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Viernes, 15 de octubre de 2004

Mujeres hasta en la sopa

Aun cuando se podía leer cierto espanto en los ojos de quienes pretendían cumplir con el rito tan mendocino de tomarse un fernet en los bares de la peatonal y se encontraron con un mar de mujeres pidiendo agua para el mate, lugares para conocer a las apuradas, piolas para atar las banderas y baños disponibles –los químicos sufrieron el ataque ya mencionado hasta el hartazgo–, hubo quienes festejaron esa luz que se desprendía de tantas chicas y no tan chicas juntas. Así, desde los negocios del centro de la ciudad llegaron algunas mujeres que no habían pensado en participar y de pronto se encontraban contando sus experiencias en ruedas silenciosas y sedientas de palabras. Pasó en los talleres de abuso infantil –siete– y de violencia –hubo seis–, donde a pesar de que se escuchó el valor de la familia por sobre la necesidad de expulsar del hogar al golpeador, hubo tiempo para mirarse en otros ojos y entender que lo que parecían situaciones aisladas era un problema de muchas. “Tres cada cinco”, dijo Soledad Muñoz, presidenta de Amnesty Internacional en Argentina, para graficar las dimensiones de la violencia de género que atraviesa las clases sociales y la geografía, en cuanto pudo hacer un alto en la indignación que le causaron las intervenciones violentas “que sólo pueden verse en el contexto global de esta problemática”.
Hubo también otros talleres que pudieron abstraerse, a medias, del conflicto: en Mujeres Adultas Mayores, las ídem pasaron la mañana del domingo sin poder ocultar las carcajadas que generaba la conversación sobre novios, relaciones sexuales, las expectativas de las viudas y el amor como un derecho básico. Trabajo, desocupación, partidos políticos, fábricas recuperadas, fueron temas que también se pudieron tratar a pesar de que se podía olfatear cierto discurso bajado desde alguna cúpula partidaria que impedía el debate. Y en los de Sexualidad también hubo tiempo para consensuar la reivindicación de la masturbación como una posibilidad de reconocimiento del propio cuerpo y como fuente de placer para compartir en pareja, punto que cuando fue leído a voz en cuello mientras los fundamentalistas intentaban desconectar el sonido, hizo poner colorados a los que desprevenidamente pasaban por la plaza Independencia. Y de pronto eligieron quedarse.

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