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Viernes, 10 de diciembre de 2004

TEVé

Que el Cielo la juzgue

Hace diez años, Carina Zampini hizo en la televisión a una villana tan villana que continuó en otra tira, y después –con la misma calidad– interpretó a chicas de buena entraña. Pero este año volvió con Ana, la rencorosa hermana de Clara en Padre Coraje, y la repercusión fue fulminante. Tanto que ahora que se convirtió y está casi en olor de santidad por avatares novelescos, extrañamos sus felonías.

 Por Moira Soto

Hace apenas un par de semanas, después de tratar de quemar a su hermana Clara –última de una serie de bellaquerías milagrosamente frustradas–, Ana apareció en pantalla con un vendaje en forma de casco blanco que, mediante una tira en diagonal sobre la cara, sólo dejaba ver un ojo y la boca chamuscada. Impresionante. Pero, ay, esta máscara duró lo que un suspiro y marcó el comienzo del fin de la maldad de Ana. Ya no más perrerías, intentos de terminar para siempre con Clara, la buena que sin proponérselo le robó el afecto de su madre y, en el curso de la novela, el amor del padre Juan, alias Coraje (en los documentos, Gabriel Jáuregui).
“Cuando somos malas y malos, somos mucho mejores”, podrían decir, parafraseando a Mae West, Ana, Costa y Nora, encarnaciones del Mal en la exitosa tira Padre Coraje. Exitosa pese a lo que dice Ibope –20 puntos promedio, con algunos picos de 23, 24– porque no hay más que hacer una encuestita personal para comprobar que es muchísima la gente que sigue esta telenovela, a fin de cuentas la única producción con alma de folletín en horario nocturno. Del mentado trío maléfico se ha bajado recientemente Ana, otra memorable creación de Carina Zampini, mientras que el perverso Costa del relevante Raúl Rizzo y la psicótica perdida Nora, interpretada con fruición por Mercedes Funes, siguen en la senda de la trasgresión del Bien. Hay otros personajes en Padre Coraje que se balancean entre uno y otro bando, casi siempre siguiendo los dictados de la pasión amorosa. E incluso el propio protagonista, versión criolla de Robin Hood cruzado con el Llanero Solitario y el Zorro, tampoco es trigo totalmente desprovisto de cizaña.
Hasta hace poquito, entonces, Carina Zampini fue una mala tan buena que hacía desear su presencia en pantalla. Su Ana hizo llorar a una imagen de la Virgen, preparó varias escenas para el crimen y últimamente estuvo a un tris de usar las agujas de tejer, no para hacerle batitas al bebé que espera Clara sino con la idea de provocarle un aborto... Sin embargo, esta chica malquerida, enamorada del presunto cura que quiere a su hermana, influida por la aviesa Marcia, fue dejando caer pistas suficientes como para que su actual beatificación no resulte tan traída de los pelos (“Yo no soy peligrosa, padre. Yo me desespero y a veces hago cosas desesperadas, pero ya le demostré que puedo ser la mujer más buena del mundo”, decía Ana hace varias semanas, antes de que se iluminara su camino de Damasco). En estos días, la hermana de Clara entregó su virginidad a Darío (“me amó, me acarició, me hizo mujer”, le informa a la desconcertada Marcia) después de que su rostro quemado mágicamente recuperase su tersura.
Que la grabación se atrase y haya que dejar la nota para otro día, y que además te roben el grabador a dos pasos del bar y que a nadie se le mueva un pelo para ayudarte, te pueden dar ganas de mandar la nota al diablo. Pero si se presenta Carina Zampini sonriendo dulcemente, vestida con tonos pastel y con aureola de santa recién descendida del altar y se disculpa con gentileza, ofreciéndose a hacer la entrevista por teléfono, las cosas cambian. Sobre todo después de haber disfrutado tanto con su composición. “Soy de trabajar relajada, a mí no me genera ninguna tensión hacer situaciones de mucho dramatismo o muy comprometidas. Para nada”, dirá la actriz al día siguiente. “De hecho, me cargan en el trabajo porque puedo estar interpretando una escena tremenda, se corta por un momento la grabación y ya estoy riéndome de algún chiste mientras me caen las lágrimas porque tengo que sostener una situación para continuar grabando. Nunca me quedo cargada ni contracturada. Creo que nuestro trabajo es representar, si todos esos momentos de dramatismo los pasáramos a la vida, nos morimos. En general, cada actor trata de encontrar el método que mejor le sirve. Pero pienso que no se puede estar diez, veinte años dedicada a la actuación y recurriendo a la memoria emotiva todo el tiempo, porque si mezclás cosas personales con el laburo, después sí te cuesta desengancharte y te afecta personalmente.”
–Padre Coraje es una tira con alta densidad de villanos y villanas, que permitió el lucimiento de sus intérpretes. Tu Ana, en particular, aunque ahora se dio vuelta a la bondad y despegó de su encaprichamiento por el galán, resultó una mala bien matizada.
–Sí, de pronto hubo muchos malos distintos, con rasgos interesantes. Los autores propusieron sus creaciones desde el libro y supieron aceptar nuestras ideas respecto de la actuación. De esta manera, en cada uno de los villanos encontramos vetas distintas para laburar. Mi personaje era una mala que podía inquietar pero a la vez generó bastante compasión.
–¿Una villana con motivos para tomarse la revancha?
–Sí, a Ana se la describió desde el vamos con toda una historia que la había llevado a ser muy resentida: inválida, en silla de ruedas por un abandono de su familia, criada por su nana Marcia, pero sintiéndose muy sola y alimentando rencores durante años. Ana no era una mala convencional, de una sola pieza, por eso ahora se puede volver buena en un punto. La gente entendió esto enseguida y pese a sus arrebatos destructivos, siempre noté que defendía mucho este personaje, le daba bastante la razón en sus quejas y acusaciones.
–Pero no se puede negar que Ana llegó a extremos terribles, con mucha iniciativa para tratar de hacer daño: Clara podría estar bien muerta hace rato.
–Sí, planeó cosas terribles. Sin embargo siempre mostró la dualidad del arrepentimiento, y sobre todo esta situación de que ella se veía como arrastrada a ciertas acciones, casi contra su voluntad, como si no le quedara otra. Además, Marcia la creó y la crió a su imagen, le pasó todas sus broncas, sus miedos, sus negaciones a esta pobre chica que vivió a su sombra. Pero también Marcia fue la única persona que se ocupó de Ana durante mucho tiempo.
–¿Las ambivalencias y contracciones de Ana te resultaron un reto incitante a la hora de componer el rol?
–A mí como actriz, Ana me dio la posibilidad de mostrar muchas cosas desde la actuación por tratarse de un personaje multifacético. Entonces, pude trabajar el sufrimiento interior y también la alegría y el amor que le inspiraba el padre Juan; el afecto incondicional hacia su nana; lo que era capaz de hacer por la gente que quería y también por obtener lo que deseaba.
–¿La aprobación y el aliento que recibiste se deben también a que el público advierte cuando hay una buena actuación, con nobles recursos?
–El público es muy agradecido, y creo que en el caso de Padre Coraje ha sabido ver la entrega de todo el elenco, no sólo de mi parte. Porque en una tira se puede trabajar de taquito o haciéndolo lo mejor posible cada día. Creo que eso se dio aquí y la gente sabe reconocerlo, agradecer ese compromiso.
–El proceso de construcción de un personaje de tira, ¿exige una permanente apertura a su evolución a través de, en este caso, 200 capítulos?
–Bueno, sabés cómo se trabaja en una tira, el poco tiempo de que disponés para construir el personaje. Yo, personalmente, a la hora de laburar funciono mucho con la intuición. Lo primero que tuve en cuenta cuando me llegó el personaje y hablé con los autores fue que se trataba de un rol de otra época, por lo tanto las mujeres tenían otro comportamiento, se movían y hablaban de manera distinta de la actual. Además, como Ana estuvo un tiempo en silla de ruedas, tenía esa incapacidad, debía transmitir todo de los hombros para arriba. Esto que te digo, por supuesto, recibiendo los libros el día anterior, dos días antes, con tiempo acotado para estudiar la letra, preparar el personaje.
–Es infrecuente la economía y la exactitud con que actuás, sin descuidar nunca la interioridad de tu papel, pero lejos del énfasis o el subrayado.
–No es una cosa demasiado consciente en mí, debo decirlo. Te diría que yo lo que hago es tratar de abrirme, de entregarme y dejar aflorar el personaje. No estoy para nada pendiente de quedar bonita para la cámara, de que salga el mejor perfil. De verdad no le presto atención a estos detalles porque en general estoy más concentrada en el laburo que tengo que hacer. Y en este caso especial, confiando en que hay un montón de gente a favor, muy capaz. Por ejemplo, soy una persona que no chequea las tomas cuando se graba, no salgo corriendo al monitor para ver cómo quedaron porque, como te decía, confío mucho en el equipo de técnicos. Es bueno encontrar dónde poner el centro de energía, y no perderlo.
–Cuando te entregan un libro y te topás con situaciones atroces, como prepararle una trampa mortal a tu hermana, ¿cuál es tu primera reacción en nivel personal?
–Bueno, sí, ha habido situaciones muy fuertes que tienen que ver con el tipo de relato que es Padre Coraje. A varios nos pasa que ante determinados libros nos preguntamos ¿y esto cómo lo hacemos? Sobre todo considerando el tema de la rapidez con que se trabaja. Pero en el fondo, sabemos que lo vamos a lograr. Se trata de hacer creíble lo que nos toca por libro, situaciones límite en muchos casos.
–En otras palabras, que en la interpretación de una tira, la fe mueve montañas...
–Claro. Por supuesto, estamos hablando de un género con sus reglas y sus códigos, no es realismo ni documental. Hay una estructura, un estilo, un relato por entregas que debe sostener el interés casi sin respiro a través de los meses. Yo hago novela hace diez años y más o menos voy entendiendo y aceptando el código. Pero también es cierto que a los actores nos pasa mucho eso de querer conocer las motivaciones, funcionamos un poco de ese modo. En la novela, hay que controlar esa tendencia y adaptarse sin descuidar la interpretación, que ofrece sus dificultades específicas. A veces estamos grabando con diez libros abiertos. Con lo cual podemos tener que hacer escenas del último capítulo recibido y luego escenas discontinuas de capítulos anteriores. Y hay que resolver cómo elaborar la coherencia emocional con esos saltos en el tiempo.
–¿Qué tienen los personajes de las villanas para magnetizar tanto al público? Vos quedaste marcada por tu primera malvada, aunque hiciste personajes digamos normales en Gasoleros, Franco Buenaventura. ¿Las malas liberan la parte oscura y negativa de la gente?
–Las malas son necesarias: no existiría la heroína de no haber una mala de por medio, y lo mismo se puede decir del galán y el villano. Son antagonistas, esto se articula así. Las malas tienen el poder de hacer brillar la bondad, y resultan personajes muy agradecidos por su naturaleza: son activas, inteligentes, provocan, dominan, generan situaciones de riesgo, de suspenso. La heroína está más a la defensiva, es más previsible en cierto modo. Es cierto lo que decís del efecto villana: yo hice a Carla Lucero hace diez años, en el medio me tocaron tres heroínas, ahora volví con una mala y la gente en la calle me habla de aquella Carla y de la Ana actual. Y también me mencionan a Costa, a Norita, a los malos.
–Y si tomamos ese culebrón que fue Lo que el viento se llevó, ¿de quién nos acordamos?, ¿de Melanie o de Scarlett O’Hara? De todos modos, ¿hay que animarse a hacer una mala?
–Sí, en el sentido de que hay que dejarse llevar, no tener el prejuicio de que te van a confundir con el personaje, mandarse realmente. Claro que también es bueno hacer cosas distintas, no encasillarte, probar distintos roles. Pero sin duda, es maravilloso haber pasado por la tele y haber dejado un personaje marcado en la memoria de la gente, con la cantidad de tiras que se hacen por año, con los nuevos personajes que van surgiendo y los muchos actores que los interpretan. Que de pronto un personaje deje una huella tan profunda es un privilegio, un premio.

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