las12

Viernes, 23 de diciembre de 2005

VIOLENCIAS

Ahora bancatelá

Es lógico sentir espanto frente a violaciones que terminan en muerte. Es esperable la indignación que despiertan. Pero ¿no hay nada que decir sobre la naturalización de la coerción sexual por parte de los varones hacia las mujeres? ¿Nada que decir del modo en que se las presenta en programas tan masivos como el que ocupa el prime time de Canal 9? ¿No habrá algún hilo conductor entre la banalización del maltrato y la frecuencia de las violaciones? Y, de paso, ¿de qué se habla cuando se habla de crimen pasional? ¿Habrá sido sólo un exceso?

 Por Luciana Peker

“No sé por qué, pero yo siempre creo que a una mujer la presionás un poquito y después termina aflojando... eh... pero la verdad, si me preguntás por qué no sé por qué”, le dijo Maximiliano, de 18 años, a Hernán Manzelli, sociólogo del Conicet y del Centro de Estudios de Población (Cenep) que, durante el 2004, realizó la investigación Como un juego: la coerción sexual vista por varones adolescentes. No fue el único. Bernardo, de 16 años, también le contó sobre su estrategia de algo que no tiene nada que ver con la seducción sino con la presión para conseguir que una chica acepte tener sexo (como si el sexo fuera algo que se acepta y no que se disfruta). “Hay algunas que son muy tímidas, muy tímidas y... hay que llegar a insistir, insistir hasta... convencerlas... La tenés que convencer... obligarla...”

Bernardo y Maximiliano son dos chicos de clase humilde que pusieron en palabras lo que otras chicas pusieron en números. El 12 por cierto de las adolescentes argentinas se iniciaron sexualmente por presión, obligación y/o violencia, según una encuesta de Edith Pantelides y Marcela Cerruti reflejada en el trabajo Conducta reproductiva y embarazo en la adolescencia.

No son adolescentes, no son humildes, ni lo dijeron en una encuesta, sino en la tele. “Pamela, ahora te vas a tener que bancar cuando alguien te diga vamos a jugar”, le advirtió Eduardo de la Puente a Pamela David. Pamela había contado, en la tele, una de sus fantasías sexuales. “Siempre me rehúso, hasta último momento, y, al final, me violan”, contó. Fuerte. Y, seguramente, nada políticamente correcto. Igualmente, las fantasías son fantasías y quien fantasea tiene el poder de elegir qué fantasea, con quién, cuándo, cómo. Quien fantasea elige. Y elegir es un verbo que todavía cuesta poner (y más en materia sexual) en la boca de las mujeres. Pero elegir no tiene nada que ver con aceptar que por fantasear una chica tenga que “bancar” que le digan –ni le hagan– cualquier cosa. En Televisión registrada (del 25 de abril pasado), en cambio, a José María Listorti le parecía un chiste. “Estuvo desubicada Pamela David con eso de la violación. Ahora hay un millón de sospechosos.” JA.

En la sociedad, los medios, los diarios y la tele, los pequeños abusos, la coerción sexual, la idea de que las mujeres “se la banquen si provocan” o la pregunta si “llevaba la pollera demasiado corta” está naturalizada o minimizada. Incluso, la violencia doméstica o las violaciones dentro del matrimonio son temas menores, en la banquina de la agenda mediática. Hasta que una violación seguida de muerte o un drama que se vuelve más horrendo, escabroso y dramático pone a las violaciones –como en estos días con el crimen de Núñez– en la primera y continua plana de los medios.

Ahí empieza la pregunta: “¿Qué hacer con los violadores?”, “¿Pueden rehabilitarse?”, “¿Por qué los dejan libres?”, “¿Qué proyectos de ley hay para combatirlos?”. Y también empiezan las propuestas de mano dura: pena de muerte, reclusión perpetua, vigilancia de por vida o castración. “El debatir entre castigo y tratamiento, rehabilitación o ‘cura’ nos permite conservar la ilusión de que esta problemática es ajena. Mientras que el tema a abordar debería ser la prevención, en la cual estamos todos implicados como integrantes de esta sociedad”, señala Alicia Cortejarena, psicóloga especialista en sexología y coordinadora del área de Violencia Sexual del Hospital Muñiz.

En estos días, los violadores son puestos –en el identikit mediático– como extraterrestres monstruosos. Pero más allá de la monstruosidad de una violación, la violencia sexual no es una película de terror, sino una realidad social. Y aunque las violaciones no son equiparables a ningún otro abuso, sí son la expresión más exacerbada de la violencia contra la mujer, una violencia que sigue siendo tolerada. “Los violadores constituyen la punta del iceberg de una cultura que niega la igualdad de los derechos humanos entre hombres y mujeres, y que usa la violencia sexual como otra forma de dominación y ejercicio de poder frente a mujeres, adolescentes, niñas y niños, quienes son más vulnerables al ataque”, enfatiza Cortejarena.

“Si la sociedad tuviera una actitud más activa, más informada, más sensibilizada y menos discriminatoria ayudaría a prevenir todas las formas de violencia hacia las mujeres, incluyendo las violaciones”, advierte Susana Cisneros, abogada y coautora del libro Femicidios e impunidad que acaba de publicar el Centro de Encuentros Cultura y Mujer (Cecym) con datos que hablan de la verdadera inseguridad de las mujeres: la que no necesita puertas blindadas, sino desblindar el silencio sobre la violencia familiar.

El 83 por ciento de los 1284 crímenes cometidos contra mujeres en la provincia de Buenos Aires, desde 1997 al 2003, fueron femicidios (una palabra que define a los asesinatos de mujeres por razones asociadas a su género y que son cometidos por varones con quienes la víctima tenía una relación íntima, familiar o de convivencia o a raíz de un ataque sexual) y en el 68 por ciento de los crímenes –de los que se disponen datos sobre la relación víctima-victimario– las mujeres fueron asesinadas por su pareja, ex pareja, concubino, novio o amante, según datos oficiales recogidos por Cisneros, Silvia Chejter y Jimena Kohan.

Estas cifras reflejan que más que políticas y recursos para prevenir la delincuencia común las mujeres necesitan campañas y recursos para prevenir la violencia doméstica. Una inseguridad interior que incluye el viejo mandato de que la esposa debe tener sexo, aunque no quiera. “La violación es una forma de violencia y del abuso del poder por parte de los hombres. De los testimonios de las mujeres que se encuentran atravesando situaciones de violencia doméstica surge que muchas de ellas son víctimas de la violación marital –subraya Cisneros– y esto se corresponde porque la violación es una forma de visualizar a la mujer como objeto y ejercer el poder sobre ella. Pero a las mujeres que son víctimas de la violación marital les cuesta visualizar la situación abusiva por la gran carga cultural que gira en torno de la cuestión del débito conyugal.”

Otra herramienta –de la que no se habla cuando las violaciones son presentadas como tinta roja en los diarios– para prevenir todos los grados de violencia sexual contra las mujeres es la educación sexual. “Los varones afirman: las chicas siempre te van a decir que NO y está en uno cambiar ese NO. Para los chicos eso es parte del juego sexual, mientras que para las chicas empezando por ‘si no tenés relaciones conmigo te dejo’ es algo doloroso que implica coerción –apunta Hernán Manzelli–. Me parece que los colegios deberían dar educación sexual con perspectiva de género y enseñar que el NO es un problema sexual.”

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