Viernes, 22 de abril de 2005 | Hoy
URBANIDADES
Hubo un rumor subterráneo que circuló como electricidad después de que se conocieran los argumentos del juez pampeano Julio R. Fernández para atenuar o desestimar las penas a violadores condenados. Voces de mujeres que por experiencia propia saben que éste no es un caso aislado, tal vez más alevoso, más obvio, con menos mediaciones, pero una hebra más, al fin y al cabo, en esa soga que suele apretar el cuello de quienes fueron violadas. ¿Qué, acaso no solía bailar arriba de los parlantes usando una pollera corta? Le preguntaron a Romina Tejerina, una adolescente que quedó embarazada después de haber sido violada y que no se animó a contarlo hasta que fue tan tarde que para evitar el recuerdo del trauma mató a la hija que parió en secreto. ¿Y usted, qué hacía a esa hora cruzando la plaza a oscuras? Increpó la policía a una mujer a quien tiraron en una camilla, con la puerta abierta, en un cuarto de una comisaría. En estos casos, suele ser una extrañísima suerte tener hematomas que exhibir porque esas marcas son un pasaporte al paraíso de la credibilidad. Si no del todo para la policía, seguro que sí para vecinos, parientes y amigos varios que también suelen dudar de la voz de la víctima. Por eso que este tal Julio Fernández haya dejado escapar públicamente un hilo de baba frente a las mismas marcas suena mal, muy mal. Suena, en realidad, como una lección que deberíamos aprender. Una lección parecida a la que dio el Cónclave de señores mayores tan temerosos de la desaparición de su especie que pusieron en la puerta de ese zoológico exclusivo al Conservador de la pureza de la especie (católica, masculina, ortodoxa). La lección dice que a las chicas buenas nada les pasa y que si te saliste de la norma es problema tuyo y que seguramente te gusta, así que, andá a cantarle a Benedicto. Porque así como las penas no son sólo para el condenado sino, supuestamente, para desalentar a otros y otras con ideas (de desvíos) semejantes, esta ausencia de castigo solo puede interpretarse como un mensaje a las que sufrieron violaciones. Mejor dejate que si no te pueden pegar y matar. Mejor que lo hagan limpiamente, a punta de pistola, que es menos cruento y menos esfuerzo para el violador. Ojalá se pudiera consolar a todas las que revivieron con los argumentos del juez Fernández su propia revictimización cada vez que tuvieron que dar fe de que no fue su culpa. Ojalá la indignación corriera tan rápido como el rumor de quienes sienten que otra vez están pasando por lo mismo. Ojalá haya otras voces, ojalá Romina Tejerina tuviera su oportunidad, ojalá, ojalá, ojalá.
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