Por los afiches de vía pública, podíamos imaginar que la cosa venía de jarana y humor del amable (no es poco, con lo que nos viene envenenando el zapping cierto engendro de cierto locutor gritón que se vende como simpático), que la gracia iba a ser que los disparos salieran para el lado menos previsible, que mucho gag y poco melodrama, pero la verdad, la verdad, qué quieren que digamos, en una de ésas nos quedamos cortas. No, no vamos a cantar loas. Tampoco nos hemos reblandecido (en este caso en particular). Pero encontrar un pseudo representante de (proyectos de) modelos descubriendo a sus representadas adorando una pizza de muzzarella cual Moisés patitieso con lo del becerro de oro, y que además el susodicho confisque el objeto calórico a grito pelado y espantado (“¡están consumiendo calorías!”) con ojos de apetito descontrolado, bueno, no está mal. Que un personaje diga que tiene escrúpulos, porque si no bien que se hubiera dedicado a la producción de televisión (y que sea productor, y que además dirija un canal...), tampoco está mal. En líneas generales, no, no está mal: arranca algunas risas y mohínes. Que un supuesto chico bonito de la tele termine caracterizado como una diva blonda con detalles animal print, montado con más torpeza que gracia sobre unos tacos, bueno, es simpático. Ahora bien: ¿por qué, que alguien por favor nos diga, por qué será que cada vez que en la tele hay hombres jugando a que se disfrazan de mujeres, tienen que hacer tan pero tan explícito que ellos en ese momento andarán de pollerita pero nada que ver?