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Viernes, 1 de junio de 2007

NOTA DE TAPA

Una piel de pesadilla

Apenas bajada del avión que la trajo desde Francia –donde participó de la sección Una cierta mirada en el Festival de Cannes–, Ana Katz habla de su película, Una novia errante, en la que una mujer queda a merced de las emociones que le provoca el abandono en primer término, pero sobre todo esa fantasía del amor que necesita nada más que de sí misma para crecer y desbarrancarse.

 Por Moira Soto

Después de un suspenso casi de thriller periodístico, suena el teléfono en casa de la cronista el martes a las 23 anunciando que el avión demorado en que viajaba Ana Katz acaba de aterrizar en Ezeiza y que, después de pasar por Migraciones, la directora se toma un remise para llegar al lugar de la entrevista (que en un principio se iba a realizar en el curso de la tarde). Las/12 cierra los miércoles y no había otra opción que hacer el reportaje a medianoche, junto a una estufa, tomando té bien caliente.

En la noche helada, Ana aparece fresca como una rosa, como si viniera de dar la vuelta a la manzana y no de Europa, sonriente y entusiasta, lamentando la tardanza. Regresa de Cannes, el festival de cine más importante del mundo, donde su película Una novia errante fue elegida para participar en la sección Una cierta mirada. Y aunque no ganó el premio, nadie le quita la felicidad de haber sido convocada, el aplauso con que fue recibido el film, las críticas favorables que recibió, el placer afiebrado, cholulo, cinéfilo de haber estado en una muestra como la de Cannes junto con su marido Daniel Hendler –que interpreta un papel breve pero de mucha gravitación en Una novia...– y parte del equipo.

Ahora, Katz espera ilusionada el estreno de esta película que, además de dirigir y protagonizar y asumir el rol de productora general, escribió en sociedad con Inés Bortagaray. Esta chica orquesta rebosante de proyectos cinematográficos y teatrales presentó en 2000, a los 25, una exitosa pieza teatral sobre el infierno familiar, El juego de la silla, y simultáneamente realizó la adaptación cinematográfica que –una vez terminada en 2002– circuló por muchos festivales y fue premiada, aunque acá, previamente, la rechazó el Bafici. En 2004, Katz estrenó otra pieza teatral, sobre el tiempo libre a través de las vacaciones de tres amigas adolescentes, Lucro cesante, que se mantuvo tres temporadas en el Abasto Social Club, y este año hizo unas funciones de yapa. En 2006, Una novia errante se ganó el premio Work in Progress en el Bafici y otro galardón semejante, Cine en construcción, en el Festival de San Sebastián, lo que permitió a Ana Katz darle la mejor terminación a esta historia de una joven mujer que viaja con su novio a Mar de las Pampas, discuten por el camino, al él se lo ve muy fastidiado, ella se apura a bajar una parada antes, el micro arranca y se lleva quizá para siempre a ese novio listo para romper. Inés atravesará el paisaje solitario y grandioso del balneario con los ojos llorosos, el maquillaje a menudo corrido, la nariz colorada, el alma transida de pena, sin poder asumir el abandono, llamando una y otra vez a Miguel, haciéndole reclamos, tratándolo de inconsistente, cortándole para volver a marcar su número. Extraña en un sitio de veraneo fuera de temporada, Inés tiene algunos acercamientos con gente del lugar.

De la familia como trampa a veces sin salida de las adolescentes de vacaciones, pasás a la pareja, en todos los casos a través de alguna forma de crisis.

–Parecería el camino burgués: la familia, los amigos, la pareja... Quizá después venga la política. En cada caso, tomando cierta distancia: primero despegando un poco de la familia, después poniendo a los amigos bajo la lupa y finalmente desemboco en el terreno primario donde mucha gente se mueve cotidianamente: la pareja. De todos modos, como sabés, Una novia errante no cuenta un romance que culmina o las dificultades de la convivencia, sino la escena amorosa dentro de un personaje femenino, y no tanto en relación a otro. Creo que de Inés no se puede decir que tome demasiado en cuenta lo que Miguel piense o haga. Hay en ella esa cosa turbulenta y ciega de la persona enamorada que no interactúa demasiado. Entonces, es la pareja pero desde la representación, la fantasía interna de lo que debería ser una pareja para la protagonista.

¿Qué es el enamoramiento en cierta fase, sino pura proyección e idealización?

–Totalmente, sí. También Una novia... muestra, después de la tormenta, de la ruptura, el espacio vacío que irrumpe también tiene que ver con algo existencial más que específicamente amoroso. La soledad vuelve una y otra vez a tocar a la puerta de Inés, eso es lo que traté de transmitir.

¿Recordás las primeras ideas, las primeras imágenes que te tomaron?

–Tengo como algunos puntos dispersos. Una experiencia inolvidable, de gran impacto emocional, fue cuando vi por primera vez La voz humana, de Rossellini sobre el texto teatral de Cocteau, primera parte de L’amore (la segunda, El milagro, la dirigió Fellini). Mirando los arrebatos de Anna Magnani, genial, en la Lugones solté una carcajada que enojó mucho a un señor que estaba adelante y que me chistó con todas sus fuerzas, como si yo hubiera incurrido en sacrilegio. Y no, tengo esa relación con el humor, que se puede mezclar con otro tipo de emociones: me identificaba y a la vez veía el costado ridículo de este personaje sin dejar de sufrir con su drama de mujer abandonada que no se resigna. La vida vivida con esa intensidad que Magnani no reprime, al contrario, y que tan poco se ve en épocas actuales en que son contados los que se atreven a la escena dramática. Hay una ausencia de emociones fuertes, una tendencia a escudarse en la neutralidad. En ese sentido –más allá de las virtudes de Rossellini como cineasta–, estar viendo una película de amour fou, de una mina desubicada, desmelenada, desquiciada, que no le importa arrastrarse, me conmovió profundamente. Me sentí mucho más representada que con esta actitud actual de calcular si formás pareja en función de los espacios que te quedan libres entre dos actividades, la pereza que da derrochar energías en la pasión. A mí me gusta esa escena tempestuosa, era algo que ya me venía pasando con este tema. También, desde mi propia observación en la vida real, había una cosa que me gustaba de la mujer monstruo, es decir, la mujer cuando deja de hacer un rol estereotipado, medido y se descompone, se desafuera, se desata, se excede a partir de una situación dolorosa, injusta, insoportable. Empieza a llorar, a gritar, se le hinchan los ojos, se despeina, se le desarregla la ropa y emerge otra figura que se aleja de la feminidad convencional y que a mí me interesa, la reivindico. Porque me parece una cara de mayor libertad y expresividad que esa de la formalidad que indican las buenas costumbres, y que tiene algo de pose, de mucho control. Por supuesto que hay distintos patrones para juzgar a los hombres y a las mujeres que se salen de quicio. Me parece que tiene que ver con un caudal emocional, expresivo, contradictorio que tiene la mujer. Porque volviendo al personaje de Una novia errante, creo que Inés deja aflorar reiteradas contradicciones: por momentos llama a su novio porque está desesperada de amor, y por momentos porque está aburrida, se le estropearon las vacaciones. Me interesa esa contradicción, ese estar sobre ascuas más que la figura bancadora, abnegada. Tenía esta idea cuando convoqué a Inés Bortagaray para que escribiera conmigo el guión. En relación a lo estético, aparecía a veces Caperucita Roja, pero no para hacer una versión del cuento.

¿Caperucita perdida en el bosque de Mar de las Pampas, desorientada, errante?

–Eso mismo. Quería trabajar con un estilo cercano al documental en la actuación, y desde lo visual mi intención era buscar lo onírico, la pesadilla que está viviendo Inés. Me puse a releer Caperucita, que es genial, un cuento moral, tiene todo ese asunto de no hablar con extraños, de lo conocido y lo desconocido. Pensé que el amor y el sexo tienen mucho que ver con estos conceptos. Y apareció, sí, Caperucita perdida en el bosque, con bolsos, algo rojo por ahí.

¿Te propusiste que no fuera una película psicologista, no explicar al personaje desde su historia, su trabajo, sus gustos? Hay un momento, avanzado el metraje, en que aparece la novela El extranjero que ella tiene consigo, un dato que se recorta con nitidez, sorpresivamente por la ausencia de otras referencias. Ni siquiera cuando ella se toma una pastilla sabemos si es un sedante o una simple aspirina.

–O un anticonceptivo. Todo eso fue muy pensado, por cierto. Primero porque me tienen un poco cansada este tipo de justificaciones: te pasa algo porque tuviste tal historia, tal trauma. Dar hasta la última motivación, la sobreinterpretación de la conducta de los personajes me provoca cierta irritación, bastante aburrimiento. En este caso, me atraía la idea del personaje moderno, del que recibís datos mínimos sin mayores aclaraciones, y otros datos no los recibís nunca. Me gustó la opción de construir un personaje sobre la base de elementos sueltos. Por otra parte, quería alejar el tema del amor de la psicología, porque justamente la crudeza con que se presentan ciertos sentimientos en determinado momento creo que va más allá del análisis de manual que se pueda hacer. Hay algo de esa etapa primera, desenfrenada. Que no se puede examinar. Tampoco me interesaba dar razones de por qué Inés y Miguel se pelearon, porque lo que importa es ese velo finito que de golpe se descorre o se rompe. La fragilidad del amor.

Le das un lugar preponderante al teléfono, ese cable al que se aferra Inés en su desesperación, desde el hotel, el locutorio. Hay un cuento extraordinario de Dorothy Parker, “Una llamada telefónica”, que describe en primera persona los impulsos, la incertidumbre, las cábalas de una mujer que no puede despegar del teléfono esperando la famosa llamada.

–No lo leí pero me hablaron de ese cuento, se ve que hay alguna afinidad. Mirá lo que me pasó en Cannes, donde vi la película por primera vez con mucho público: cinco amigos se acercaron por separado y me dijeron que se habían sentido muy identificados con ella, una pizca avergonzados o preocupados por si esa reacción significaba tener algún aspecto femenino. Yo creo que la conducta de Inés es simplemente humana, si bien reconozco que por una cuestión cultural ese permiso para expresar los sentimientos es mejor visto en las mujeres. Los hombres no lloran, se infartan. Pero me encantó estar asistiendo a un primer momento de quiebre de la tradicional dureza masculina. Igual sabemos por experiencia propia o ajena cuánto les cuesta a algunos tipos aceptar el abandono, cómo se ponen de locos. Quizás el hombre abandonado es alguien aún más desamparado.

¿Entonces el trabajo del guión fue a cuatro manos sobre el teclado?

–Sí, con Inés, una amiga uruguaya encantadora que escribe preciosos cuentos, con quien tengo mucha afinidad, pero no por ser parecidas sino por coincidir en una gran complicidad. Viajamos a Mar de las Pampas para instalarnos en el personaje de Inés, vivir en el balneario fuera de temporada, Trabajamos mucho por mail. El texto viajaba todos los días, con encuentros intensivos una vez por mes, siempre tratando de no hacer un guión discursivo, de quitarle ampulosidad. Fue una muy buena experiencia que pienso repetir en el futuro.

¿Podrías señalar una división de aportes?

–Te puedo contar cosas graciosas: el personaje se llama Inés, como mi amiga, y yo le puse la cara en la actuación, fue una negociación de socias que compartíamos un riesgo. Creo que hay un desparpajo que tiene que ver conmigo, y una delicadeza que es un rasgo de Inés Bortagaray. Jugamos con mantener ese equilibrio. Ya en la fase de rodaje pude apropiarme de lo que Inés había escrito para darle la mirada de la dirección. Hubo situaciones que las hablamos mucho con ella. Por ejemplo, la escena de la masturbación en la primera noche en el hotel, que está muy sutilmente mostrada, y que alguna gente nos discutió pero decidimos mantener. Nosotras pensamos que era algo que bien podía suceder en ese momento, sola, un gesto quizá liberador en medio de tanta dependencia del otro, también podía ser algo compulsivo que no necesariamente tenía que ver con el placer. Pero a veces hay que animarse, salirse de posibles trampas. Escribir de a dos fue un aprendizaje muy fuerte.

Una novia errante es un título cargado de sugestión, de misterio. Ya la palabra errar tiene ese doble sentido de equivocarse, fallar, y de vagabundear, desviarse, ir a la deriva, pero con un sonido más literario

–Defendí mucho ese título. También tenemos al judío errante, al polaco errante. Además, hay en ese nombre dos conceptos que se contradicen: una novia es alguien que tiene la vida organizada (si tiene novia, está ubicada, colocada, no está sola, piensa la familia ingenuamente). Por eso, una novia errante es como un contrasentido.

La novia un poco de Caperucita que se encuentra con el lobito Carlos Portaluppi y le pregunta el camino. A la vez, este gran actor está disparando flechas como Eros.

–Sí, y le da explicaciones como un guía, después le enseña a disparar la flecha. A mí me encanta esa cosa de dibujo hecho con tinta china que tiene Portaluppi, cómo se recorta su figura en esos paisajes tan abstractos, su voz, su mirada. Para mí, verlo en teatro en piezas como El homosexual, de Copi, es un placer incomparable.

¿Siempre pensaste en vos cuando escribías el personaje de Inés?

–La verdad es que sí, incluso inventé chistes al respecto, del tipo: hice un casting enorme y quedé yo. En algún momento tuve dudas, temor de quedar como muy acaparadora, pero siempre pensé que si tenía que renunciar a algo, sería a la dirección. Me gusta mucho actuar y por diversos motivos, me cuesta encontrar la oportunidad. Por otro lado, quería que la cámara tuviese el pudor que el personaje no siente. Yo me la pasé escondiéndome de la cámara en muchos momentos, dándole la espalda. Quería pesar lo menos posible, como si la cámara fuese un testigo discreto, respetuoso de la humillación, del bochorno ajenos. Tengo que decir que para lograr esto tuve la suerte de trabajar con un equipo ideal, muy concentrado, de personas que admiro sin excepción. Siempre me sentí muy acompañada, hubo mucho intercambio.

¿Tu marido Daniel Hendler hizo casting?

–No, pero no estaba en el inicio, no había pensado el personaje de Miguel para él. De golpe, un día estaba barajando nombres de actores para hacer ese personaje, muy chico en cuanto a tiempo en pantalla, pero muy importante su peso dentro de la película, está fuera de campo y se siente su falta todo el tiempo. De pronto, se me ocurrió: “Che, estaría buenísimo que interpretaras a Miguel”. Y él me respondió: “Bueno, estaba esperando ese ofrecimiento”. Qué respetuoso, fijate. Hubo de su parte una colaboración desde el lado masculino: por ejemplo, cuando grabamos una de las llamadas en la que mi personaje le dice : “Yo pensaba que íbamos a caminar por la playa, que nos íbamos a despertar tarde..” En principio, no estaba previsto que él dijera nada, pero a Daniel se le ocurrió en el sonido de esa escena hacer una toses, como de alguien que está en otra cosa.

¿Tenés un aprecio especial por actores y actrices del teatro?

–Tengo devoción, creo que se nota. Catherine Briquard, que estaba en El homosexual, es excepcional, para mí merece un espacio mayor, tiene algo genuino, dice muy bien. Marcos Montes, el empleado del locutorio, amigo mío, también estaba en la pieza de Copi, fue mi coach actoral. A Silvina Sabater, a Erica Rivas, a Violeta Urtizberea, a Arturo Goetz los he admirado en el teatro.

¿Las locaciones las elegiste como paisaje del alma de Inés?

–Tal cual. Fuera de temporada, Mar de las Pampas, que es un lugar que se inventó hace unos años y todo está construido casi al mismo tiempo, tiene un aire de set abandonado.

¿Llegaste al rodaje con un encuadre pensado para abarcar la amplitud del paisaje, sabiendo que iba a trabajar muchas veces en el nivel de la cabeza de Inés?

–Toda la puesta de cámara estaba repensada obsesivamente, en realidad lo que hice en el rodaje fue relajar un poco. Cuando ella está sola, recién la podés ver de frente, si no, siempre de atrás, para no entrometerse. Y el paisaje siempre tenía que verse en función de ella, en ningún momento alejar del punto de vista de Inés, por supuesto sin caer en la postal. Es increíble la costa atlántica, su paleta de colores tan particular, no está aprovechada por el cine.

Llama la atención la calidad infrecuente de la música, la sensación de pertenencia a la película, muy específica.

–Nicolás Villamil trabajó mucho la partitura, él tuvo una banda de música folklórica, medio fusión con jazz, Salsipuedes, también hizo la música de Lucro cesante. Es muy perceptivo, captó muy bien ese balance entre drama y comedia, trabajó solo con cuerdas y un vibráfono. Luego se sumó Guillo Espel, músico de cámara, compositor que hizo la supervisión musical.

¿Una novia... es una película de mujer?

–A full, aunque quiero erradicar esta expresión. Sí, claro que es una película de mujer y no porque la protagonista sea una mina, sino porque creo que hay un enfoque, una sensibilidad que se manifiestan. Claro, después un amigo se identifica y me pregunta si él no será un poco mujer. Y claro, le digo, nadie es totalmente mujer ni totalmente varón, como sabemos. Creo que hay un temor del vacío, una angustia del caos que aparece en lo desconocido, una piel de pesadilla desde lo femenino. Por eso decidí que tenía que ser narrado cinematográficamente por mí. La pregunta de cajón que hacen mucho es si a mí me pasó eso, y la verdad es que no, pero comparto esa pesadilla, ese sentimiento por la fragilidad y finitud de las cosas de la vida. Creo que el opositor más grande que tiene Inés es la realidad. Es significativo cómo ven de maneras diversas este personaje hombres y mujeres: ellos tienden a ver un personaje patológico, lo ven como un caso clínico, hay un afán normalizador. Hay mujeres que dicen que Miguel es malo, que se portó mal, y tampoco estoy de acuerdo, él está en su derecho de cortar. De todo lo que me han dicho las mujeres, lo que más contenta me dejó fue algo que me dijo una chica en San Sebastián: “Gracias, porque es un regalo para todas las que alguna vez vivimos este tipo de escenas y sentimos que estábamos en la más inmensa soledad, y ahora viendo tu película sentí el alivio y la alegría de la identificación. Gracias por no darle a Inés soluciones fáciles”.

¿Ya bajaste de Cannes?

–No del todo, fue algo increíblemente intenso: la cantidad de proyecciones por día y a la misma hora es enorme, se calcula que alrededor de 15 mil personas relacionadas con el cine pasan por esa ciudad. Por supuesto que ir a ese festival con una película que ha sido elegida para una sección del prestigio de Una cierta mirada es un comienzo excelente. Una novia errante tuvo una recepción muy buena, un aplauso generoso y cálido en un lugar donde también hay abucheos, es un público pasional. Todavía no he tomado distancia de lo que acabo de vivir: tanto del movimiento continuo de una nota tras otra como de la cosa cholula de que pasen muy cerca Alain Delon, Gus van Sant, Wong Kar-wai... También mucha cinefilia. En Una cierta mirada, hubo una cantidad pareja de mujeres y hombres cineastas, y por supuesto, en la delegación argentina, tres directoras con sus obras: Sandra Gugliotta, la premiada Lucía Puenzo y la que llegó esta medianoche en el avión demorado.

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