Viernes, 13 de enero de 2006 | Hoy
MONDO FISHON
Incluso las mujeres y los curas podían usarla. Esa era, ni más ni menos, una de las más afiladas armas publicitarias que desenvainaba la empresa del astuto, afortunado, visionario Enrico Piaggio en 1946, cuando finalmente pudo sacar a la venta el ciclomotor que se convertiría en icono de la recuperación económica de la posguerra italiana (y que ahora anda cumpliendo 60 añitos): ¡la Vespa! Dos mil fueron las primeras unidades que demoraron en venderse lo suficiente como para generar una cierta incertidumbre al principio, hasta que finalmente chicas y señores de sotana se animaron a probar qué tan cierto era. Lo curioso, realmente curioso a esta altura de la soirée, decimos nosotras, chicas algo ingenuas y asombradas porque nadie en su momento haya puesto el grito en el cielo (Vaticano), fueron los argumentos que convertían a féminas y representantes del Señor en seres con capacidades diferentes y equiparados. Allí van: la motuela consumía poco, era fácil de usar (porque tenía todos los comandos en el manubrio) y arreglar (la sola sugerencia de la imagen nos mata, nos mata) y... ¡era limpia!, cosa de no andar arruinando las faldas, que las tintorerías siempre fueron caras. Y una que no podía imaginarla en otras manos que no fueran las de Gregory Peck, y con otra sonrisa que la de Audrey Hepburn. Publicitarios eran los de antes, che.
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