraban antes, yo era una adicta a que me miraran. Pero ahora me moriría si me cambio la cara. Por eso, me encantaría poner de moda las arrugas.”
La psicóloga Ana María Fernández reflexiona: “Hoy se vive una ficción donde el mundo de los incluidos no acepta ningún límite y creen que pueden elegir todo, incluso, no envejecer. En el fondo de esta tendencia hay una estrategia para huirle a algo insoportable como es la muerte”.
En la búsqueda de alternativas a las presiones imperantes, en la próxima Agenda de las mujeres, Susana Gamba va a poner una fecha contra la tiranía de las sugestiones calóricas. “En la Agenda 2005 tomé por primera vez el ‘Día antidietas’ que conmemoran las inglesas denunciando públicamente el mandato que implica contra la autonomía y libertad, como parte de una cultura patriarcal que define un modelo ‘universal’ de belleza con todo lo que eso implica: anorexia, bulimia, depresión, frustración... no poder alcanzar nunca ese modelo que nos encarcela y oprime”, define la comunicóloga y presidenta de la fundación Agenda de las mujeres.
Aunque Susana también se corre de la facilidad del discurso abstracto e intenta impregnar con realismo su pensamiento crítico: “No quiero ser tampoco una ‘purista’ que está contra todo. Sin duda, esta cultura nos atraviesa y todas, o la gran mayoría, queremos ser bellas y delgadas. Es muy difícil escaparnos de esos designios”. Y una anécdota corporiza estas contradicciones. “Recuerdo una cena, hace poco, en la casa de una amiga feminista, que nos comentaba sobre una mujer que había sido muy hermosa, sensual y que ahora estaba tan rara, dejada. ¿Y cuál era en realidad el problema? Y era que tenía un cabello largo, todo canoso. Se la veía con canas y sin pintarse, pero ella estaba muy feliz. Qué difícil, ¿no? -cuestiona Susana Gamba–. Yo admiro a las mujeres que curten canas sin cubrirlas y muestran sus arrugas con orgullo y sus rollos con hidalguía. Aunque, por supuesto, lo último que pretendo es juzgar a las mujeres que quieren –queremos– ser más lindas... el dilema es que eso no se convierta en una obsesión que nos esclavice.”