Viernes, 21 de abril de 2006 | Hoy
DISEñO
Lola Goldstein es simple y clara: su trabajo, dice,
tiene que ver con lo “material”. Y según ella, eso significa embellecer la vida de la gente a través de sus creaciones. Así, un desayuno puede transformarse en algo similar a
asistir a un jardín de sensaciones o a un juego de muñecas, como en los viejos tiempos.
Por Victoria Lescano
Nacieron los saleros”, decía la misiva de Lola Goldstein, invitando a la tienda Malba y a la presentación de su flamante línea de cerámicas utilitarias –contiene una tetera con patitas digna de una versión darkie de Alicia en el País de las Maravillas, adminículos para sal o pimienta con caras sonrientes o enojadas, bases para palitos de sushi, recipientes para huevos poché– y que en un acto subversivo ante los 27 grados de calor de esa tarde de otoño, y la pompa y los tonos blanquecinos de ese museo, recibió a sus invitados con tazas de chocolate caliente.
En simultáneo, empezó a circular una gacetilla de la Galería Belleza y Felicidad que anuncia la inauguración –el próximo 26 de abril– de otra muestra de Goldstein, consagrada a sus exquisitas acuarelas y dibujos con marcadores en tonos flúo y que advierte sobre los contenidos de la obra: “Un mundo extrañísimo que hace convivir lo áspero y lo minimalista con la sensualidad y el exceso de una iconografía infantil. En ese mundo aparentemente feliz siempre hay una amenaza, algo peligroso, tal vez sea una pesadilla”.
“Mi trabajo tiene que ver con lo material, una parte la traslado al dibujo y otra a las cerámicas. Me gusta todo lo que se usa, desde la vajilla o la ropa, con ese criterio pienso en hacer cosas para que la gente se siente a disfrutar de un desayuno o un té; aún no hice ropa, pero intento desarrollar estampas para textiles. Cuando de chica vivía cerca de la Facultad de Agronomía, solía encontrar cajas cerradas y, al abrirlas, descubría que contenían gatitos abandonados; sé que era algo espantoso y cruel, pero siempre me quedó esa idea de la sorpresa, luego me inventaba mascotas aun con piezas de madera y en las clases de carpintería del colegio. Hubo una compulsión por el dibujo desde la infancia y hubo también –admite entre risas serias– una etapa con tendencias cleptómanas hacia las miniaturas de los cuartos de mis amigas”, dice Lola Goldstein sobre su relación con los objetos y los materiales presentes en su obra.
La conversación transcurre té mediante y ella saca a relucir unas galletitas con formas de animales, otra faceta de sus construcciones.
Con 28 años, estudios de diseño gráfico, gestos y cuerpo de personaje de algún cartoon, Lola participó de muestras colectivas en el Consulado argentino en Nueva York, el Museo de Arte Moderno de Chile, el Museo Marítimo de Ushuaia, el Museo du Trabalho de Brasil, fue ilustradora del suplemento Radar, hizo portadas de la revista-objeto Hawai, una rareza dedicada a difundir la fotografía y la poesía locales, y durante octubre va a poblar una sala del Centro Cultural Recoleta con Médanos, una puesta de dibujos, figuras de cerámicas y también figuras de algodón.
“Con los dibujos dejo que los papeles me guíen, me gusta explorar los límites y ver todo lo que se puede hacer con ese material; por regla general uso algunos que traigo de viajes o me traen amigos, o series antiguas que rescaté de una imprenta familiar.”
Flores de cerezo junto a un cielo negro, troncos que flotan, una cabeza de mascota de origen incierto junto a posibles pelucas, personajes concebidos para hipotéticos libros de ilustración infantil, piezas de cerámica con caras ultraplanas y cuerpo de pony, hojas que recuerdan bordados, hombres de nieve que cuidan bebés, son sólo algunos ejemplos de su imaginario.”Más que del animé, reconozco influencias de las kokeshi dolls, que se ligan con las tradiciones japonesas; ahora acá están muy de moda, pero en Japón es algo cultural. Y hasta los envases de comida tienen dibujos insólitos. Las muñecas kokeshi se hacen de restos de madera, tengo algunas en casa, porque cuando con Guille –su marido, el fotógrafo Guillermo Ueno– nos mudamos a la casa de Burzaco, donde habían vivido su tía y su abuela japonesas, encontré palanganas con juegos enteros de té y muñequitas kokeshi, y luego supimos que la tía se había dedicado a hacerlas y también a pintar vajilla. En mi caso hay también una búsqueda de personajes.”
Admite que sus primeros dibujos –las figuras de un astronauta y un pájaro– tuvieron sus destacados tanto en el living familiar como en un negocio de su padre. Y que no hay dibujos premeditados, simplemente con un plumín o una fibra salen tanto la figura de un martillo o una nuez con cara. Reconoce como primeras influencias la obra de Alfredo Prior, las series de ediciones limitadas de Gabriela Forcadell, los dibujos de Fernanda Laguna y las temporadas de formación en el taller dictado por el ilustrador Elenio Pico, uno de los editores de la publicación Lápiz Japonés.
Allí, Goldstein se alimentó de cierto humor non sense (“era el clima imperante en el taller, el dibujante Liniers era uno de los asistentes”) y lo agudizó, conoció a un grupo de artistas pioneros en el desarrollo de ediciones limitadas ahora tan en boga, entre ellos su marido.
“Vi cómo se editaban libritos en tiradas de cien ejemplares y yo de alguna manera tenía esa aproximación a hacer piezas desde que en la infancia, cuando hice cursos de historieta con Jorge Cuello, me puse a hacer libros de madera que se llamaban encajados; consistían en cajas de madera balsa y en su interior llevaban un acordeón de papel con una historia en la que irrumpían animales, una pareja de niños, ella intentando seducirlo, hablando sin cesar y lo recuerdo a él, aterrado.”
Los resultados de la series limitadas de dibujo desarrolladas por Goldstein a fines de los ’90 y comienzos del 2000 se vendieron en el espacio neoyorquino Printed Matter, la tienda parisina Colette y una galería japonesa especializada en el género cute llamada Hannah.
Concluye Goldstein: “Me paso el día dibujando, lo que más me interesa es lo abstracto, pero la casa y lo hogareño aparecen siempre”.
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