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Viernes, 2 de diciembre de 2005

ECONOMíA

El poder de la red

“Las mujeres tienen la ocasión de redefinir muchas identidades, por eso pueden ser también mejores microempresarias”, dice la peruana Pina Huaman, experta en desarrollo urbano y género y motor de una red de más de cien mil mujeres usuarias de microcréditos. Esta herramienta económica, que presta pequeñas cantidades a quienes no reúnen los requisitos exigidos por los grandes bancos, cuenta con otro tipo de capital: la confianza.

 Por Cristian Alarcón

María Josefina Huaman, Pina, camina por Buenos Aires convencida de que las mujeres argentinas también pueden liderar la economía solidaria, la creación de bancos comunales, una herramienta para pelear contra la pobreza. Invitada para conferenciar ante más de cien organizaciones sobre la manera de impulsar en la Argentina el desarrollo de las microempresas, esta experta en desarrollo urbano, género y políticas públicas cuenta su experiencia como creadora de una red de cien mil mujeres vinculadas a los Bancos Comunales de mujeres en Perú. “Nuevas reglas: más flexibles, más abiertas, que se basen en la confianza. Para estos bancos ése es el capital: la confianza”, dice, tras haber sorteado, entre otros, el debate de las “mujeres de base” y el movimiento feminista, al comienzo en contra de que las pequeñas inversiones de los préstamos fueran para crear comedores manejados por mujeres.

Coordinadora de la Mesa de Concertación de Lucha Contra la Pobreza en Lima, creadora de Alternativa, un centro de promoción de derechos, Huaman está convencida de que “se trata de abrir unidades productivas dirigidas por mujeres porque es el segmento de la población más deseoso, más que los hombres, de tener una relación con el mundo exterior”.

–En el año ‘77, en el Perú se aplican las primera medidas de ajuste estructural. Al aplicarse esas medidas, se da el primer paro nacional de la historia republicana de mi país. Ese movimiento es derrotado; despiden a 5 mil trabajadores y dirigentes sindicales. Descabezaron al movimiento. En el año ’78 hubo otro paro nacional, que también termina con la derrota. Estos despedidos se empiezan a organizar en espacios territoriales, como comités de despedidos, y ellos son los que inician en el Perú sus primeras experiencias de microempresas. El microemprendimiento surge de un movimiento que creía que el cambio y la transformación eran posibles y que estaban cerca.

–¿Cómo participan las mujeres en ese proceso?

–Creo que hay una confluencia del feminismo de clase media intelectual, que es el que brega, digamos, ideológicamente, con la igualdad entre hombres y mujeres, la igualdad de géneros, los que inician y construyen un discurso (Pina Vargas, Flora Tristán, Manuela Ramos) con las mujeres de base. Ese movimiento tenía el concepto y el discurso. Pero sobre todo, a partir de la crisis de fines de la década del ’70, las mujeres también se organizan territorialmente. Esa forma de organización les permite hacer frente al problema del deterioro del ingreso con los comedores populares, que es una forma de producción colectiva del alimento básico para las familias.

–¿Pero los comedores como microemprendimiento?

–Es que se convierten en un movimiento masivo. Es cierto que el diálogo entre el feminismo y quienes promovíamos y acompañábamos esa forma de organización fue duro al inicio. El movimiento feminista nos decía que nosotros lo que hacíamos era confinar a las mujeres a las tareas reproductivas. Y quienes estábamos vinculados a un movimiento más de base podíamos ver los cambios que se producían en las mujeres.

–¿Qué tipo de cambios?

–Podías advertir que los cambios eran más radicales, que las mujeres salían de su aislamiento familiar, planteaban relaciones de mayor igualdad con los hombres, con sus parejas. Era la ocasión para redefinir los roles tradicionales, porque los hombres perdieron el empleo y las mujeres salían también a decir, a poder expresar las reivindicaciones del sector en sus propios términos. El cambio en las mujeres fue realmente radical e interpeladas por el movimiento feminista pudimos dialogar, hacer una síntesis bastante amigable y fructífera en el Perú. Personalmente mi militancia feminista se desvió gracias a la persistencia de ellas, y su apertura les hizo aprender los cambios que se daban en las mujeres.

–¿Y cómo es que se pasa del comedor a las microempresas?

–Es que no se pasa de una cosa a otra porque el comedor “es” una microempresa. En el comedor no es que te regalan alimentos y tú pasivamente recibes los alimentos: el comedor es una unidad económica, que no pasa por los mismos criterios de mercado. Quiero decir que las mujeres no reciben un salario sino que hay una donación, una subvención del trabajo gratuito de las mujeres. El Estado, después de 15 años de formados los comedores, recién da un apoyo alimentario, que equivale, en el mejor de los casos, en época electoral, al 20 por ciento del valor real de lo necesario. Esas mujeres lo que hacen es subsidios cruzados entre los pobres. Venden comida, no la regalan, la racionan; y a los casos de extrema pobreza, los subsidian con el 100 por cien del valor de la ración. Entonces tiene su punto de equilibrio: tiene costos, tiene precio, sino se desploma el comedor como unidad económica. Por eso es que los de Economía de la Solidaridad lo incorporan a la economía popular.

–¿Por qué entonces lo que se entiende por microempresa es un empredimiento más complejo o cercano al mercado?

–El mundo oficial del Estado o de la cooperación internacional no conoce, no valora eso. Lo que les dice a las mujeres es conviértanse en microempresas, porque recién van a ser gente propiamente. El mensaje es: “ganen plata, contante y sonante y recién van a ser importantes”.

–Ahora, las mujeres: ¿qué hacen frente a esto?, ¿resisten?, ¿se pliegan?, ¿cambian?, ¿se adaptan?

–Hay de todo, porque también si tú puedes además entrar al mercado laboral vía una remuneración lo haces. Pero no es que tú entras a un trabajo que te ofrecen, sino que te dicen: “Vamos, haz otro esfuerzo.

Si solo puedes sacar tu microempresa adelante, entonces te voy a capacitar; eso sí, busca tú el crédito”. En el esfuerzo muchos de esos mueren por la desilusión. Por ejemplo, en el gobierno de Fujimori se llevó infraestructura para la producción de panaderías. Las panaderías funcionaron mientras el Estado les daba un mercado cautivo que eran las escuelas para el pan. Entonces en Alternativa nosotros hemos llegado al convencimiento de que es necesario agrupar las experiencias en lo que llamamos Bancos Comunales, que puedan interactuar desde lo territorial, pero salir de allí para comercializar afuera, con calidad. Para eso se necesitan los préstamos.

–¿Qué es un banco comunal?

–Un banco comunal es una estrategia de crédito para los segmentos más pobres de la población. La población de más bajos ingresos tiene que tener otro tipo de producto de crédito. Esto es reunir de veinte a treinta mujeres, que tienen alguna actividad económica que ya han iniciado o que pueden iniciar sin altísimo riesgo y sin altísima inversión: una peluquería en tu casa, hacer comida para el mercado local, nada pensado para el mercado de exportación, que es surreal, sino para tu entorno más inmediato.

–El efecto de este tipo de organización no es sólo económico.

–Lo más importante es que las mujeres caminen hacia tener la voluntad de buscar una equidad entre hombre y mujer, que se capaciten para decir su palabra dentro y fuera de su casa, que participen activamente en el desarrollo de su localidad, que sientan que como banco son un actor, y entonces son cada vez más reconocidas en sus distritos. Los días de fiestas patrias igual que desfila el sector salud, el sector educación, desfilan los bancos comunales.

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Pina Huaman
Imagen: Ana D´angelo
 
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