Viernes, 1 de junio de 2007 | Hoy
EN PRIMERA PERSONA
Además de confesor de Ramón Camps y torturador él mismo, el cura Christian von Wernich era conocido en su pueblo como un profesor canchero y confianzudo que visitaba a quienes estaban desaparecidos pero, lástima por quienes preguntaban, no podía “recordar todos los nombres”.
Por Paula Carri
En el otoño de 1980 yo tenía 14 años y demasiadas preguntas. No tenía a mis padres y, a cambio, mucha incertidumbre y aún un poco de esperanza e ingenuidad. Creía que el cura párroco del pueblo bonaerense Norberto de la Riestra, donde yo vivía, podía contestarme la pregunta más urgente: ¿dónde estaban mis padres? Se la formulé, con el tono más inocente posible. Pero Christian von Wernich me contestó que él no los había visto. Nos mirábamos con recelo y yo intuía que en ese encuentro no debía hablar de más. En el pueblo se rumoreaba –y nada es más conocido que un secreto de pueblo– que el cura prestaba asistencia espiritual a la policía y a los desaparecidos. “Mi padre mandó a decir por alguien que lo vio a Jacobo Timerman. Y como aquí en el pueblo dicen que usted a Timerman lo veía siempre...”, le insistí. El admitió que conoció a Timerman. Pero también añadió: “No puedo conocer a todos por su nombre”. “Quizá no me miente”, pensé entonces. Claro que esos cuadritos con el nombre suyo y el del general Ramón Camps, que colgaban en las paredes de la sacristía y que yo no podía dejar de mirar mientras conversábamos, querían decir algo. No sabía qué. Con el correr de los años me fui enterando de lo que significaban esos cuadritos: Christian Federico von Wernich fue capellán de la Policía Bonaerense durante la última dictadura militar y hombre de confianza y confesor del fallecido general Camps, partícipe de sesiones de torturas y de siete homicidios y conocedor del destino de un niño desaparecido.
Pero Von Wernich no fue sólo un torturador, secuestrador y posible homicida. Ni era sólo el cura del pueblo con quien me había entrevistado a solas y a quien le había inclusive permitido (con la postura de quien trata de mantenerse imperturbable ante el peligro) llevarme en su auto hasta la casa donde me esperaba mi tía paterna. También era mi profesor de inglés en el colegio secundario al cual mi hermana mayor y yo asistíamos (mi hermana menor iba todavía al colegio primario). Nuestro trato nunca había sido cordial, pero tampoco estábamos enfrentados. Aunque recordaba esa suerte de duelo personal que habíamos tenido en plena clase de inglés, cuando me instó a armar una oración utilizando dos veces la palabra twice. El bachillerato comercial era la única escuela de nivel medio del pueblo agrícola-ganadero de 6000 habitantes adonde mi abuela paterna sabiamente nos había enviado luego del secuestro de nuestros padres.
Si era invierno y llovía, Von Wernich llegaba al colegio con una campera anaranjada, jeans y borceguíes. Cuando empezaba el calor, usaba bermudas de colores y un gorrito tipo Piluso con la marca de cigarrillos más inn. No tenía uno de esos cascajos desvencijados que era tan común ver por el pueblo. No. El llegaba con una moto Honda 750. Las profesoras solteronas del pueblo –y las casadas también– estiraban sus cuellos con disimulo hacia la ventana que tenían más cerca para verlo llegar. Si estaba de buen humor saludaba con excesiva simpatía. Si no, mascullaba con rabia y la soberbia de quien, estando en la cima del poder político, debía ir a dar clase en un colegio de pueblo. Los alumnos que lo trataban con más confianza lo llamaban “Queque” y usaban de vez en cuando sus camperas caras. Con ellos bajo su órbita, organizaba comidas en las que el cura conjugaba al menos dos de sus ocupaciones: la de sacerdote y la de profesor. Pese a que ya había concluido sus estudios, Jorge Gallo, hoy concejal por el PJ (y el único que se abstuvo en la reciente votación que lo declaró persona no grata en el Concejo Deliberante de 25 de Mayo), solía acompañarlo en aquellas jornadas. Otro de sus secuaces por entonces era un joven enigmático llamado Gustavo que decía ser su sobrino. Gustavo tenía una procedencia familiar incierta. No pertenecía a la familia del cura que había en el pueblo: los Kilmurry, con quienes casi no tenía relación. Hary Kilmurry, un conocido estanciero (en uno de cuyos establecimientos acamparon los carapintadas cordobeses que esperaban instrucciones para dirigirse a Campo de Mayo durante el alzamiento de diciembre de 1988), era primo de Von Wernich y pertenecían a lo más alto de la sociedad de 25 de Mayo. El sobrino manejaba la moto y el poderoso equipo de radioaficionado del cura. Mientras, en el pueblo, el resto de los habitantes casi ni veíamos televisión, más bien la adivinábamos mediante las precarias conexiones de entonces. Para comunicarnos por teléfono con la Capital Federal íbamos a la telefónica (así, sin mayúscula) y esperábamos largas horas ante la voz resignada del operador que casi siempre anunciaba: llamada condicional.
Cuando Von Wernich daba misa en De la Riestra, todos corrían para llegar a la iglesia con más puntualidad que a un cine, porque un minuto después del horario “el Queque” no dejaba entrar a nadie. Empezaba a los gritos si alguien hablaba mientras daba la ceremonia y no bien llegaba el verano reprendía sin ninguna diplomacia a las damas que osaban ir con el escote descubierto.
Un escándalo con una señorita fue precisamente lo que lo alejó definitivamente de la iglesia de Bragado, donde se desempeñó luego de su paso por el pueblo riestrense. El obispo de 9 de Julio, Alejo Gilligan, que lo había protegido ante acusaciones de violaciones a los derechos humanos tan graves como tortura y asesinato, no soportó el affaire sexual de su protegido y lo relevó de su puesto en Bragado.
Al “Queque” lo aguardaban aún 7 años de paz en la localidad chilena de El Quisco bajo la identidad falsa de Christian González. En el año 2003 una investigación periodística lo descubrió y, gracias a la sanción legislativa de la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, fue detenido.
Hace un mes se corrió el rumor de que visitaría Norberto de la Riestra con motivo de los festejos por el centenario de la parroquia Santa Catalina de Siena, fundada por sus tíos, el matrimonio Kilmurry. Pero el Concejo Deliberante de 25 de Mayo lo declaró persona no grata en el partido. A pesar de que en la página web de la Conferencia Episcopal Argentina se siguen recibiendo nostálgicos mensajes para él.
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