Viernes, 26 de mayo de 2006 | Hoy
LUJOS
Como un auténtico refugio de placeres suntuarios, el Museo del Perfume abre sus puertas programadamente, con cada comienzo de mes y por apenas dos horas. Pero durante ese “ábrete sésamo” se despliegan las huellas de las fragancias más antiguas mixturadas con las nuevas, en un recorrido que tienta al menos apelado de los sentidos.
Por Felisa Pinto
Como si hubiera oído los versos de Baudelaire que ella nunca había leído, “los sonidos y los perfumes bailan en el aire de la noche”, Diana Avellaneda, creadora y directora del Museo del Perfume, obedeció ese mandato. Desde su infancia, cuando era incipiente coleccionista de jabones y cisnes de polvo facial, hasta su adolescencia, cuando se lanzó al ritmo del tap dancing con igual pasión. “La asociación de la música con los perfumes no es casual. Sucede que el lenguaje técnico que se usa para fabricar una fragancia es precisamente similar al de la música. Se habla de notas, acordes, armonías, cuando se compone la fórmula. Se puede decir que siempre me moví dentro de esos dos goces vitales, tanto cuando bailé como cuando organicé eventos de danza, en la Fundación Julio Bocca, y otras en el Maipo o en el Rojas, a partir de 1995”, reconoce Avellaneda.
Licenciada en Historia de las artes por la UBA, la pasta de curadora de Diana terminó de concretarse cuando, en el 2000, la periodista Patricia Melgarejo la invitó a hacer una muestra sobre los perfumes, que se llamó, precisamente, Perfumes cautivos. Fue una exhibición refinada en el Museo Nacional de Arte Decorativo, que hablaba de una lectura clara sobre la estética y la historia de los ejemplares de frascos y botellas, conseguidos con habilidad de entomólogas en Buenos Aires. Exhibidos como lo que merecen llamarse, broches de oro de un vestido y aura imprescindible a la vez que inasible y misteriosa. “Desde entonces, yo siempre soñé con dirigir, o algo así, un Museo del Perfume, luego de una pasantía en el Metropolitan de Nueva York durante cinco años, especializándome en lo que los norteamericanos llaman community education. Luego, en Buenos Aires, empecé a ser docente: desde hace 14 años en el ABM (Asociación Biblioteca de Mujeres) en Historia del diseño textil y de la moda. Sobrevino entonces el ofrecimiento de la doctora Aída Torres Vera para crear un espacio, lógico y afín con la moda, para destacar la importancia de la industria del perfume en el mundo e incentivar nuevos talentos locales en la industria del suntuario”, se entusiasma Diana.
A 103 años de la creación del ABM, hoy el Museo del Perfume está situado en la institución, en Marcelo T. de Alvear al 1100. Esa realidad hedonista y necesaria, en los días de dura realidad, se abre los primeros lunes de cada mes de 16 a 18.30, cuando se realizan visitas guiadas y eventos conexos al mundo maravilloso del perfume a cargo de especialistas temáticos. Es el único en el país y, como no está abierto en forma permanente, es importante acudir a esas citas prefijadas para gozar de la soltura que tiene su curadora Avellaneda, al recorrer las vitrinas que antes alojaron libros, de sólida madera y cristales, conteniendo miles de frascos, perfumeros, hornillos, perfumes de época y gigantescos frascos de utilería de esos que se descubren en perfumerías y algunas farmacias, envidia de toda fanática de las fragancias por sus diseños y calidad emblemática.
Dos salones dieciochescos que remiten, en su medida y guardando distancias, al Museo Fragonard de París y al Museo del Perfume de Grasse, en el sur de Francia, y cuna de todos los perfumes franceses, son precisamente los que alojan los frascos gigantescos y fuera de escala. En salones linderos, las vitrinas muestran, en claro recorrido histórico, las huellas de los perfumes, desde la Mesopotamia hasta nuestros días. Mezclados con referencias de la historia de la moda del siglo XX, en maniquíes vestidos como los originales de las etiquetas más celebradas y en escala menor, pero ilustrativos de la estética de cada modisto. Se descubren también rarezas y curiosidades, como una botella de Carthusia, fragancia que nació en 1380, en Capri, y que se vende todavía con gran éxito en Italia. Quizá la fidelidad a esa fórmula, inventada entonces por un monje para recibir a la reina Giovanna I de Nápoles, en base a flores silvestres recogidas en las rocas de la región, sea un incentivo en las ventas de una fragancia nada convencional, ni ajustada a las fórmulas de éxito actualmente. Además se vende sólo en Italia.
En otro plano, social y solidario, en este museo se presentó, hace poco, una colonia fresca que la firma Myrurgia de España produjo para Unicef y se llama Children of the World, destinada a recaudar fondos para los chicos de América latina y el Caribe. Se puede comprar en algunas buenas perfumerías porteñas por algo más de 20 pesos.
En los encuentros mensuales del museo se invita a empresas, profesionales y expertas para conocer las novedades y experimentar in situ placeres olfativos. Tampoco se descarta en esos encuentros la presencia de invitados que tengan algo interesante desde el campo de las letras, la música, el arte plástico o el diseño. La agenda de esta temporada se inauguró en abril, con fragancias de Oscar de la Renta. Siguió en mayo con el mundo de Kenzo y, en junio, fui invitada por Diana Avellaneda en mi rol de perfumista para hablar sobre mi aventura en ese campo, con el Agua de Nardos, en los años ’90. En julio, Mónica Perren, otra novel autora argentina de fragancias, mostrará la suya, Magdalena, exquisito bouquet de flores blancas. Y el mismo día se conocerá a fondo la dinastía Guerlain. En agosto se festejan los 100 años de Firmenich, emporio de esencias en el mundo. En septiembre, secretos de belleza del antiguo Egipto. En octubre, el punto de partida será Isabel la Católica y las empresas del nuevo mundo. Y finalmente en noviembre, nuevamente Kenzo cerrará la temporada.
Jesús del Pozo, negro total
En pleno otoño porteño, Jesús del Pozo, creador español de moda y perfumes, aterrizó en Buenos Aires para presentar su nueva fragancia, Jesús del Pozo in Black. Este entusiasta activista de la movida española, y exitoso modisto y perfumista desde entonces, desplegó su seducción el día del estreno en la Costanera Sur, y de paso, en los pocos momentos libres de su gira, su avidez por los buenos muebles de los años ’30, ’40 y ’50, que compró en los anticuarios de San Telmo y en el mercado Dorrego, guiado por Juan Gatti, su gran amigo y cómplice principal de todos sus perfumes, diseñando sus frascos y packaging. Esta dupla triunfa en el rubro desde la aparición de Duende, en los ’80, hasta hoy con la renegrida botella de In Black, 2006. Sin olvidar el triunfo descomunal de Halloween en el 2000 y de Quasar, dedicado a los varones metrosexuales y no tanto. In Black está encerrado en una esfera perfecta de vidrio negro profundo, con dejos de modernidad y clasicismo, y el agregado de un pulverizador forrado en hilos de seda negra. La “nariz” creadora de la fragancia es la suiza Christine Nagel. Allí reunió dejos de pomelo rosado, con la rosa y un toque de cereza negra, un corazón de lirios de igual color, con chispas de jazmín de Egipto, vainilla de Madagascar, patchouli de Indonesia y cedro de Marruecos. En el fondo, aromas de madera de regaliz. Ramos de esa raíz exhibidos en la presentación, junto a velas cuadradas negras fueron incautadas por Jesús, al no poder resistir a esas maravillas, y trasladadas junto a sus trofeos locales hasta su maison en Madrid.
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