Viernes, 22 de abril de 2005 | Hoy
RESISTENCIAS
Después de presentar en Buenos Aires su libro sobre la experiencia zapatista, la periodista mexicana Gloria Muñoz Ramírez quiso reunirse con mujeres y jóvenes de distintas agrupaciones para intercambiar experiencias y compartir utopías. Esta es la crónica de su encuentro con las integrantes de Ammar-Capital, a nueve meses de la detención de dos de ellas.
Si hubiera que ponerle un título al encuentro, con una sola frase de las mujeres de Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina)-Capital bastaría: “El Estado como gran proxeneta de las ciudadanas pobres”. Este fue el tema sobre el que giró un primer encuentro, casi íntimo, entre tres integrantes de la organización –Sonia, Graciela y Aída– y la periodista mexicana Gloria Muñoz Ramírez, de visita en Argentina para presentar su libro EZLN: el fuego y la palabra (Tinta Limón Ediciones). La cita convocada por Ammar tenía un propósito claro: narrar y transmitir su experiencia de lucha e intercambiar sobre la situación de las mujeres en las comunidades rebeldes de Chiapas, donde Gloria vivió más de siete años. En una larga hora de conversación, Sonia, Graciela y Aída mapearon para la visitante las zonas rojas de la ciudad a las que –más allá de todo eufemismo– coincidieron en llamar “zonas de explotación” y relataron las idas y vueltas de su trabajo organizativo que, como una parábola nefasta, empieza con la lucha y el triunfo de derogar los edictos policiales que las retenían 21 días en las comisarías hasta la reciente sanción del Código de Convivencia que criminaliza su presencia en la calle junto a piqueteros y vendedores ambulantes.
Las mujeres de Ammar también le contaron a Gloria de sus dos compañeras presas Carmen y Marcela, recluidas en Ezeiza hace más de nueve meses –y aún sin fecha de juicio– por manifestarse en la Legislatura porteña contra la aprobación de ese mismo Código. “Siempre el Estado legisló sobre nosotras. El efecto es que te bloquean todas tus capacidades, sos objeto de uso y abuso, producís placer como mano de obra barata”, sintetizó Sonia. “Limpiar la ciudad es el objetivo, por eso nos quieren trasladar a la Costanera Sur. Total somos las descartables, las nuevas esclavas del siglo XXI”, siguió Graciela. Gloria, mientras tomaba notas, preguntó cómo era sensibilizar a la sociedad sobre un tema del que pocos quieren hablar. “Al principio te cuesta, te duele, te avergüenza. Necesitamos mucha autoestima para ir a las charlas donde nos invitan, para hacer nuestro trabajo de concientización todos los días y fortalecernos como sujetas de derecho. Pero nos damos ánimo porque si rescatamos de la calle a una sola chica y de ese modo puede decidir qué hacer de su vida, ya para nosotras vale la pena todo ese esfuerzo.”
La charla continuó pero ampliada a otras cincuenta mujeres de la organización que esperaban en la iglesia metodista frente a la Plaza Flores, la misma que hospeda los microemprendimientos de talleres de costura de Ammar y lugar originario de encuentro de decenas de mujeres en estado de prostitución que trabajan en esa zona. Gloria, en su presentación de la experiencia zapatista, ya estaba contaminada de las palabras de las mujeres que había conocido apenas un rato antes. Y refirió muchos de los avances y obstáculos de las comunidades chiapanecas como problemas comunes. Especialmente uno: “De lo que se trata en Chiapas es de un proceso de construcción de autonomía que comienza con la construcción de la palabra zapatista, así como hicieron las compañeras a lo largo de su trayecto”, comparó. Y continuó: “Las asambleas, en grupos como el que está aquí reunido, practican una política desde abajo, en un proyecto donde lo fundamental es la recuperación de la dignidad”. Las preguntas de las presentes aceleraron ese intercambio. “¿Qué pasó cuando se dieron cuenta de que estaban organizados? Porque acá sucede que te pegan palos o te meten preso”, preguntó una de las presentadoras.
Gloria contó la situación de guerra que no abandona a la zona insurgente: actualmente hay allí más de sesenta mil soldados y doce grupos paramilitares operando. Además de la represión, la estrategia de la cooptación está presente. “Los planes de asistencia social o entrega de prebendas en Chiapas son a la vez estrategias de contrainsurgencia; en eso creo que es diferente a lo que sucede en las ciudades” precisó la mexicana. En ese tema, las asistentes tomaron la palabra para contar la experiencia argentina. Luego preguntaron –para seguir cruzando y contaminando preocupaciones entre México y Argentina– cómo impedían el uso de infiltrados en el movimiento si todos usaban capucha. El tema que más tiempo llevó fue el de las mujeres en las comunidades. Gloria habló de “la lucha dentro de la lucha”, debido a que el movimiento zapatista “sabe que no deja de ser machista y lucha contra eso”.
Lo que interesó a todas fue la discusión que en las propias comunidades instaló la situación de las mujeres armadas en las montañas: “Las insurgentas tenían parejas y por cinco años no tenían hijos. Entonces, cuando bajaban a sus comunidades, sus tías, primas y vecinas les preguntaban: ‘¿y cómo le haces?’. En la montaña, y luego en varias comunidades, el aborto se hizo legal y se ha generalizado el uso de anticonceptivos y preservativos. Esto era algo impensable diez años atrás. Tengamos en cuenta nada más que los usos y costumbres indígenas no permiten que la mujer herede la tierra e incluso hacen posible los casamientos pactados. Lo que sucedió es que la situación de la montaña fue permeando las comunidades”, analizó Gloria. Pero aclaró: “Hoy existe una ley revolucionaria de mujeres pero toda ley es un papel mientras no existan las posibilidades concretas de ponerla en práctica. En esto hay mucho trabajo por delante”. Otra pregunta del público fue por cómo se resolvía la violencia familiar contra las mujeres: “Claro que hay mujeres golpeadas en las comunidades. Lo que sucede es que muchas se animan a denunciarlo en la asamblea del pueblo y de ese modo hay un castigo hacia el golpeador. Pero la cuestión decisiva es que ellas hagan las denuncias y no siempre es lo que pasa”. Según Gloria, estas situaciones son difíciles de entender para muchas mujeres de ONG que se acercan al movimiento.
“Pocas saben respetar la dinámica propia de las mujeres de las comunidades y escuchar sus formas de pensar y resolver las cosas. Esto genera desencuentros, por supuesto.” Aquí también las mujeres de Ammar-Capital cotejaron su propia experiencia: “Es muy complicado hacer entender que empezamos un proceso de lucha para liberarnos de que otros decidan por nosotras, sea el Estado o sea una ONG. No queremos cambiar de amos y amas para que nos sigan diciendo cuáles son nuestras necesidades”, insistió Sonia. Gloria lo hubiese dicho casi con las mismas palabras.
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