Viernes, 11 de noviembre de 2005 | Hoy
PERFILES
Los primeros pasos en la política Rosario Ibarra los dio en los ‘70, cuando empezó a buscar a su hijo desaparecido por la represión ilegal del gobierno del PRI, el partido mexicano que durante siete décadas gobernó ese país. Los últimos todavía se están imprimiendo. Bien lo sabe Vicente Fox, que ha escuchado de su boca lo que otros callan, sobre todo en relación con lo que sucede en las comunidades zapatistas.
Verónica Gago
Desde Mexico DF
Con la historia reciente de México trepada en las paredes, tapizando cada rincón, susurrando desde cada foto. Así vive Rosario Ibarra en su departamento del barrio Condesa, atestado de archivos y recuerdos entre los que se mueve con agilidad. “Lo nuestro empezó a nivel individual, pero con muchísimas personas: todas las que fueron sintiendo en su casa el zarpazo de la represión que se fue llevando a cada hijo, hija, esposo, hermana, amigos o parientes. A mí me tocó, luego de dos años de estar sola siguiendo al presidente de entonces, darme cuenta de que él no iba a hacer nada porque era una política de Estado, era terrorismo de Estado lo que estaba pasando.” En un minuto, Rosario va y vuelve del pasado. Va y vuelve como de una habitación a otra de su casa, como hace a cada rato para buscar y mostrar cartas, libros y más fotos. En ese tránsito se inscribe otro: el de las luchas de los años ’70 a la insurgencia zapatista de los ’90. Ambas rebeldías encontraron en Rosario una incansable compañera.
Rosario Ibarra es fundadora del grupo de Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México conocido como “¡Eureka!” y creado en 1977. Sin embargo, la lucha y el trabajo por encontrar a su hijo Jesús, militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre, empezó unos años antes, años en los que se fue hermanando con otras mujeres en la desesperación y la fuerza. “Yo vivía en Monterrey, a 1000 kilómetros de aquí, y vine pensando en conseguir justicia en 20 días. De a poquito me fui encontrando con mujeres como yo. Iba a ver un funcionario y sus secretarias me avisaban en secreto: ‘Ayer vino una señora de Chihuahua con el mismo problema de usted’. Hasta que un día vi una solicitada en un periódico con muchos nombres de mujeres. Eran de Guerrero y le exigían al presidente que solucionara el problema de sus familiares. Recordé inmediatamente que me habían dicho en Los Pinos (casa de gobierno) que habían ido mujeres de ese estado y que habían hecho un escándalo. Busqué y me encontré con que una se apellidaba como yo: Piedra. Yo soy de Piedra por mi marido, pero nunca uso el ‘de Piedra’. Vi el nombre Celia Piedra, y daba la casualidad de que mi esposo había tenido un hermano que se casó con una Celia, y que tenía una hijita que se llamaba, por ende, Celia Piedra. La busqué, la encontré en un pueblito lejanísimo, y hablé por teléfono. Le dije: ‘Oiga, soy fulana de tal, ¿no será usted pariente mía?’. ‘No –me respondió–, si yo soy de un pueblo donde hay más piedras que en el río.’ Eso me dio mucha risa y luego me dijo una cosa muy bella: ‘Pero si usted tiene un familiar desaparecido somos hermanas’”.
El comité “¡Eureka!” protagonizó en 1978 una acción clave: 84 mujeres y cuatro hombres iniciaron un ayuno en la Catedral de la plaza central de México para exigir la libertad de presos y desaparecidos políticos. Lograron así nombrar e instalar públicamente la guerra sucia del gobierno contra movimientos populares y organizaciones armadas. La represión ilegal ya acumulaba dos presidencias: la de Luis Echeverría (1970-1976) y la del entonces mandatario José López Portillo (1976-1982). “Echeverría era muy hipócrita. Por eso para nosotros fue tan terrible dar a conocer al mundo lo que nos pasaba. Porque que eso pasara en Argentina todo el mundo lo entendía; lo mismo con Guatemala o El Salvador... Pero en México, ¿cómo iba a ser posible? Imagínate que Echeverría rompió relaciones con Franco porque mató a dos estudiantes a garrote. También rompió relaciones con Pinochet y el exilio chileno aquí era tratado como de reyes. Ibamos a Europa a denunciar y nos decían ‘no puede ser’. Además, la política exterior de México sobresalía por su solidaridad con Cuba. El gobierno de López Portillo –el que siguió a Echeverría– fue lo mismo: era solidario con la lucha en El Salvador, pero de forma muy hipócrita. Apoyaba la rebeldía y por debajo le vendía petróleo a la junta de gobierno. Era siempre una doble cara, como el personaje de Dorian Gray.”
Luego, se formó el Frente Nacional contra la Represión, de carácter nacional. “En la medida en que fueron viendo cómo funcionaba el frente, fueron liberando compañeros. Nacimos el 12 de diciembre de 1979. El 15 de diciembre, al llegar yo a mi casa, ahí estaba el primer desaparecido que soltaron del campo militar. Al poquito tiempo la hermana de él, también desaparecida. Y así salieron 34 en una primera tanda. Se tardaron unos diez años en ir largándolos. Pero pasó una cosa maravillosa: todos llegaron a nosotros a darnos su testimonio.”
Rosario también transitó la arena electoral, pero con el objetivo de ampliar el auditorio para sus denuncias: “En el ’80, los chavos trotskistas –que me habían ayudado a organizar las denuncias por Estados Unidos y en el país– me pidieron que fuera candidata a la presidencia por el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Me parecía medio absurdo, pero dije: ‘Bueno, soy la primera mujer candidata a la presidencia en México’. Además, ¡yo no era de Harvard! Yo sólo hice la escuela, luego fui autodidacta, nada más. Tampoco tenía currículum político, nunca he pertenecido a una organización política. Creí que servía porque se rompían esquemas. ¿Qué era lo que yo tenía? Nada más que ser la madre de un desaparecido. Conclusión: entonces, en México, hay desaparecidos. Las embajadas me empezaron a buscar: venga señora para acá y para allá. Después fui diputada en dos ocasiones: por el PRT en el ’85 y por el PRD (Partido de la Revolución Democrática) en el ’94. Pero no se pudo hacer nada. Lo único que sucedía era que me publicaban en la prensa y me hacían entrevistas en televisión”.
El bautismo de sangre de la guerra sucia fueron dos masacres: la de la plaza de Tlatelolco, en el DF, en la que la policía y el ejército asesinaron cientos de estudiantes en 1968 (narrada por las voces de quienes estuvieron allí en la célebre novela de Elena Poniatowska La noche de Tlatelolco) y la matanza conocida como Jueves de Corpus donde otros 42 jóvenes fueron asesinados en una manifestación también de estudiantes en la capital mexicana en junio de 1971. La guerra sucia es un episodio sin olvido y, menos aún, sin reconciliación en México, ya que esos crímenes, así como las más de 500 desapariciones, siguen impunes. Hay otros elementos que distinguen y a la vez complejizan la relación con los años ’60 y ’70 en México. Por un lado, varios grupos armados siguen en actividad y muchos son prolongaciones directas de aquellos años. Por lo mismo, la actividad parapolicial y de contrainsurgencia sigue sosteniendo una relación más que estrecha con las fuerzas represivas que operaron en las décadas anteriores, dando lugar a un nuevo capítulo de la guerra sucia que va desde las matanzas en distintas comunidades indígenas a los feminicidios en Ciudad Juárez. Por otro lado, la guerra sucia en México tuvo lugar bajo gobiernos no dictatoriales. Esto implica que en el caso de juzgar a los responsables políticos se trata de ex presidentes constitucionales. De hecho fue ésta la encrucijada de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado de México (Femospp), creada por Vicente Fox en el 2001: “El gobierno de Fox, que yo creo que pactó con los militares, no quiere juzgar a Echeverría por las desapariciones; lo juzgan por genocidio, que es una figura que aquí va por vericuetos legales y finalmente lo logran exonerar. Es terrible, es una burla para nosotros. Esa fiscalía es de nombre largo y alcances nulos. Cuando entró Fox, al poco tiempo, llevó a ratificar al Senado la Convención Latinoamericana sobre Desaparecimiento Forzado. Pero le puso dos candados: una reserva y una declaración interpretativa. La reserva decía que ningún militar puede ser juzgado por tribunales civiles. Y la declaración interpretativa decía que solamente serán castigados los casos posteriores a la ratificación. Entonces, ¿para qué carajo hacen una fiscalía para investigar lo del pasado si a la vez imponen que no se va a juzgar más que lo nuevo? Y ni siquiera lo nuevo juzgan. Este año hubo mucha propaganda: ‘van a juzgar a Echeverría’, ‘primera vez, hecho histórico’, dicen los comentaristas de la tele. ¡Qué histórico ni qué carajo! No pasó nada”.
“En las comunidades indígenas, en Oaxaca, en Guerrero, con el pretexto del narcotráfico van y hacen lo que les da la gana. Yo tengo la sospecha –confiesa Rosario– de que todo lo que aparece como ajusticiamientos y enfrentamientos entre narcos no son tales, sino que tienen que ver con las policías ilegales que siguen existiendo y que ahora ya las disfrazan de mucha legalidad con uniformes todos iguales. ¡Si hasta se ponen máscaras como los zapatistas para que no los conozcan los propios narcos! Aquí sigue muy violenta la represión, y hay desaparecidos, pero ya no son ‘subversivos’ o ‘terroristas’, como les llamaban antes, ahora son ‘presuntos narcos’.”
La guerra sucia ha mutado –de nombres, de estrategias, de blancos–, pero la guerra de hoy extiende sus hilos a las décadas pasadas. “Varias familias pobrísimas, del norte del país, de Tamaulipas por ejemplo, me vinieron a ver. Una se me arrimó en una charla pública a decirme que en su barrio entraron 200 elementos del ejército y se llevaron a toda una familia, incluida una niña de 6 meses, y no los han vuelto a ver. A una muchacha que vino a verme de Jalisco le desaparecieron a su hermano en Colima, y ya esto en el sexenio de Fox. Cuando Fox nos dio audiencia y nos recibió como comité, la invitamos a esta mujer, aun sin ser parte de la organización, y antes de empezar la entrevista le dije: ‘Señor presidente esta mujer busca a su hermano, es un desaparecido de su sexenio, empiece por ahí’. Fox se volteó para otro lado, y miraba el reloj a cada rato. No pudo decir nada. Hasta que finalmente entró su secretario de Gobernación y le dijo ‘permítame darle respuesta, señor presidente’.” Por supuesto, aclara Rosario, no dijo nada.
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