Viernes, 22 de abril de 2005 | Hoy
OPINIóN
(O una manera de mirar el vaso medio lleno, después del trago amargo de la designación papal.)
A pocas horas de haberse conocido la noticia de que el cardenal Josef Ratzinger ha sido elegido el nuevo Papa, podemos decir que se asiste a una profunda polarización de las posiciones dentro de la Iglesia.
Una primera lectura puede ser el hecho de que no se hayan escuchado los signos de los tiempos y el clamor por los cambios que vienen sonando en todos los lugares de opresión que han dado lugar a la Teología de la Liberación y la Teología Feminista, entre otras. La Iglesia inclusiva, pobre y austera inspirada en el Evangelio hoy se aleja como posibilidad concreta en el Vaticano. Pero se multiplicarán las y los disidentes de este modelo de Iglesia piramidal y autoritaria. Justamente el nuevo Papa Benedicto XVI mientras era cardenal se ha ocupado de perseguir a los teólogos y teólogas disidentes.
Entre sus primeros anuncios manifiesta que se puede disentir en diferentes puntos de la Doctrina menos en el tema del aborto. Y aunque lo diga desde el poder que le da ser la máxima autoridad en la Iglesia Católica, el tema del aborto es tema opinable y discutible dentro de la doctrina católica. Es obvio que es un tema polémico y un dilema ético y sobre ese dilema se ha manifestado la Iglesia de diferentes maneras según las épocas y ha prevalecido la condena pero también la comprensión en determinados casos. Pero el endurecimiento que están poniendo los sectores fundamentalistas católicos –de donde proviene Benedicto XVI– sobre el aborto y todo lo relacionado con género y sexualidad tiene que ver más directamente con imponer un modelo de familia –que hoy ya no existe en la realidad– pero que se pretende restaurar. Se trata de un único modelo de familia que esté en sintonía con el pensamiento único y con un modelo de poder concentrado en unos pocos.
La defensa a ultranza de la familia tradicional implica la condena no sólo a la práctica del aborto sino que condena a homosexuales y lesbianas, a divorciadas y divorciados, a madres solteras, a parejas de hecho, a cualquier tipo de familia que no cumpla los requisitos establecidos. Con esta posición endurecida se acrecientan la discriminación y la intolerancia no sólo dentro de la Iglesia; sabemos de la influencia que tiene sobre determinados sectores de poder y sobre los estados, especialmente en América latina, y la influencia negativa que han tenido estas posiciones para combatir el sida en el mundo.
Y aunque todo indique que no hay lugar para tener sorpresas en la política vaticana, siempre es posible esperar que algún cambio se opere en el interior de las personas y de las instituciones. Si esto no ocurriera es de esperar dos posibles reacciones de los fieles: disentir o alejarse de la Iglesia.
La disidencia reafirma la pertenencia a la comunidad religiosa a la vez que interrumpe el proceso de consenso, poniendo en evidencia que la Iglesia no es monolítica y que una variada gama de posiciones habita en su seno esperando el momento propicio para el cambio. Las disidencias expresan otros proyectos posibles de Iglesia, reclaman justicia, redistribución de las riquezas, sacerdocio de las mujeres, que se reconozca la anticoncepción y el aborto como derechos, que homosexuales y lesbianas puedan ejercer el sacerdocio y vivir en paz. Las y los disidentes reclaman el derecho a tener fe y creencias religiosas sin condicionamientos relacionados con la moral sexual pero también quierenque cambie la estructura de la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a la transformación de la pirámide jerárquica en verdadera comunidad de fieles, superando los comportamientos patriarcales que subordinan a las mujeres y sostienen un sistema económico y político neoliberal que ha tenido consecuencias dolorosas en nuestro país y en el mundo.
Dice Juan M. Vaggione: “La creciente producción de teologías feministas y de minorías sexuales, que reinterpreta o inclusive reconstruye las tradiciones religiosas, es un fenómeno político contemporáneo de vital importancia para profundizar la igualdad de género, el reconocimiento de las minorías sexuales y el diálogo ecuménico. En el caso de América latina estas teologías tienen una fuerte influencia de la Teología de la Liberación, lo que hace que su tratamiento de las desigualdades de género o sexualidad sea hecho en intrínsecas conexiones con las desigualdades de clase”.
Este es el fenómeno y el nuevo fantasma que recorrerá el mundo católico si no hay cambios y es muy posible que haya nuevos métodos para controlar y perseguir a este fantasma que asusta especialmente a las instituciones duras e inflexibles. Y como demuestran numerosas investigaciones, la mayoría de las y los católicos mantienen muchas diferencias con las posiciones más rígidas de la Iglesia. Es entonces muy probable que se pretenda influir más aún sobre los estados para que a través de ellos se legisle y reglamente en base a una moral propia del medioevo que ya los fieles católicos no aceptan.
Será que ha llegado el momento de exigir más que nunca que los estados sean soberanos y laicos para que se respete la riqueza de la diversidad que tienen todos los pueblos. Y nos queda la esperanza que todo intento de disciplinamiento ha generado profundas reacciones y profundas transformaciones... ¡Resistiremos!
* De Católicas por el Derecho a Decidir.
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