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Viernes, 10 de diciembre de 2004

TRABAJO

El mapa de la fragilidad

Una huelga general convocada en Madrid en 2002 se abrió como una pregunta para un grupo de feministas españolas y migrantes que anduvo de boca en boca a modo de encuesta. ¿Era ésa una herramienta que podían usar las mujeres contratadas por horas en un supermercado o en el trabajo doméstico? Así, preguntando a la vez que se trazaba un recorrido por la ciudad surgió el colectivo Precarias a la deriva que hizo público el conflicto de la precariedad y su conexión con los cuidados y la sexualidad.

Por Veronica Gago Desde Madrid

Dibujar de nuevo el mapa de la ciudad. No desde cualquier lugar. Trazarlo desde los recorridos diarios de las mujeres que trabajan en negro, de las clandestinas y las flexibilizadas. Descubrir esa precariedad femenina que no distingue entre el trabajo y la vida. Este fue el proyecto inicial del grupo de feministas de Madrid Precarias a la deriva, un colectivo sin un número fijo de integrantes donde se cruzan españolas, ecuatorianas y argentinas, que prefieren abandonar el nombre propio para ser fieles a la multiplicidad de voces que compone sus trabajos, y que tienen su base de apoyo en la casa okupada de mujeres La Eskalera Karakola.

Todo empezó el 20 de junio del 2002. Los sindicatos habían llamado a una huelga general. Sin embargo, el grupo que se conformaría como Precarias... estaba con la sensación de que esa huelga no las incluía, que esa convocatoria no las tenía en cuenta ni a ellas ni a muchas otras. “Francamente no nos veíamos con cuerpo para increpar a una precaria contratada por horas en un supermercado o para cerrar el pequeño comercio de frutos secos de una inmigrante”, señalan ellas, para recordar la estrechez que las incomodaba con la idea de huelga general. Estaba claro que “una huelga tradicional margina, desde sus presupuestos hasta sus formas de acción, a los trabajos precarios cada vez más extendidos. En sí la huelga no le hablaba al trabajo flexible, especialmente menos al femenino y migrante”, agregan. Este sentimiento se tradujo en una hipótesis de acción: si se comprobaba el desfasaje entre la experiencia de trabajo de miles de mujeres y la práctica de lucha propuesta desde los sindicatos había que pensar una nueva forma de protesta. Pero no tenían ninguna idea al respecto. Decidieron entonces aprovechar la misma jornada de huelga para hacer un piquete-encuesta a las mujeres que ese día trabajaban y andaban por la calle. Allí surgió la pregunta-consigna: “¿Cuál es tu huelga?”, que prefirieron hacer en movimiento, sustituyendo la entrevista clásica por los recorridos urbanos. Fue así que construyeron una versión propia de la técnica situacionista de la deriva, es decir, del tránsito ininterrumpido por diferentes ambientes físicos y psíquicos como modo de conocimiento y narración, de trayectoria política, de investigación sensorial. “Al plantear a algunas compañeras esto de preparar una deriva insistíamos especialmente en el hecho de no llegar sólo a los sitios de trabajo actuales o pasados, sino en la posibilidad de entrelazar los sitios y ver qué pasaba. Así, acabamos incorporando en nuestro recorrido calles, casas, empresas, medios de transporte, supermercados, bares, comercios y sedes sindicales. Optamos por el método de la deriva como forma de ir hilando esta red difusa de situaciones y experiencias con vistas a producir una cartografía subjetiva de la metrópoli a través de nuestros recorridos cotidianos”, relatan. Esa deriva finalmente acuñó una definición de las propias Precarias...: “En nuestra particular versión, optamos por cambiar la deriva aleatoria del flâneur, tan propia de un sujeto varón burgués y sin compromisos, por una deriva situada que recorrería los espacios cotidianos de cada cual, manteniendo el carácter multisensorial y abierto del acontecer. La deriva se convierte, así, en una entrevista en movimiento atravesada por la percepción colectiva del ambiente”. Salieron por la ciudad con una cámara de fotos, una de video y un bloc de notas. Y decidieron empezar por cinco sectores que identificaron como paradigmáticos de la precarización del trabajo femenino: el trabajo doméstico, el telemarketing, la traducción y enseñanza de idiomas, la hostelería y la enfermería social. En cada deriva, las acompañaron distintas mujeres, a veces compañeras del propio grupo; otras, conocidas o amigas: “Nos interesaba el punto de vista de quienes nos guiaban, cómo definen y experimentan la precariedad, cómo se organizan diariamente y cuáles son sus estrategias vitales a corto y largo plazo, cuáles sus expectativas; sin obviar, en este proceso, el diálogo y la complicidad que se produce durante nuestro encuentro”, explican. La marca de cada deriva es imborrable: “Ya no hay vuelta atrás. Una vez en casa, la cabeza sigue bullendo hasta la próxima cita”.

La labor de recorrer y acompañar los itinerarios de las trabajadoras precarias ha quedado plasmada en el libro A la deriva por los circuitos de la precariedad femenina (y audiovisualmente en un dvd) donde el nombre del colectivo se confunde con el título del trabajo, con un doble efecto: a la vez que diluye la autoría de la investigación (verdaderamente coral y polifónica, tramada entre muchas), pone de relieve que la precariedad más que un adjetivo del trabajo es un modo de la existencia actual. El libro está confeccionado como un tapiz de relatos, crónicas, entrevistas y conceptualizaciones que teorizan lo que las derivas van volviendo visible.
De andar la ciudad de la mano de prostitutas, enfermeras, domésticas migrantes aparece un denominador común: la privatización de los cuidados y de la atención ocupa un lugar fundamental para entender el nuevo papel del trabajo de las mujeres. Especialmente en el marco de lo que se ha denominado la inmaterialización del trabajo, en referencia a que buena parte del trabajo consiste hoy en la producción ya no de productos y objetos, sino de valores que no tienen una consistencia material, tales como la producción de afectos, de cuidados, de atención personalizada y la gestión misma de relaciones y vínculos. Estos valores –asociados clásicamente a lo femenino– ocupan un lugar central en un capitalismo hegemonizado por la lógica de producción de servicios, donde la manipulación de sensaciones y sentimientos se vuelve un recurso fundamental (de allí la imagen de la “feminización del trabajo”).
El hecho de trabajar con los afectos pone el cuerpo al centro de la escena: “La fusión en el cuerpo, de vida y trabajo es un hecho normal para muchas mujeres que trabajan de cara al público, por ejemplo en el comercio, la hostelería y el nuevo trabajo administrativo, en el que se entremezclan papeleo telemático y atención al cliente. El deseo de gustar (a una misma y a las demás), un deseo poderosamente domesticado en las mujeres, es aquí recuperado para el control laboral difuso y la producción de una subjetividad basada en la entrega sin condiciones”, precisan. En cambio, para el caso de las trabajadoras migrantes “nada en el trabajo doméstico, incluso en el de cuidado y la enfermería, pasa por el autocuidado, nada que no sea la capacidad de la trabajadora para aguantar y preservar su herramienta más necesaria, que es su propio cuerpo, y la entereza ante la enorme tristeza de lo que se dejó atrás”. El estrés, el agotamiento físico y la depresión son las marcas más comunes del mapa que emerge de estas cotidianidades hechas cuerpo. En el testimonio de Mari Paz, una enfermera madrileña, queda claro: “Trabajando para la gente una pierde los propios límites con respecto al trabajo y funde sus energías y sus emociones en un ejercicio de sociabilidad continua y comprometida que presta una importancia menor a la mediación, en este caso estatal, que existe en el centro de salud...”.

La precariedad femenina también se deja ver en los nuevos circuitos de la globalización: el trabajo sexual en España es protagonizado cada vez más por trabajadoras latinoamericanas, asiáticas, de Europa del Este o del Africa subsahariana. En esta misma tendencia se inscriben el matrimonio o turismo sexual. Las cuidadoras de ancianos y niños son también migrantes en su mayoría. Un efectivo “trasvase de sexo y afecto en dirección sur-norte” es lo que subraya el trabajo de Precarias... Todas situaciones donde las limitaciones de legalidad y movilidad (no tener papeles, quedar embarazada, tener una presencia ‘inapropiada/ble’ por color de piel, por transexual, por constitución física, etc.) se traducen en desventajas: de modo que la feminización del trabajo refuerza las jerarquías sociales ya existentes en el patriarcado y el orden racista legado del colonialismo”, insisten. Así, se arman verdaderas cadenas de movilidad-inmovilidad. “En el entretejido de la cadena de cuidados, habita una tensión entre extremos, dejando al descubierto cómo unas son más móviles gracias a la inmovilidad de otras”: la migrante viaja gracias a que una se queda en su lugar (usualmente un familiar no remunerado: la abuela o hermana mayor) y la contratante del Norte puede ir a trabajar gracias a la permanencia de la cuidadora remunerada en su hogar.
Estas elaboraciones se han nutrido de los talleres que las Precarias... bautizaron “Cuidados globalizados. Amas de casa, chachas, señoritas y cuidadoras en general” que realizaron en tres sesiones en la Escalera Karakola durante el 2003. Surge de aquella reflexión colectiva un continuum que llaman “cuidado-sexo-atención” y que condensa los recorridos del trabajo de las mujeres y delimita un modo de pensar y vivir el tiempo, el espacio, las fronteras y la movilidad, el conflicto y las jerarquías, el cuerpo y los lazos sociales.

El trabajo de Precarias... insiste en cartografiar la precariedad femenina para identificar vías de acción política. Contra la privatización de los cuidados se abre todo un repertorio de prácticas: “Frente a los discursos securitarios y criminalizadores de izquierda y derecha tenemos que tematizar el cuidado como un bien colectivo”, proclaman. Otro de los objetivos explicitados es producir espacios de encuentro contra la fragmentación y la soledad de las vidas rotas por la flexibilidad y la desesperación: “Esto supone construir y sostener alianzas”, explicitan. En este sentido, el trabajo de visibilización y enunciación pública se vuelve clave –sostienen– para hacer de la precariedad y su conexión con la sexualidad y los cuidados un conflicto.
Ahora, las Precarias... están en pleno debate de cómo prolongar la investigación y las iniciativas políticas que abrieron. Y surge una pregunta que las envuelve en nuevas derivas: ¿en qué consistiría una huelga de cuidados?

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