Viernes, 20 de julio de 2007 | Hoy
LEYENDAS
A Paul Poiret le gustaba decir que suya había sido la única revolución en nombre de la libertad: declaró la guerra al corset para liberar los estómagos. Fue el primero, genuino y exquisito árbitro moderno de la moda: costurero-artista, sibarita y bon vivant, cada una de sus creaciones, cada una de sus fiestas míticas fueron alimentando su halo dorado. Una exposición lo rescata y celebra en Nueva York.
Por Felisa Pinto
Desde mayo hasta agosto, el mundo de la moda celebra la megaexposición del Metropolitan Museum de Nueva York que tiene a Paul Poiret como figura exclusiva. Por lo tanto, la moda con mayúsculas, tanto sus víctimas como sus victimarios, están de parabienes. La genialidad de este costurero-artista es poco conocida por el gran público masivo, pero no para los que devoran cada costura que la historia del siglo pasado hizo nacer para comprender mejor cada hilván. La fiesta de gala que inauguró la exhibición de piezas muy bien conservadas, que invitan a la disección de cada vestido, chaqueta o tapado de alguna manera evocó, también, las fiestas que el propio modisto supo hacer famosas por el derroche y la imaginación de sus convidados. La del museo neoyorquino hizo alusión a ellas el día de la inauguración, presentando ninfas actuales que atravesaron el jardín neoclásico, luciendo réplicas de togas inspiradas en Grecia que Poiret había creado en 1920, para Denise, su musa reconocida y esposa elegante, bohemia y excéntrica, ex dueña de piezas firmadas por su marido, y recientemente bien cotizadas en los remates de moda célebres, en precios record de más de cien mil euros por un abrigo para pasear en automóvil, creado por Poiret en 1914.
La muestra, según sus curadores Harold Koda y Andrew Bolton, está empeñada en subrayar el estilo inigualable del modisto dueño de una fantasía exótica unida al rigor intelectual. Los críticos, junto a ellos, definieron el estilo de Poiret como premodernista al deslumbrarse con cada pieza del guardarropa de Denise fechadas en 1912: vestidos volátiles de lino y una celebrada chaqueta exótica y amplia con toques de kimono, muy colorida, con la que madame Poiret solía cubrir su figura durante las preñeces.
El título de la muestra neoyorquina no exagera: Paul Poiret, the king of fashion, asegura. Desde que nació en abril de 1879, hasta que murió en París en 1944, el costurero del comienzo del siglo XX fue considerado audaz y precursor del art deco, a pesar de que su marca o imagen de marca comercial fue un turbante drapeado adornado por una aigrette (pluma erguida y fina) que Denise supo hacer famosa. Los comienzos del modisto fueron como dibujante y diseñador de moda del taller de la casa Doucet en 1898, antes de desembarcar en lo de Worth, gran peso pesado del siglo XIX, hasta 1903, cuando abrió su boutique.
Sin embargo, su fecha de nacimiento en la gran moda sucede en 1906 y 1907, cuando suprime definitivamente el corset, que tanto había torturado a las mujeres, proponiendo en vez vestidos suaves y fluidos con talle alto que descubrían generosamente el escote. En la emancipación del corset, muchos teóricos creyeron ver alguna señal de feminismo atenuado, teoría que no compartieron necesariamente las feministas de fuste. No sólo las formas libres definen sus gustos y elecciones, sino también el gusto por los diseños de artistas celebrados, como Dufy o Paul Iribe, alternando con coloridos que procedían del orientalismo que llevaron los ballets rusos a París y marcaron tendencia en su forma y paleta, basada en colores vivos y poco usuales entre la moda femenina como el bordó, el verde profundo, los naranjas subidos, contrastando con el pastel desmayado de los tonos rosados, malva y celestes del siglo XIX. Otros cambios evidentes en el mundo de la moda de Poiret de sus comienzos fueron la manera de propagar el estilo integral de sus gustos, buenos gustos, advertidos con la misma importancia en accesorios ireemplazables, como el perfume que creó para su hija Rosine y que llevaba su nombre y los géneros estampados y bordados que bautizaba con el de Ateliers de Martine, su otra hija. Georges Lepape, un gran dibujante y gráfico de esos días, imaginó para él un álbum soberbio, que se llamó Las cosas de Paul Poiret, para presentar sus novedades, y que hoy serían el equivalente de los catálogos que se necesitan cada vez más para comunicar el producto moda.
Cecil Beaton, el fanático más apasionado de Poiret, decía de él: “El modisto reinante en aquel nuevo mundo de harén fue Poiret, que con sus ojos flameantes de hipertiroideo y su barbita le parecía al joven Cocteau una especie de castaña gigantesca. Innovador y reaccionario a la vez, tirano de la moda y soñador generoso e idealista, Poiret fue una personalidad complicada y quizás la más paradójica en muchos aspectos que la moda conoció. Hasta ahora, cuando los modistos han empuñado por propio derecho el cetro de árbitros del buen tono. Para apreciar su influencia revolucionaria hay que tener en cuenta a los reyes a los que destronó” (Espejo de la moda, Londres, 1954).
En sus años de triunfo y dinero, compró un hotel particular en París adonde sus fiestas fastuosas y escandalosas eran tan mentadas como su ropa, por la consigna de los disfraces exigidos por el modisto fascinado hasta el delirio por los fastos orientales, especialmente. Su famosa fiesta bautizada “Las Mil y una Noches” figura como un hito entre los mitos del siglo XX. Poiret conoce el triunfo, viste a la gente del teatro en el escenario y fuera de él y a todo el tout Paris, ayudado por Denise, embajadora de la marca, e inspirado por numerosos viajes a extremo Oriente, Africa y Rusia. En los años veinte lanza la pollera pantalón como el colmo de la audacia, y en 1928 le echa una ojeada al jean, al que considera, ya entonces, un gran diseño basado en ropa de trabajo. Por las dudas, se fotografía junto a un artista ruso, vistiendo un mameluco de denim a pesar de que su físico no era especialmente adecuado en su peso.
Después de la Primera Guerra Mundial, sin embargo, su estrella había comenzado a palidecer y su clientela, caprichosamente, lo abandona paulatinamente, para empezar a ver estilos más depurados, menos barrocos. Sin embargo, un árbitro indiscutido de la elegancia totalizadora, como el Barón de Meyer, sigue siendo siempre fiel cuando desde la revista Vogue escribe que quizá para compensar el luto de la guerra, los colores elegidos por Poiret son la mejor medicina, de sus colecciones, “una orgía de anaranjados brillantes, verdes y rojos profundos”. Y sentencia, al final de su columna: “Veo un gran porvenir en los verdes y azules lanzados por Poiret”.
La maison del costurero genial conoce sus primeras dificultades financieras en 1923, pero sigue con sus actividades, en particular con su participación en la exposición universal de artes decorativas en 1925, que marca la instalación del modernismo en el mundo del diseño mundial, realizada en París. Antes de terminarse su fortuna, entre 1924-1925 se hace construir un pequeño palacete en la campiña francesa. Mientras, dedica sus últimos diseños a la maison Poiret y alterna en apariciones como actor junto a Colette, en la pieza teatral La Vagabunda, en 1927. Desgraciadamente, la hecatombe financiera sucede y la casa cierra definitivamente en 1929 y el modisto muere olvidado y pobre en 1944.
Se fue dejando en el aire y en un libro escrito por él en 1930 (En habillant l’epoque, ediciones Grasset, París) algunas de sus frases predilectas cuando peroraba entre sus amigos y críticos exigentes: “Desencadené la guerra al corset y, de todas las revoluciones, la mía se hizo en nombre de la libertad. ¡Había que dejar en libertad a los estómagos!”. E insiste. “Liberé los senos, pero en cambio encadené las piernas. Las mujeres se quejaban de no poder andar por la calle ni subir a los coches. ¿Es que sus quejas y protestas han detenido alguna vez al movimiento de la moda? ¿O por el contrario, no han sido ellas mismas las que han contribuido a su difusión? En todo caso, hice que todas las mujeres usaran las faldas estrechas.”
Según Beaton, Poiret tenía razón cuando aseguraba que las mujeres tienen miedo de una moda que no haya merecido antes la aprobación pública. “Veía y lo afirmaba, sin reparos, que la riqueza y el lujo son enemigos de la democracia. El miedo y el recelo son las verdaderas quintas columnas y pueden ejercer una influencia embrutecedora.”
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