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Viernes, 9 de junio de 2006

RESISTENCIAS

Trabajos de base

Mujeres Al Oeste es una ONG que, con la colaboración de estudiantes de Trabajo Social, monitoreó la aplicación del programa de salud reproductiva en las salas sanitarias de Morón. ¿El resultado? Lugares comunes derrumbados con la fuerza de voces de usuarias de los servicios.

 Por Gimena Fuertes

Para observar cómo se traducen las diferentes políticas públicas en las vidas de mujeres de bajos recursos, Mujeres Al Oeste llevó a cabo –junto con alumnas de la carrera de Trabajo Social de la UBA– un monitoreo sobre cómo se aplica en el ámbito local el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable en las salas sanitarias del partido de Morón, al oeste bonaerense. Zulema Palma, una de los miembros de esta asociación, relata que “una cosa es lo que dicen los papeles o lo que te puede decir un funcionario y otra es lo que dicen las mujeres en las entrevistas. Consideramos que la calidad de atención incluye los derechos de autonomía en sus decisiones sexuales y reproductivas”.

Mito I

“Es un mito creer que una mujer tiene más hijos porque le falta información. Tiene que ver con que si puede decidir o no, si le faltan los recursos o no. Una mujer puede tener toda la información y no apropiarse de ella porque no tiene material ni poder simbólico. Hay que empezar por atreverse a pensar en tener menos hijos, atreverse a pensar en su sexualidad, a pensar su propio cuerpo. Muchas veces estas mujeres no pueden conectarse con las cosas que les pasan, con lo que sienten”, asegura Liliana Morales. “Más allá de la información, lo que falta es acceso a todo, se trata de trabajar en la conexión con su propio cuerpo y en cómo se sienten. La mayoría de las veces no es una cuestión de información. La mujer que tiene muchos hijos no los tiene porque quiere tenerlos o porque no tiene la información. Muchas veces tienen la información, pero no tienen otras cuestiones que hacen que no pueda decidir que son mucho más importantes”, recalca Morales.

La trabajadora social Gabriela Pombo revela que “en las entrevistas se escucha mucho sobre las dificultades que tienen estas mujeres para el acceso a métodos anticonceptivos. Es verdad que a veces la información que tienen sobre los métodos no es del todo completa, pero la principal dificultad es el acceso. El centro de salud o la salita del barrio dependen de la gestión de turno y muchas veces se les dificulta acceder a la atención si no tienen el documento en condiciones y ni hablar si son extranjeras”. “En las entrevistas las mujeres nos contaban que lo que aparecía como dificultad para las adolescentes era acceder a la atención, ni siquiera hablar de llegar al método, sino a la atención misma si no vas acompañada de un adulto, observamos que hay un gran desconocimiento por parte de los equipos de salud de la legislación vigente y en seguir aplicando por usos y costumbres cosas que no se fundamentan en nada”, se indigna Pombo.

“Los médicos, al requerir el acompañamiento de adultos a pacientes adolescentes, ocultan sus prejuicios, sus maneras sesgadas de ver la sexualidad femenina y más la de las adolescentes, y lo único que aceptan es atenderlas cuando ya vienen embarazadas, pero primero las retan y después las atienden”, se queja Zulema Palma mientras Gabriela Pombo acota que “priman los criterios individuales de los médicos, del jefe de servicio, o del hospital mismo, pero siempre es individual. Lo mismo pasa con la objeción de conciencia del médico que es jefe de servicio y no coloca DIU y hace que todo el servicio no lo coloque, cuando la objeción de conciencia es un acto individual y no del servicio de un hospital”.

Una de las mayores deficiencias en la estructura sanitaria que revelaron los estudios que llevaron adelante es “la gran dificultad y burocracia para la provisión del método anticonceptivo –cuenta Pombo–. Muchas mujeres mencionaban como un trámite más el pap y la colpo, como si fueran sólo un requisito para acceder al método, lo cual habla de cómo fallan los equipos de salud en promover una concepción de autocuidado de la salud sexual y reproductiva”.

Mito II

“El abuso no es una cuestión de clase, es una cuestión de poder adentro de la familia. Se piensa que hay más casos de abuso y de violencia en los sectores más pobres, pero no es así, es que las clases medias y medias altas lo ocultan más y mejor porque no recurren a los servicios públicos y están más encerrados en su privacidad. Por ejemplo, cuando una mujer grita en una casa grande no se la escucha, las casas de los barrios privados están mucho más alejadas entre sí de lo que lo están las casillas de las villas. Por su parte, la clase media no va al hospital y de esa manera el abuso sexual también queda invisibilizado”, sostiene la licenciada Morales.

Para luchar contra el abuso sexual y la violencia psicológica y física, Mujeres al Oeste convocó a las organizaciones que trabajan en los barrios para trabajar con la autoestima y con la desnaturalización de la violencia. “Organizamos talleres con grupos de adolescentes y articulamos con organizaciones de base. Vamos a los barrios de la mano de los movimientos sociales que ya trabajan allí, con otros grupos de mujeres, o con escuelas”, cuenta Pombo. Liliana Morales explica que “en los talleres no salen preguntas sino que las mujeres traen su vivencia y la pueden leerla de una manera distinta a lo que la venían haciendo. La idea es poder reflexionar y darse cuenta de que lo que se venía viviendo era violencia, con la autoestima se trabaja poner en cuestión aquellos mandatos y las valorizaciones que les hacen los demás y la sociedad”.

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