Viernes, 18 de marzo de 2005 | Hoy
MEMORIA
Aun cuando este año se haya reconocido el derecho de los exiliados a recibir una reparación económica por parte del Estado, el exilio como experiencia es un efecto casi invisible del terrorismo de Estado. Marina Franco, historiadora, intenta con una investigación una reparación distinta: la de la memoria.
Marina Franco es una historiadora argentina, egresada de la UBA, que hace dos años se instaló en París para investigar un tema del que aún no se sabe demasiado: el exilio de los argentinos en Francia entre 1973 y 1983.
–¿Cómo fue que elegiste investigar este tema?
–Yo daba clases de Historia contemporánea europea en la carrera de Historia en la UBA y empecé a estudiar cada vez más el nazismo, el fascismo y los fenómenos de autoritarismo y violencia política en general. A partir de ahí, de manera casi natural, comencé a interesarme en la última dictadura militar y la década del ‘70 en la Argentina. En cuanto empecé a trabajar sobre ese período me di cuenta de que había un aspecto del cual no se hablaba, que era el del exilio. Si bien los exiliados formaban parte de las víctimas de la represión militar y la violencia política, no aparecían en el discurso público ni en los textos que abordaban la historia reciente. Este “olvido” o silencio me decidió a investigar la cuestión.
–¿Por qué este silencio acerca del exilio?
–Hay que tener en cuenta que la dimensión trágica de la figura del desaparecido y la de sus familiares lleva a que ambas ocupen todo el espacio de lo decible y también de lo indecible referido a un pasado colectivamente vivido como traumático. Por otra parte, hay otro tema central: si bien hay muchísimas situaciones y razones de exilio distintas, en muchos casos los exiliados son sobrevivientes de situaciones de extremo riesgo. El haber sobrevivido es una situación difícil de procesar, tanto para la sociedad como para los propios exiliados. Mucha gente vivió el exilio con culpa por haber salvado la vida y también por haberse ido de la Argentina. También hay que considerar los efectos del discurso oficial durante la dictadura según el cual los exiliados eran subversivos que estaban pasando unas “vacaciones doradas en el exterior”. Ese argumento contribuyó enormemente a descalificar a los exiliados, que cuando volvieron se encontraron con diversas representaciones negativas y estigmatizantes del exilio, que en algunos casos perduran. Hay una sumatoria de experiencias, de representaciones y de sus efectos: el silenciamiento de los mismos exiliados como consecuencia de la experiencia sufrida y el silenciamiento y “olvido” de la sociedad en relación con ellos. Todos estos factores contribuyeron a generar un profundo silencio en torno al exilio.
–¿Por qué el punto de partida para tu investigación es el año 1973?
–Porque considero que el exilio, como una forma de ejercicio de la violencia política que obliga a la salida forzada del país, aunque sea por decisión propia, empieza en ese momento, con la represión desencadenada por la Triple A.
–¿Qué características tuvo el exilio de los argentinos en Francia?
–Lo primero que llama la atención es que, siendo un exilio cuantitativamente pequeño (aproximadamente 2500 personas), tuvo una visibilidad que no se correspondía con una cifra tan reducida. Y esto tiene que ver con que, en el espacio internacional, Francia es una caja de resonancia muy poderosa para las denuncias de violaciones a los derechos humanos. En ese sentido, la otra cara de la actividad de los exiliados fue la gran recepción de su denuncia y la solidaridad que mostraron los franceses, no tanto a nivel oficial como sobre todo a nivel de las organizaciones no gubernamentales políticas y humanitarias e incluso a nivel micro, en los vínculos interpersonales: en los lugares de trabajo, en la búsqueda de alojamiento, sostén económico, ayuda con el idioma, etcétera.
–¿Por qué fue tan grande la solidaridad?
–Esto tiene que ver principalmente con el clima que se vivía en Francia en los ‘70. Hay varios elementos: por un lado, una larga tradición francesa de ayuda humanitaria a refugiados de todo origen. Por otro lado, a nivel político, a fines de esa década, y esto es especialmente fuerte en Francia, la izquierda occidental empieza a hacerse cargo de la existencia de los campos de concentración en el mundo soviético, lo cual es inseparable de la enorme crisis del paradigma de las izquierdas en ese período y del hecho de que “descubrieran” e inscribieran en sus agendas el problema de los derechos humanos. En tercer lugar, el recibimiento que tuvieron los argentinos exiliados está conectado además con fenómenos específicos de la sociedad francesa: el proceso de reflujo de mayo del ‘68 que todavía, a fines de los ‘70, seguía provocando una fuerte capacidad de movilización social y política por fuera de los canales partidarios tradicionales. Por otro lado, es clave el antecedente chileno: a partir de 1973 llegaron masivamente a Francia los chilenos que huían del régimen de Pinochet. Todo esto acrecentó la sensibilidad y solidaridad de la sociedad francesa hacia las víctimas de violaciones a los derechos humanos cometidas por las dictaduras militares en América latina.
–¿Los exiliados también llevaron adelante el boicot al Mundial de Fútbol en 1978?
–Sí, pero en una medida limitada. En realidad, los principales motores del boicot fueron los franceses y no los argentinos. Para los militares, el boicot fue uno de los aspectos esenciales de lo que denominaban “la campaña anti-argentina en el exterior”. Mientras la Junta Militar intentaba crear en la Argentina un consenso interno hacia el régimen a través del campeonato de fútbol, afuera creció una enorme campaña de denuncia que hacía hincapié en que era inadmisible celebrar el Mundial en un país donde había tales violaciones a los derechos humanos. El centro del boicot fue Francia. Allí se formó una organización llamada Comité de Boicot al Mundial de Fútbol en Argentina (COBA) y se llegaron a fundar 200 comités en todo el territorio francés. Si bien no se consiguió boicotear el Mundial, se produjo una gran movilización y la situación argentina se difundió enormemente. Más aún: gracias a la presión de organizaciones francesas y la intervención del Estado francés se obtuvo la liberación de cuatro presos políticos de nacionalidad francesa o de doble nacionalidad.
–¿En París no funcionaba un organismo creado por Massera, el Centro Piloto?
–Exactamente. El Centro Piloto fue un proyecto cuyo fin era, originalmente, hacer propaganda sobre la Argentina y contrarrestar así las crecientes denuncias internacionales del terrorismo de Estado. El proyecto original era del embajador argentino en París, Tomás de Anchorena, quien estaba ligado directamente a Videla, pero como la Junta Militar tenía divididas las áreas de gobierno y lo que correspondía a Cancillería estaba bajo control de la Marina, Massera se apropió del plan. Así fue que el objetivo inicial se transformó, adquiriendo un nuevo y doble papel: por un lado, una función represiva para el control de los exiliados en Europa y, más específicamente, su actividad de denuncia de las violaciones a los derechos humanos. Y por el otro sirvió como instrumento político de los planes de Massera. Así, el conflicto interno de la Junta Militar se reprodujo en Francia, generando tensos choques entre la gente de la embajada y la del Centro Piloto. Por otra parte, la presencia de torturadores de la ESMA en el Centro Piloto no era un secreto y fue varias veces denunciada en la prensa francesa.
–¿Qué otros intentos de controlar a los exiliados puso en práctica la dictadura?
–Los militares, nuevamente Massera, recurrieron directamente a la infiltración de Alfredo Astiz en la organización más importante de los exiliados en Francia: el CAIS (Comité Argentino de Información y Solidaridad). El episodio más conocido es el de Astiz en marzo de 1978, bajo el nombre de Alberto Escudero, haciendo empanadas para una peña junto con los exiliados y haciendo preguntas incómodas, por las cuales rápidamente se empezó a sospechar que en realidad no se trataba de un exiliado. Entonces fue reconocido por una mujer ligada a familiares de desaparecidos, se le dio una cita para desenmascararlo y se convocó a la prensa para denunciar públicamente la infiltración. Pero Astiz, evidentemente ya advertido, no fue y logró huir de Francia. De todas maneras, los principales diarios franceses sacaron notas sobre el tema e incluso el Centro Piloto fue tapa del diario Libération y el episodio de Astiz en Le Matin.
–¿Es cierto que el gobierno francés hizo negocios con la Junta Militar durante toda la dictadura?
–Efectivamente. Tanto durante la presidencia de Valéry Giscard d’Estaing (un gobierno de derecha) como durante la del socialista François Mitterrand, Francia le vendió armas a la Junta Militar. Esto fue constantemente denunciado por muchos franceses que integraban comités de solidaridad con la Argentina. Sin duda hubo muchas ambigüedades en la política francesa hacia la dictadura. Pero es innegable que Francia jugó un papel preponderante a la hora de dar asilo a los que debieron huir de la Argentina para salvar sus vidas.
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