Viernes, 7 de septiembre de 2007 | Hoy
SALUD
Histéricas, volubles, malhumoradas, lloronas, doloridas, hinchadas... así suelen sentirse las mujeres antes o durante la menstruación. Pero hay quienes dicen que estos padeceres pueden evitarse y sin tomar medicamentos: sencillamente hay que reconciliarse con esta particularidad del cuerpo femenino y, por qué no, honrarla.
Por Luciana Peker
Bendigo mi vagina: puerta de la vida y el placer... Bendigo esta sangre que por esta puerta fluye porque me hace pura y me eleva hacia mundos infinitamente insospechados a donde puedo viajar sola o acompañada... Bendigo esta sangre que me libera del imperativo biológico de parir, de entregarme abnegadamente a otros. Bendigo esta sangre porque me hace completamente libre y por ella todos mis actos son para mi placer y el de los que amo... Bendigo esta sangre porque no estoy embarazada pero, gracias a ella, podré estarlo si lo decido”, bendice Myriam Wigutov, en el libro La rueda púrpura, taller de conocimiento femenino, de edición propia.
“La idea es devolverle al ciclo menstrual su valor positivo y sagrado”, resalta Myriam, de 46 años, un hijo (Ulises), de 8, al que se le escuchan las risas en el patio de la escuela que da al pasillo de Myriam, “la profe de yoga” para el barrio, “mi único título presentable”, se ríe ella. Pero arremete: “Soy bruja” (y lo dice en serio). Por si era mucho, también se define como sacerdotisa de la diosa. “La cultura da un mensaje muy negativizante e inferiorizante de la menstruación. Supuestamente es algo horrible. El Antiguo Testamento dice que una mujer cuando menstrúa es inmunda. En todas las religiones patriarcales hay penalizaciones si un hombre toca a una mujer sangrante.” Pero esto no siempre fue así. “Las sacerdotisas de la diosa y las brujas –sanadoras, parteras, científicas– que tenían una relación sagrada con su ciclo menstrual fueron borradas del mapa en la Inquisición”, rescata Myriam.
Más allá de la visión histórica, la mayoría de las mujeres no vivencia su menstruación con comodidad ni alegría...
–Es que por más que seamos feministas seguimos presas de una concepción donde el cuerpo está separado de la mente. En cambio, para nosotras la menstruación fue la puerta por la que ingresamos a la conciencia de género.
Pero hay quienes realmente sufren dolores intensos. ¿Qué respuestas les dan?
–Las mujeres que tienen dolores menstruales tienen una queja de su útero por no ser tratadas con la autoridad y el respeto que corresponde. Esos son mandatos culturales androcéntricos que niegan la cultura femenina. Es muy difícil que una mujer pueda crecer sana cuando desde las teorías científicas al psicoanálisis le dicen que tiene problemas con el sangrado porque tiene problemas con ser mujer. ¿Cómo no van a tener problemas si vivimos en una cultura que segrega y limita la sexualidad femenina? Sangrar se puede convertir en un espacio celebratorio si entendemos que somos cíclicas aunque la cultura exija linealidad.
Siempre se acusa de histéricas a las mujeres a las que les está por venir. Pero muchas se sienten más irritables, angustiadas, sensibles. ¿Los prejuicios son reales?
–En esa fase tenemos el don de la verdad o de la honestidad. Todo eso que nos bancamos con vaselina durante el resto del mes, surge en ese momento. No hay hipocresía que valga. La cultura dice que estamos más locas, pero, en verdad, tenemos la capacidad de ver lo que se ve y lo que no se ve o –como nos acusan– de verle la quinta pata al gato. Los cambios de humor bruscos, la irritabilidad y los dolores se dan porque necesitaríamos tiempo para nosotras mismas y no lo podemos tener.
En algún momento hubo días femeninos no laborables pero se quitaron porque supuestamente discriminaban la capacidad de las mujeres de trabajar.
–El feminismo de la diferencia reconoce que somos diferentes pero trabaja por la equidad de derechos. Las mujeres parimos, amamantamos, sangramos, pero en la búsqueda por ser iguales hubo una renuncia a las capacidades propias de un cuerpo cóncavo.
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