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Viernes, 18 de marzo de 2005

CINE

Tres horas en Ucrania

Interesada desde siempre por “el choque” entre quienes tienen poder y quienes no, crítica del movimiento feminista en sus épocas más álgidas (aun cuando la hayan acusado de lo mismo y al mismo tiempo), Ulrike Ottinger presentó en el Festival de Cine de Mar del Plata un film personal que se regodea en los paisajes ucranianos.

 Por Sandra Chaher

Ulrike Ottinger parece una mujer de otro tiempo, de todos los tiempos. Como sus filmes. Nada en ella es “a la moda.” A los 62 años lleva el pelo gris enrulado, largo y con flequillo, un pantalón y chaleco también gris y tiene los cachetes enrojecidos, como todas las personas de piel muy blanca.

Cuando empezó a filmar, en los ‘70, algunas de sus películas fueron polémicas y revulsivas, y Johanna d’Arc of Mongolia (1989) fue considerada por el crítico norteamericano Jonathan Rosenbaum “una de las obras maestras del cine mundial”. Aunque en esos tiempos se la tildaba de feminista y lésbica, no todos estaban de acuerdo. Madam X. An absolute ruler (1978), un film sobre mujeres piratas, le valió la crítica del movimiento feminista, que con el tiempo se reconcilió con su ironía. “Yo usaba el mascarón de uno de los barcos piratas para hablar del poder mal usado. El mascarón tenía un mecanismo secreto con el que se podían hacer montones de cosas y muchas se sintieron retratadas en esta figura, y se armó un gran debate. El feminismo era muy serio y algunas de sus líderes, muy inseguras, la interpretaron como una película contra el movimiento. Es cierto que era una crítica, pero desde la empatía, era una comedia (sonríe).”

Ottinger estuvo en el festival de Mar del Plata presentando su último filme, 12 sillas, basado en una novela rusa de 1927. El sencillo argumento es la excusa para viajar por Ucrania, cruzando géneros cinematográficos y tiempos narrativos. La historia transcurre en 1927, como el libro, pero los personajes interactúan con la historia actual: ferias, kioscos, hot-dogs, en un registro grotesco y teatral, cruces provenientes de la amplitud de formación de Ottinger, que antes de realizadora fue pintora, y también es directora teatral. 12 sillas es la historia de dos hombres que buscan un tesoro escondido en una vieja silla inglesa. Al morir la madre de una antigua familia noble, les confiesa a su yerno viudo y al cura del pueblo que, antes de que los comunistas le expropiaran sus bienes, guardó sus valiosas joyas en una de las 12 sillas del juego de comedor. Ahí empieza la cacería de los dos hombres, a los que se suma un tercero, el típico patán-bufón, en una especie de road movie por Ucrania. La búsqueda llega a término al cabo de 3 horas, un tiempo extensísimo para semejante argumento, pero más que útil para el objetivo de Ottinger: retratar a la sociedad ucraniana, antes y ahora. “Porque en cierta forma, los cambios que hubo en 1927 se parecen a los que están sucediendo. Hay lugares en los que las estructuras de poder son similares; entonces yo podía dejar de fondo el tiempo presente. 12 sillas es una reflexión fílmica sobre lo que está sucediendo ahora en esos países.”

–¿Encuentra productores y mercado para films tan personales?

–Yo produzco mis propios films. Gracias a eso estoy todavía viva (risas). Es lo que hacemos todos los directores de mi generación que hacemos cine de autor. Pudimos sobrevivir, pero pasamos momentos muy duros. Yo, por ejemplo, no pude hacer ficción durante muchos años. Tenía listos tres films, pero no tenía dinero para hacerlos, por eso también hago documentales, que requieren menos inversión, además de que me interesan.

–A comienzo de su carrera, usted trabajó mucho con Berlín como escenario. ¿Ahora se mudó a los países del Este?

–Berlín es la primera ciudad occidental cuando uno viene desde Europa oriental. Si viviera en Dusseldorf, no estaría en contacto con cambios tan constantes, pero en Berlín esto es muy fuerte, por eso me interesa tanto. Y no lo abandoné. Hace dos años hice una película corta, Ester, que transcurría íntegramente en Berlín.

–Su interés siempre está puesto en la diversidad cultural. ¿Hay grupos que le interesen más que otros?

–Lo que me preocupa es la relación entre las mayorías y las minorías, el choque entre el poder y el no poder.

–¿Abordó alguna vez la problemática de los inmigrantes en Alemania?

–Es que los inmigrantes no son un problema en Alemania (pone cara de fastidio, como si estuviera cansada de oír hablar siempre de lo mismo). No son suficientes como para ser un problema. Yo creo que el problema son los jóvenes, que no tienen suficiente educación, y del vecindario en el que viven. Los turcos, por ejemplo. Nunca están involucrados los turcos mayores en los problemas, sino los jóvenes. Y en muchos países se está pensando en cómo educar a estos jóvenes, pero yo creo que es un poco tarde para eso, ¿no?

–Dirigió varias piezas teatrales de Elfriede Jelinek. ¿Qué le interesa de sus textos y cómo fue el trabajo con ella?

–La primera pieza de ella que hice fue Clara S., en 1981. Es sobre la vida de Clara Schuman, la esposa de Schuman. Un tiempo después me envió un texto interesante sobre una mujer sordomuda, del cual hice una versión para teatro. Y la última pieza que dirigí de ella fue sobre Heider, el político austríaco. Los temas de sus textos no son interesantes, sino el lenguaje. No me refiero a lo erótico o pornográfico, que es por lo que más se la conoce, sino a un montaje muy particular que hace, mezclando por ejemplo lo clásico con la publicidad. Es algo que yo también hago en mis películas.

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