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Viernes, 17 de noviembre de 2006

ESCENA

Conjuro a la hora en que huye el dia

En el atardecer de los sábados porteños ocurre un milagro en la zona del Abasto cuando dos actrices cabales –Carolina Tisera y Corina Bitchman– encarnan textos de Hebe Uhart y Osvaldo Lamborghini, con unas gotas de flores de Bach. Pura poesía hecha teatro.

 Por Moira Soto

Es la tarde y la hora en que el sol la cresta dora de las paredes del patio de Puerta Roja, convertido en sala teatral a cielo abierto, salvo la parra que techa el escenario donde, en el fondo, hay canteros floridos. Atada por mechones de su largo y rizado pelo a las ramas cargadas de racimos –una imagen que bien podría figurar en Una semana de bondad, de Max Ernst– una mujer dice suntuosos desatinos (“los enfermos mentales, mentalmente, no perciben la brisa como un tejido homogéneo de trama imposible de descifrar: perciben pelotas-per de aire desencadenadas que vienen por el aire pero que es otro el aire en la plancha de oro y en el puente de madera...”). Ha comenzado la pieza Remedios para calmar el dolor, inspirada en textos de Osvaldo Lamborghini y Hebe Uhart, con infiltraciones del libro de recetas medicinales de Edward Bach, dramaturgia y dirección de Adrián Canale, protagonizado por Carolina Tisera y Corina Bitchman. Probablemente, uno de los espectáculos más hermosos y originales que se ofrecen en la cartelera porteña en estos momentos, por su altísima calidad en todos los rubros.

“En el teatro siempre se dice, con razón, que cada función es siempre distinta”, comenta Carolina Tisera, intérprete de Violeta, la vecina y amiga de Leonor (Corina Bitchman) a quien anhela ayudar, levantarle el ánimo. “Pero en el caso de Remedios, esa apreciación se acentúa por motivos propios de esta puesta: la luz natural que va cambiando, el viento, los ladridos de un perro que me arrancan un ‘basta, chicho’. Además, pasan cosas insólitas: tengo un monologuito final donde digo ‘pasó un avión muy alto’, y esa noche justo pasó uno... Este marco que nos contiene también nos da la posibilidad de desbordar y volver a tomar las riendas. La obra, básicamente, solo cuenta la relación entre estas dos mujeres, simplemente desarrolla ese vínculo. Adrián (Canale) siempre hizo hincapié en los ensayos en que lo más importante, más allá de la belleza de los textos, de otros aspectos estéticos, era este vínculo tan fuerte, tan tierno y tan amoroso entre estas dos mujeres con tanta soledad y tanto dolor. Esta obra es como una caja de sorpresas todo el tiempo, pero hay mojones, lugares adonde sabemos que seguro vamos a ir. La emoción, desde un lugar controlado, está a flor de piel todo el tiempo. Cuando construía Violeta con Adrián, me divertía con el tema del acento: ese cocoliche que no se sabe bien si es italiano, por ahí me sale una húngara... Yo me imaginaba que esta mujer podría ser una admiradora de Anna Magnani, de una de esas actrices que tiene como posturas muy de ese estilo. Tampoco se sabe si es su acento natural o el que adoptó para la vida”.

Cuando ustedes son convocadas, ¿ya estaba la dramaturgia armada?

C.T. :–Hace once años que trabajo con Adrián, los trabajos anteriores fueron En cuanto a la emoción y Parece algo muy simple, sobre un cuento de Raymond Carver. En este caso, él quería armar algo para el patio, con las plantas y tenía los textos de Lamborghini. En realidad, Hebe Uhart fue el punto de partida porque ella, casualmente, vino a dar un taller literario en Puerta Roja y la conocimos: una persona muy especial, encantadora. La idea primitiva era contar algunos de los cuentos de Camilo asciende. A partir de allí, agregamos el tema de las flores de Bach, la relación de estas mujeres con las plantas, todo lo curativo que proveían.

¿Cómo aparece Corina, prácticamente una debutante, en el proyecto?

C.T. : –Faltaba otra actriz, se barajaron nombres, y un día Adrián me dice: “Tengo a una chica que te va a encantar”. Me di cuenta de que había encontrado justo lo que buscaba. Y me aclara: “A Corina le vamos a dar todo lo de Lamborghini”, que es un mundo tremendo en su estructura, en su puntuación.

De modo que, hasta cierto punto, una era Lamborghini y la otra Uhart, con las flores de Bach como nexo...

C.T.: –Bueno, la dramaturgia se armó a partir de sentarnos a la mesa de trabajo con todos los textos. Uno de los principales, entre los que yo digo, es el cuento “Guiando la hiedra”, de Hebe. Y como Adrián había previsto, los textos más cortos de Lamborghini encajaban perfectamente en Leonor, el personaje de Corina. Así que yo me podía apropiar un poco más de los cuentos de Hebe. Lo que queríamos era contar una historia con materiales de dos autores tan distintos entre sí, encontrar la conexión, que sonara como un diálogo entre estas dos mujeres, no el ping pong: ahora ella dice el de Lamborghini, ahora yo digo el de Hebe. Por supuesto, Adrián es el que cierra finalmente todas las ideas, la dirección, la puesta.

Corina Bitchman: –Soy alumna de Adrián, de la Escuela de Teatro de Morón, y estaba en Mendoza cuando recibí un mail suyo preguntándome si tenía ganas de hacer una obra de teatro. Era un viernes y le escribo: ¿puedo llegar el lunes? Y me aparecí con la mochila y unas ganas terribles de estar arriba del escenario. No sabía de qué se trataba pero confiaba mucho en Adrián, cosa que no me ha pasado con otros profesores... Hasta ese momento no había hecho teatro de manera formal, solo cursos, talleres, muestras.

¿Cómo es la experiencia de trabajar con textos de tanto espesor literario, que suenan a música celestial? ¿Qué les pasa a ustedes frente a este lenguaje, a estas ideas, a tanto misterio?

C.B.: –Es un trabajo arduo, a mí me costó bastante. Ensayamos mucho, a diario. Y creo que ese ritmo te hace entrar de otra forma, porque vivís con el texto encima, lo empezás a masticar de otra forma, te familiarizás totalmente.

C.T.: –A tal punto de que yo le mandaba un mail: ¿cómo estás, Cori? Y ella me respondía: “Hoy tuve un día de pasos transparentes”, que es una de las primeras frases del personaje de Leonor. Nos empezamos a comunicar de esa manera porque nos estábamos apropiando de los personajes. De Hebe Uhart me subyugó el mundo femenino, los códigos de escribirle una carta a la madre, esta relación con las plantas, con el aburrimiento... Un mundo que Adrián adora particularmente, siempre trata de meterse en ese lugar con auténtico interés. Hay un texto maravilloso que digo cuando Leonor se está por tirar otra vez: “A mí me pasa lo mismo, estoy en mi casa, no me viene ninguna idea a la cabeza, nada que hacer, nada para pensar, y en ese momento me lavo la cara. Caliento el agua para el mate y me agarran muy buenos propósitos, una se va entonando y los buenos propósitos aumentan...” Es de una gran belleza poética y creo que expresa muy bien a las mujeres, entonces estoy contando algo que tiene que ver con mi mundo también. Por otra parte, hay una atmósfera que se crea con el público que no es común en el teatro. Hay momento en que me digo: bueno, me quiero quedar acá el resto de mi vida.

¿En qué momento empiezan a revelar sus inconfundibles perfiles Violeta y Leonor?

C.T.: –Violeta partió de un lugar expresionista, con tendencias melodramáticas. Creo que estos personajes se nos van enquistando, metiendo en el cuerpo de alguna manera. Hay un momento en que yo le hablo al público, cerca del final, que es de un gran despojamiento para mí –acá estoy, llévenme– que fue teniendo una evolución. Tuvimos los primeros ensayos durante todo febrero, a morir, como si se tratara del Mundial, con una vorágine de trabajo, vino una coreógrafa. Me metí en el trabajo más bestial que tiene mucho que ver con lo que hago habitualmente con Adrián: toda la carne en el asador, y después limpiar. Ahora estoy limpiando todavía, viendo en qué lugares se entiendo mejor lo que yo le quiero decir a ella, porque el mundo interno de Violeta es complejo y pesado también.

Por otra parte, Violeta destila un humor que circula en el texto y en la actuación, que no tiene Leonor...

C.T.: –Bueno, en esta zona me siento particularmente expresada. En la vida real tengo ese tipo de humor, que creo que me salva de muchas situaciones. Creo que el humor es la salida, el asiento eyector a todo. Por eso es un lugar de donde me puedo agarrar muy bien de Violeta. Disfruto mucho cuando ella hace esta descripción de la galletita, la cosa plana, de cómo se la come el perro...

C.B.: –Leonor hace otra recorrida, y al igual que Carolina, puedo decir que mi personaje tiene un mundo en el que me reconozco, esa parte oscura que generalmente es la que no muestro. Entonces, está bueno jugarla arriba de un escenario. Yo también acudo al humor, a la risa, en mi vida cotidiana, pero Leonor va por otro lado, su risa en todo caso es de una ironía absoluta. Fue complicado empezar a unir cabos, no quedarse solamente en una forma. Tenemos esta situación de que ella se va a morir y ya está contándolo de entrada. El laburo se sigue construyendo, tengo cierto delay, por eso me cargan: me llega cierta info como diferida, es como una resistencia a no darme cuenta de las cosas.

Tal como está planteada la puesta, Leonor es un personaje más cerca de la abstracción, casi ya no está en este mundo. Mientras que Violeta es alguien que intenta mantener los pies sobre la tierra, incluso cuando se delira.

C.B.: –Sí, Leonor es bastante inasible, se conecta con mi inconsciente. El único texto que tengo de Hebe es la carta a mi madre y de movida me opuse, era como darle aire a mi personaje, un cambio de energía que está bueno que tenga, sin embargo. Violeta es la que escribe, la traductora. Lo extraordinario es que teniendo mi personaje esos textos tan abstractos, tan poéticos, la obra tenga tanta vida encima.

¿Sienten que se sacaron un premio gordo de la lotería, que recibieron un estupendo regalo de las musas?

C.T.: –Para mí es todo eso y mucho más. Terminamos la función y digo: ay, qué ganas de hacer otra. Lo vivo como un regalo maravilloso: haber encontrado estos textos, la forma de llevarlos a escena con Adrián, una persona que tiene una mirada de tanta estima sobre lo femenino. Sabemos que estamos haciendo algo grosso, además encontramos entre nosotras una conexión muy poderosa. Después de tantos años de trabajo con él, es como una culminación.

C.B.: –Qué puedo decir yo sino que mi confianza en Adrián estaba absolutamente justificada.

¿Cuándo surge la escena inicial de Leonor atada por el pelo a la parra?

C.B. —Mirá, cuando todavía yo estaba en Mendoza, Adrián me preguntó si todavía tenía el pelo largo, y obviamente le respondí que sí.

C.T.: –Esa imagen apareció una tarde que estábamos hablando con Adrián del tema de la parra, él me decía que quería hacer algo con el pelo de Corina, como que estuviera entramada en ese universo de las plantas. Imaginamos posibilidades y dijimos: probemos con esa situación donde ella está tratando de suicidarse, se la ve agarrada a su lugar, a su parra, sobre un banquito.

¿El tema del clima cómo las afecta?

C.T.: –Bueno, tenemos conjuros (risas). La llamo a mi mamá y le pido que haga la cruz de sal, que entierre un huevo, que haga esos rituales para que no llueva a la hora de la función. Y hasta ahora, resultó...

C.B.: –Sí, es todo un suspenso esto de acostarte el viernes mirando el cielo y levantarte el sábado pidiendo que no llueva, fijarte en el pronóstico. En Mar del plata, en abril, actuamos bajo la lluvia que empezó a caer y el público se la aguantó bien. No sé qué pasaría acá si de golpe se larga el agua.

Remedios para calmar el dolor, los sábados a las 19.30 en Puerta Roja, Lavalle 3636, a $ 10, 4867-4689

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