Viernes, 7 de septiembre de 2007 | Hoy
DEBATES
La psicoanalista Laura Kait, que trabaja en la Residencia Maternal para Embarazadas y Madres Adolescentes en Cataluña, habla de la incapacidad de prevenir los embarazos adolescentes sin trabajar sobre la subjetividad de las niñas que, tanto aquí como en Europa, pretenden obturar las preguntas que plantea el crecimiento teniendo un hijo. Tener, como se tienen los objetos.
Por Luciana Peker
Laura Kait se fue de Argentina en 1978. No era perseguida políticamente, pero decidió su autoexilio para no vivir en una dictadura. El primer año lo pasó en Londres y desde 1979 se instaló en Barcelona, donde el título de psicoanalista la deschavó como argentina y la impulsó a trabajar con otros exiliados o españoles marginados. Allí tuvo a Matías (20) y a Joana (18) y empezó a trabajar en la Residencia Maternal para Embarazadas y Madres Adolescentes, del Departamento de Bienestar Social de Cataluña. Después de ocho años decidió fundar la Red Umbral, de asistencia psi para personas sin medios económicos, y publicar el libro Madres, no mujeres que vino a presentar a Buenos Aires. Con Las 12 habló de sus posiciones polémicas, agudas –incluso duras– sobre el embarazo adolescente y del cuarto mundo que amanece, cada vez más, en la periferia del primero.
“La adolescente cree que haciéndose madre asegura su identificación futura como mujer. Pero es una ficción. Una nena de 14 años que tiene un hijo es una nena de 14 años que tiene un hijo –subraya Laura Kait–. No la hace más madura ser mamá, al contrario, suelen ser actos de inmadurez. Pero al mismo tiempo no es necesario tener 14 años para ser madre adolescente, también una de 25 o 38 puede tener un embarazo adolescente.”
¿Qué embarazo no sería adolescente según esa concepción?
–El embarazo de una mujer que tiene los atributos de ser madre, pero entre otras cosas, como el amor, la pareja, el trabajo, el deseo de crear o de producir y que no piensa que exclusivamente un hijo la va a hacer mujer. Las buenas maternidades funcionan en mujeres consistentes que desean tener un hijo.
Desde Argentina tenemos la idea (o fantasía) de que en un país con recursos para educación sexual, anticoncepción y aborto legal no existe el embarazo adolescente. ¿Cómo es la realidad en España?
–En Argentina hay 100.000 partos adolescentes anuales aproximadamente y en Cataluña 18.000. Evidentemente los índices de Argentina son muy altos y están aumentando exageradamente año a año. No es igual. Pero en España vivimos en la era de la información. No hay, prácticamente, adolescente que no sepa que los anticonceptivos existen. Sin embargo, no los usan. El problema es que el exceso de información impide saber sobre una misma: deseos, existencia, qué quiero ser cuando sea grande... las preguntas de la adolescencia. El embarazo viene a tapar esa pregunta y a obturar el conflicto adolescente. “Si tengo hijos soy madre”, por eso no necesito preguntarme nada más sobre el futuro. Queda tapada la gran crisis sobre la identificación y el futuro. Con lo cual muchas de las chavalas quieren quedarse embarazadas.
Ante ese deseo, ¿no hay prevención posible?
–Frente a esto se necesitan psicoanalistas en los equipos interdisciplinarios. Los abogados, trabajadores sociales y médicos no son suficientes. Si una trata de abordar el fenómeno del embarazo adolescente sólo desde lo social siempre va a fracasar. Hay que articular con lo subjetivo. ¿Qué le pasa a cada una de estas muchachitas? En España, donde el aborto es posible, muchas de estas chavalas son antiabortistas porque durante el embarazo se crea la ficción de totalidad y de sentir que tienen lleno su futuro. Pero la crisis viene con el parto. El problema está mal nombrado: no es el embarazo adolescente, es la maternidad adolescente.
Vos hablás de un fenómeno que también se produce en la Argentina que son los embarazos adolescentes buscados y no por accidente. ¿Cómo se pueden respetar los deseos legítimos de las adolescentes y, a la vez, ofrecerles otros proyectos de vida?
–Es muy peligroso hablar de deseo legítimo. Porque los deseos, en general, van en contra de las leyes, entonces lo de legítimo es casi una contradicción.
¿Creés que es un deseo que hay que respetar o reconducir?
–Por supuesto que hay que reconducir, porque la causa del embarazo adolescente es una equivocación: es pensar que una va a ser alguien porque tiene un hijo. ¿Si no tengo un hijo no soy nadie? Eso no tiene nada de legitimidad, es una estupidez grande como la copa de un pino. Por eso, hay que trabajar lo particular de cada sujeto y ver qué le ha pasado para caer ahí. Vivimos en una sociedad que está marcada por el consumo: tener es lo que vale y por lo que tengo valgo o por lo que no tengo ni valgo ni soy. A la vez, la sociedad de consumo exige que todos los objetos tengan fecha de caducidad –sean efímeros– para seguir consumiendo. A mayor discurso capitalista, más ganas de tener y ante no poder tener nada porque no tengo con qué, tengo un hijo que sí puedo tenerlo. Por lo que el acto rebelde de una adolescente al tener un hijo es decidir por un objeto que, al tenerlo, le dé identidad e, imaginariamente, no es efímero.
¿Por qué sí es efímero?
–Porque la maternidad adolescente casi no existe. Aunque los médicos, los educadores y las abuelas se empeñen en hacer mamás a las adolescentes, ellas tienen ganas de bailar o de escuchar el MP3. Las abuelas después se quejan de que no escuchan llorar al bebé. ¡Claro que no lo escuchan! No les interesa que el bebé llore. En mi experiencia con 74 madres adolescentes, una sola chica pudo, de verdad, sola con su hijo. Lo dejó en una residencia de menores durante dos años y después se fue armando y pudo recuperarlo. Pero hizo un tratamiento conmigo de los 15 a los 20 años. En las otras situaciones no fue posible sostener la maternidad si no tienen un adulto atrás.
Las mamás adultas también necesitamos respaldo de los padres, abuelas, empleadas domésticas, niñeras. No sólo las adolescentes necesitan ayuda en su maternidad...
–Una cuestión es que busques ayuda y otra es que no quieras hacerte cargo de tu hijo. Las adolescentes no quieren hacerse cargo de sus hijos y es que no deberían... No se puede esperar que a una chica de 15 años le interese su maternidad.
¿Por qué este fenómeno se da en países desarrollados donde existe una idea de futuro y, por ende, de realización de proyectos de vida para las jóvenes?
–En la Argentina se tiene una idealización de la vida en Barcelona. El concepto que estamos usando para definir los enormes bolsones de miseria y marginación que existen en el primer mundo es el de cuarto mundo. No he tenido ninguna paciente en la residencia maternal que hablase catalán. Todas eran hijas del exilio exterior –árabes, mexicanos, sudamericanos– o del exilio interior –gallegos, andaluces–, porque a una hija de la burguesía catalana o se la lleva a abortar o se contiene el embarazo en la familia.
¿Qué herramientas hay que implementar para prevenir el embarazo adolescente?
–Distribuir la riqueza. Las respuestas tienen que ser políticas. Es difícil pensar la prevención en este caso. En la película Nordeste, de Juan Solanas, una francesa viene a buscar un niño a la Argentina y se muestra una realidad por la que hay mucha gente a la que le debe convenir que las adolescentes tengan hijos en este país.
Hay un mercado de gente que quiere bebés y no puede tenerlos y eso genera negocios y tráfico de chicos...
–En la Argentina se abrió un registro nacional de adoptantes, pero hay muchas provincias que no se han inscripto que son, justamente, las de mayor tráfico de niños. Quiere decir que se está avalando a los gangsters, ¿no? Hay gente a la que le conviene que no haya ley de aborto y a la que le conviene que las adolescentes tengan hijos.
La contracara de la maternidad adolescente es la maternidad tardía. ¿Qué pensás de este fenómeno creciente?
–Este libro se llama Madres, no mujeres y en dos presentaciones dos personas lo presentaron como Mujeres, no madres. Es el capítulo no escrito de la cantidad de mujeres de entre 30 y 40 años que ni siquiera se están planteando la maternidad en pos de un feminismo mal entendido (“si siempre las mujeres fueron madres vamos a hacer la contraria...”), pero no se dan cuenta de que no pueden abandonar la posición de hijas y que al único ser al que pueden cuidar es a sí mismas con mucho narcisismo del gimnasio, las operaciones estéticas, los amantes y el prestigio profesional. Hasta que, como dicen en España, sienten que se les pasa el arroz y quieren adoptar. Es un cambio de posición para empezar a compartir todo lo que han obtenido de la vida.
¿Qué pasa con los padres?
–La masculinidad está en conflicto. Hay demasiados hombres-madre que no saben transmitir la ley simbólica y hacen las cosas que hacemos las mamás.
¿Pero la división entre la mamá que cuida y el papá que pone límites no responde a estereotipos de género?
–Por supuesto, de hecho en una pareja homosexual que adopta un niño esa función se ejerce desde cualquiera de los dos lugares. El asunto es que la función esté, pero lo que pasa ahora es que nadie transmite la ley simbólica.
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