Viernes, 19 de agosto de 2005 | Hoy
TEATRO
Desenfadada, atrevidísima mujer fatal en El Rebenque (y acompañada de un elenco soñado), nadie diría que Silvia Giusto viene –entre otras cosas– del Centro Experimental del Teatro Colón. Pero es así nomás: coreógrafa, bailarina y actriz de currículum importante, disfruta de tirar plumas en exótico escenario de un cabaret a la europea. Mmmmm...
La misma chica de pómulos altos y suéter verde con mariposas violetas sobrevolándole el pecho, que se declara devota de Dorothy Parker y Jane Bowles delante de una taza de té al atardecer, es –una horas más tarde– la descocada vedette de El Rebenque, el show que se ofrece a medianoche en el Faena Hotel. Silvia Giusto llegó a este espectáculo que homenajea al cabaret europeo –tamizándolo a través de una mirada argentina y actual– llamada por la directora Vivi Tellas, que conocía su pasado de bailarina en el Centro Experimental del Teatro Colón, de actriz junto a Andrea Garrote en La dama y el tigre, de coreógrafa y directora de actores en Publicidad, de creadora de show para discotecas. De hecho, Giusto, antes de estar en El Rebenque (nombre de resonancias sado, bien criollo) y de convertirse en coordinadora artística del Faena, había participado en un par de puestas de Tellas: 29 poemas, sobre la obra de Alejandra Pizarnik que se dio en La Carbonera, y la presentación del libro El vespertillo de las parcas, de Arturo Carrera. Por otra parte, Silvia, después de trabajar en creaciones colectivas, se dio el gusto de armar su propio grupo, Iguanas Danza, con el que presentó obras como Té verde, Boca abajo, La llamada.
“Cuando Vivi Tellas me llamó para estar en el cabaret y me pidió que le sugiriera nombres, no me extrañó”, dice Silvia Giusto. “Estuvo muy bueno eso de poder convocar a gente que apreciaba profesionalmente y que alguna vez había pensado que me coparía cruzármela para hacer algo. Y el teatrito me pareció divino. Si yo hubiese vivido en Europa en los buenos tiempos del cabaret, me habría encantado estar en un lugar semejante.” La cita de Tellas y Giusto reunió a un equipo soñado para realizar sobre la escena, sin reprimirse, las más alocadas fantasías eróticas: Manuel Attwell, Rodolfo Prantte, Griselda Siciliani, Juan Minojín, Mariana Chaud (que hace la suya por otros caminos). Y desde luego, Silvia Giusto en la experiencia que le faltaba a su heterogénea carrera: ser vedette, enardecer al personal, subirse a algún espectador, a alguna espectadora que ya perdió la chancleta y darles unos picos, a veces un tanto demorados.
Es justo remarcar en esta puesta los aciertos del vestuario de Jimena Bueno, de las luces de Gonzalo Córdova, del maquillaje de Jazmín Calcarami y de los peinados de Daniel Ponce. Previamente, además del champán, hay un aperitivo, el Opening Act: Laura Manzella hace flamenco los jueves y viernes, y los Hermanos Massolo tocan jazz los sábados.
–¿Cómo se combinan los talentos, los temperamentos y las especialidades de los integrantes del elenco de El Rebenque?
–Es show es realmente muy personal, cada uno saca su propio conejo de la galera. Rodolfo es paraguayo, tiene una visión estética en la que fusiona elementos muy distintos, y es un bailarín excelente. Me interesaba incorporar a Manuel porque viene del hip hop, algo que ninguno de los demás domina. Griselda Siciliano es muy fuerte como cantante, también como bailarina y actriz. Juan es un tesoro de recursos inesperados al actuar, y Rodolfo Prantte me parece excepcional como bailarín, mientras que Mariana es una humorista fuera de serie, brillantísima, y además contrasta con el lugar, es uno de los ingredientes que singulariza el show. La intención era sumar formaciones y estilos e inventar un lenguaje. La apuesta era estimulante: a ver qué sacamos todos juntos.
–Tuviste que conciliar tu rol de coreógrafa y de vedette.
–No fue complicado porque mi forma habitual de trabajar es en equipo, con el aporte de los intérpretes. Acá se trataba de organizar los números, de poner la música y las coreografías apropiadas, de tener un comienzo y un final. Había que recorrer todas esas instancias en un lugar donde podíamos tirar todas las fantasías. Eso fue lo que hicimos durante un mes: no nos privamos de nada que tuviera que ver con nuestros gustos, nuestros caprichos, nuestras pasiones, por el cine, por ejemplo: yo quiero hacer ese personaje de tal película, por favor. No copiando, claro, sino tomando inspiración. Yo estaba medio perdida acerca del tema que iba a hacer mi personaje, revisé Fellini y en La ciudad de las mujeres encontré esa canción de Rita Pavone, “Qué me importa del mundo”. Además de sugerir romance total, insinúa la idea de que mientras estoy allí, por ese rato, me desentiendo de lo que pasa afuera, me lanzo a hacer lo que me dé la gana. Este es el germen de todo el show, como que todos nos pusimos a disposición de distintas fantasías. Después vino el marco estético, pero primero fue ¿vos tenías tal o cual fantasía? Bueno, vale, liberala. Y allá fuimos. Creo que eso hace que cada numerito tenga su color, su brillo propio, su condimento.
–Mariana Chaud, siempre tan original, alterna dos personajes regocijantes: la maestra lánguida y el joven Héctor. Por fin una chica que se traviste.
–Sí, Mariana es única y se puede permitir salir de varón. O hacer esa maestra depresiva con esa actitud de “no voy a poner ninguna energía en esto”. Ella descoloca muy bien dentro del espectáculo y provoca fanatismos absolutos.
–¿Vos te reservaste el rol de la vedette?
–Me lo asignaron. En la primera reunión me dijeron: vos sos la vedette, hacete cargo. Así que me tocó el papel de la femme fatale. Y la verdad es que hasta casi último momento me preguntaba cómo la iba a hacer. Porque Rodolfo tenía su perfil, era el personaje más ambiguo. Manuel, con su pelo largo, daba el lado más andrógino, perversito entre Almodóvar y Tadzio con unos años más. Griselda era la cantante que se da el lujo de que un tango derive en cumbia. Juan como animador debía mediar entre todos. De modo que yo tenía que encontrar a mi femme fatale, que apareció cuando escuché a Rita Pavone. Esta mezcla de intérpretes y papeles remite a la idea básica de un cabaret europeo, pero filtrada y actualizada. Una de las cosas que nos unen en la diversidad, es que todos amamos ese género.
–¿Con qué otras referencias armaste tu vedette?
–Entre otras estrellas fascinantes, para mí Cyd Charisse es “la” figura de la comedia musical. Por otra parte, me encantan ciertas actrices del cine francés e italiano, con ese glamour sutil, distinto del de Hollywood, sexy pero con misterio, la pura sugestión. Jeanne Moreau es un ejemplo máximo de este estilo, seductora a matar sin ser una belleza perfecta, con mucha personalidad. Me interesa ese modelo de sexy que elude la obviedad, aunque después me lance y me saque la ropa. Algo que hago porque lo disfruto. Pero yo misma no respondo al estereotipo tradicional de la vedette, me interesa construir otra belleza menos convencional.
–Además de sucederse libremente las fantasías en el escenario, algo pasa con el público que participa, arenga, va dejando de lado la formalidad...
–Sí, se le corren un poquito las cosas, entra en el juego. El otro día fue increíble lo que pasó en la escena en que agarro el martini, me como una aceituna, y la otra a veces la tiro. Había una señora mayor que miraba el show en la barra y la noté como totalmente entregada, lista para darme su aceituna a mí. Fue un momento genial, ella despegó realmente. La gente lo percibió y aplaudió esa actitud de perder un rato la cabeza, soltarlo todo. Esas cosas son buenísimas.
–¿Hay un público específico para El Rebenque?
–No, para nada, es muy variado y variable. En principio había una creencia por parte del hotel de que iba a venir un público de afuera, los huéspedes del hotel, otros turistas. Y no: te diría que suele haber un 70, 80 por ciento de locales. Ya tenemos algunos fans seguidores.
–¿Se trata de una experiencia liberadora también para el elenco?
–Para los que venimos de un lugar tal vez más intelectual, es bueno dejar ciertos rollos afuera, aceptar que una cuota de frivolidad tiene su encanto y es positiva, concentrarnos en la estética y en la combinación de energías con desprejuicio. Y así acercarnos a la irreverencia del cabaret berlinés. Ahora hemos agregado un nuevo número, Torito, que hace Rodolfo. Un texto recontraguarango, dicho desde un lugar serio, como si fuese Lorca, bailando flamenco, en cuero pero con una bata de cola divina. Poéticamente es una berretada, pero está tan elegantemente dicho y bailado. Es una confusión más del show.
–¿Cómo es la vida de cabaretera?
–No es fácil, pero vale la pena. Aunque hasta no hace mucho no me imaginaba en ese rol, me atraía el modelo de mujer un poco fatal, otro poco reventada, algo dura también.
–¿Qué pasa cuando todo termina, después de llegar tan arriba en el show?
–Te voy a ser sincera. Terminás el espectáculo con toda esa energía espléndida y, como a las cuatro de la mañana, te viene la caída estrepitosa en el mundo real. Pero por suerte hay una cosa grupal muy fuerte que te acompaña en el descenso. Porque a esa hora estamos solo nosotros seis para mirarnos la cara. Ya no llegás a nada por la hora y el estado en que estás. Entonces, nos bancamos entre nosotros, se arma la famosa familia transitoria del espectáculo, mientras dura la realización de un proyecto en común, tan necesaria para la parte emocional en este caso. Hay una cosa de la vida nocturna que te vampiriza.
–Pero nadie te quita lo bailado.
–Nadie, absolutamente nadie. Hay momentos maravillosos que se quedan con vos. Es algo muy especial estar ahí haciendo un poco de magia, sacando a la gente de lo cotidiano controlado. Por suerte, ya se está entendiendo que este sitio que se llama Cabaret, donde se hacen El Rebenque y otros espectáculos, es un cabaret en la línea del género que nació en Europa en las primeras décadas del siglo veinte, y que no tiene nada que ver con esa versión local de show para hombres, quizá con otros servicios.
–¿Habías hecho strip-tease alguna vez en tu vida artística?
–No, ni planeaba hacerlo. Cuando me lo pidieron, me resistí un poco. No le veía la gracia al hecho de que yo me sacara la ropa en algún momento. Pero después encontré la escena donde encajaba y ahora me divierte hacerlo. Para Arturo Carrera yo ya había hecho strip-tease, porque en la presentación de su libro estuve completamente desnuda, desde el vamos. Salvando las distancias, como lo que hacía Emmanuelle Béart en La belle noiseuse, de Rivette. En ese evento, yo le entregaba a la gente un bloc y un lápiz para que, si querían, fueran dibujando. Pero ahí no me desvestía, la desnudez tenía otro sentido.
Las funciones de El Rebenque van los jueves a las 23 (durante agosto, a las 24 a partir de septiembre), viernes y sábados a las 24 (y también los domingos, a partir del mes próximo). Otros shows del Faena en agosto y septiembre: Nacha Guevara, Charly García, Fito Páez (4 010 9200, www.faenahotelanduniverse.com).
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