Hago ropa común para gente común, me interesa el diseño sencillo, esa ropa que te podés poner todo el tiempo y se modifica según los accesorios”, dice Gabriel Grinspan, diseñador de la marca Greens y dueño de un estilo que irrumpió en los percheros de una tienda de Quilmes (Brown 573, local 18) hace once años y que en el 2005 arribó a un local en Palermo (Gurruchaga 1783) que comparte con la firma de ropa masculina The Beautiful Ones. Detrás de esa manifestación de la simpleza se escudan conceptos sólidos y sofisticados: por un lado, su labor académica en la carrera de Indumentaria de la Universidad de Buenos Aires, más precisamente en la cátedra Fiorini, hace seis años, y, por otro, la afirmación: “Si bien mi ropa no está inspirada en lo militar, el conjunto da una idea de uniforme, rescato la mujer masculina de los años ’40 con las producciones estandarizadas de los ’50, y a eso lo combino con recursos retro para niñas”.

Otras influencias, menos racionales, puramente sanguíneas que hicieron a la construcción de su estilo remiten a que el diseñador pasó buena parte de su infancia observando y usando las confecciones de un abuelo sastre de origen polaco, y, ya en la adolescencia, experimentó los primeros diseños en una academia de corte y confección que dirigieron sus padres. Los percheros de Greens para el verano 2006 exhiben pantalones de líneas austeras en tonos crudo casi tiza, bordó o negro, faldas con tablas, una modalidad de campera al tono con tres usos –se fragmenta, además, en chaleco o un bolero–, y que en el invierno desarrolló en versión inflable. También predominan remeras de estilo marinero con ilustraciones rescatadas de Pepe, un comic sobre una niña vagabunda, y otras de una mujercita darkie en jumper y con caligrafía que informa “My name is Hello”, o vestidos negros de encaje y plumetí remixados con puro algodón, algo así como su versión del cocktail dress y que recomienda combinar con zapatillas.

Esos atuendos vistieron a una chica morena y andrógina, empleada de una pizzería, y a otra rubia protagonistas de la campaña fotográfica de verano, que fue ambientada en la Villa Argentina de Quilmes, un barrio obrero que el diseñador eligió a modo de homenaje a la estética de Europa del Este y el cine de Lars von Triers. Las casas simples como icono ya aparecen con trazos infantiles y en maquetas tanto en sus percheros como en algunos prints. Admite que al trazarlos piensa en los inmigrantes de Europa del Este que vinieron a la Argentina y en la obra de un escultor que venera por su rescate de casitas de madera sobre árboles.

Sobre la labor universitaria, desliza: “Se aprende muchísimo dando clases, apuntamos a generar en la gente que tenga un pensamiento lógico, una coherencia entre lo que dicen y su producto”. Admite que una retrospectiva de sus diseños no podría omitir ni los pantalones –rectos, casi de trabajo–, las camisas a cuadros y los colores apagados.

Sobre su verdadera especialidad, el street wear y su apogeo entre las ramas de la moda, dice: “Cada vez es más importante, es el área con más desarrollos de los campos de la indumentaria y la que permite más variedades”. Su cuaderno con dibujos y collages de texturas que anticipan la temática del próximo invierno habla de un rescate del estilo inglés y el college remixado con prendas con detalles de las desarrolladas por sus abuelos, y que va a producir en el taller familiar, que en el 2006 combina la tradición del abuelo sastre, la del padre experto en corte y su particular mirada sobre el diseño.

El local de Fiorini-Wichmacki (Gurruchaga 1532) tiene una fachada con iconografía celeste y rojo tenues, percheros circulares que exhiben vestidos a rayas, camisas retro con prints de cerezas, vestidos, tops y accesorios en punto. “Hacemos hincapié en la experimentación con tejidos, una temática que suele trabajarse desde una perspectiva telúrica, y que nosotros abordamos desde la innovación en morfologías y una mirada glamorosa. La premisa es, ante todo, salirnos de la lógica y al mismo tiempo desarrollar prendas fáciles de usar”, resumen Verónica Fiorini y Anabel Wichmacki, quienes luego de varios años de desarrollar diseños para teatro y la marca propia con énfasis en vestidos, y tapados desde un estudio puertas adentro, renuevan la escena de diseño indie de Palermo. La sociedad tomó forma a fines de los ’90 con el propósito de abordar las distintas instancias de la imagen en indumentaria. “El primer trabajo que hicimos juntas fue un vestuario para una obra de Julia Calvo que cosimos nosotras, luego hicimos otro para Planicie Banderita, un espectáculo de danza teatro de Andrea Servera que fue un detonante en la construcción de nuestro estilo: allí se hablaba de lo regional y empezamos a armar un sello propio, mezclando el tejido artesanal con el industrial, las mantas de las abuelas tejidas cuadro a cuadro, pero con siluetas estilizadas. De ese vestuario surgió entonces algo que tiende a lo lúdico, al pop y a un retro ’50 como ingredientes que vuelven a aparecer en nuestros diseños.”

Luego de trabajar sobre dibujos y maquetas tridimensionales, y convencidas del concepto “una prenda es una línea”, las diseñadoras visitan los diversos talleres de tejedoras que realizan sus construcciones, y en ocasiones reciben negativas para desarrollarlas por sus aparentes complicaciones. La colección del último verano está claramente inspirada en los colores y los espirales del pintor austríaco Fritz Hundertwasser, y ellas advierten que existe continuidad entre los diseños de una y otra temporada. “No queremos seguir a rajatabla las tendencias. Si bien hacemos un rastreo y un análisis de los temas de moda, nuestros productos no están sujetos a la obsolescencia de la moda, muchas de nuestras clientas continúan usando vestidos de hace cinco años.”

Más críticas al fashion system: “No estamos de acuerdo con esa creencia de que el diseño es para una elite que puede gastar mucha plata, y por lo tanto tiene precios inaccesibles”. Es inevitable preguntar precisamente a Verónica Fiorini, titular de la primera cátedra de graduados de indumentaria de la Universidad de Buenos Aires, y cuyos cupos son muy requeridos entre los jóvenes que cada año ingresan a la UBA, si lo académico se filtra en sus diseños. “En la universidad intento hacer una trabajo de reflexión y crítica aplicado a la moda y a la necesidad de innovar. Es imposible escapar al discurso simbólico en cada una de mis colecciones.”

Las diseñadoras aportan más señas particulares de su etiqueta: “Hablamos del accesorio rejerarquizado, así como en verano una bufanda de hilo puede ser un collar, para el invierno tenemos un chaleco con bufanda incluida. También en el invierno nos proponemos estilizar siluetas en lana merino, para revertir esa idea de que el abrigo suele carecer de formas entalladas, nos pasa algo curioso con los tapados: son muy codiciados; una mujer nos encargó uno para llevar encima de su vestido de boda”. Consideran –y tienen razón– que trabajar con tejidos y prendas derivadas de líneas les permite crear estampas y formas inéditas. “Como en el mercado argentino las telas son escasas, el trabajo con tejido nos da la posibilidad de construir la propia tela y nos da absoluta libertad. Hacemos el rayado que queremos, con las medidas que queremos y en muchas de las prendas intervienen docenas de colores y sus matices.”

Una aclaración sobre ambas marcas: hasta el momento no hacen desfiles para presentar sus colecciones; en cambio, asisten y aplauden a sus alumnos en los desfiles anuales de la cátedra. Sus propuestas de temporada pueden visitarse también en los sitios www.greenss.com.ar y www.fio riniwichmacki.com.ar