Viernes, 16 de noviembre de 2007 | Hoy
LIBROS
Ahora que cada vez más las niñas pueden soñar con ser desde mineras hasta presidentas mirándose en el espejo de la realidad cotidiana, Mujeres de la sociedad argentina. Una historia de cinco siglos (Sudamericana), de Dora Barrancos, es una herramienta útil para poner en contexto esta irrupción de las mujeres revisando en su lectura las relaciones de género en América latina y también las luchas y los movimientos que abrieron caminos, aunque todavía haya que estar desbrozándolos continuamente ya que la historia no es lineal ni la equidad, como fácilmente se supone, es solamente una cuestión de tiempo.
Por Liliana Viola
Niños y niñas en la escuela, dentro de pocos años, leerán libros de historia en los que figuren presidentas, ministras de Economía, de Defensa o incluso de Trabajo. Deberán memorizar el nombre de líderes opositoras, sindicalistas, capitanas de la industria. Tal vez incluso, si los programas pedagógicos deciden exponer el grado de crueldad que alcanzó la invasión de Estados Unidos a Irak, niños y niñas, repasarán la imagen de mujeres soldado, como parte del team de la tortura.
En las primeras décadas del siglo XXI, cuando no se superaron todos los motivos que dieron nacimiento al feminismo y a los movimientos que surgieron después (en la Argentina más reciente, para sortear la Ley de Cupos que exige la presencia de una mujer como segunda en la lista, los partidos se fragmentan en varias boletas como atajo para los candidatos varones), una considerable cantidad de puestos clave en el entramado político de muchos países pronto estará ocupado por mujeres. Y eso, hojeando a futuro los libros de historia, no es lo más sorprendente.
Lo más sorprendente no está en esta franja de potenciales próceres o villanas sino en la ausencia de la sorpresa: “¡Ay, miren, aquí hay una mujer!”. Es posible suponer que las mujeres relevantes para la historia no aparecerán en cuadritos aparte con fondo coloreado y guirnaldas de rosas, ni al lado del telar, de la prole o del piano como fue inmortalizada Mariquita Sánchez a pesar de que sus salones sirvieron para hacer circular proyectos políticos, medir el pulso de las alianzas, calibrar posibles enfrentamientos; a pesar de que fue protagonista de intrigas políticas y mentora de la educación de otras mujeres de su clase. Incluso se puede suponer que ni siquiera las damas merecerán un lugar privilegiado por designio del marketing, de la corrección política o de la demagogia como el que se le dio a la maestra norteamericana Christa McAuliffe en 1986 en aquel fallido viaje en Challenger (esto no quita que en agosto de este año se lanzara al espacio Barbara Morgan, la segunda maestra astronauta, para dar un exitoso fin al episodio).
Entre estos libros del futuro –que van a la saga de los hechos– y los que hemos leído hasta ahora –que van de costado– sin duda queda suspendida en el aire una porción de texto –extensa bibliografía por escribir– que se preocupe por dónde estaban las mujeres en el transcurso de estos últimos siglos, o dicho de otro modo, por qué no estaban donde están ahora.
Un libro que acaba de aparecer, Mujeres en la sociedad argentina. Una historia de cinco siglos forma parte de esa bibliografía necesaria para completar la historia de nuestro país. A lo largo de este trabajo monumental que parte desde las civilizaciones precolombinas y llega hasta el presente, la socióloga Dora Barrancos se apropia de las transformaciones de los últimos años, que permitieron a la historia prestar atención a las relaciones entre hombres y mujeres. No se trata aquí de narrar una versión inédita ni completamente opuesta a las versiones conocidas. No aparecen mujeres demiurgas, no se postula la existencia de una sociedad paralela olvidada por los historiadores, ni una comunidad de magas, diosas o sabias escondidas por un villano en lo alto de una torre. Es otra cosa: el trayecto de una historia que ya ha sido relatada se ilumina con esta mirada consciente de las relaciones jerárquicas entre los sexos. Una mirada atenta, sobre todo en lo que respecta al siglo XX, a las numerosas y diversas maneras de participación que tuvieron las mujeres que ya en la década del ‘30 hablaban de la necesidad del divorcio y de sufragio femenino, que desde la beneficencia protegieron a otras mujeres mientras impartían el manual de la buena madre y esposa; avances y retrocesos en un camino que ahora se ve con mucha más claridad.
Este libro, que da cuenta de muchas paradojas, avanza contra supuestos compartidos incluso por análisis bien intencionados. Antes de que las mismas mujeres comenzaran a pensarse a sí mismas (es decir, antes del siglo XX), las razones de un mejor o peor posicionamiento en sociedad han sido fortuitas, muchas veces ligadas a los momentos más funestos. Barrancos señala por ejemplo, el dato de que en la época de la colonia, las esclavas consiguieron la libertad antes que los varones, hecho importante si se tiene en cuenta que el linaje de la esclavitud circulaba por vía materna. Esto se debió por un lado a que muchos hombres libres habían tenido hijas con esclavas, y por el otro a que entre un varón y una nena, esta última despertaba en los amos una mayor dosis de ternura. Muchas veces, los rasgos del estereotipo femenino –debilidad, candor, belleza– sirvieron como pasadizos para una situación un poco más favorable aunque no necesariamente duradera ni compartida por todas.
Las esposas o amantes de hombres importantes de la época de la Independencia suelen ser descriptas como lúcidas y muy bellas, cautivadoras no sólo del cónyuge sino de otros hombres poderosos que se dejan influir por sus encantos.
Para comenzar rompiendo clichés, Barrancos advierte ya desde el prólogo: “No puede decirse que la historia ignorara a las mujeres, sino que apenas la apreció mas allá de los círculos domésticos y de la esfera de la intimidad. Incluso en los historiadores fundacionales, quienes las vislumbraron como cooperantes, partícipes decisivas en situaciones de crisis, prevalecieron los signos que aún hoy conocemos: debilidad física, intelectualidad y moral, exceso de sentimentalismo”.
“Hay un tiempo en el que es necesario dejar las ropas usadas que adoptaron la forma de nuestro cuerpo y en el que debemos olvidar los caminos que llevaron a los mismos lugares.” Guiada por esta cita de Fernando Pessoa, Dora Barrancos presenta un importante cambio en el guardarropas de nuestra historia, comenzando por las comunidades originarias. A la idea bucólica de que en estas tierras antes de la llegada de los españoles reinaba un trato igualitario entre hombres y mujeres, Barrancos opone un panorama bastante oscuro: “Con ánimo en extremo relativista, el cedazo analítico no reparó adecuadamente en las diferencias jerarquizadas entre los sexos, más allá del presupuesto de lo que se creía una ejemplar complementariedad. Ni los antepasados incas ni las poblaciones actuales se privaron de limitar las prerrogativas de las mujeres”. Si bien es cierto que las mujeres tenían un lugar importante en la conjura de maleficios y que las diosas, fuente de adoración, regían el destino de todos, esto no tuvo ningún eco en las relaciones cotidianas. Para empezar, se aclara que no existió, como se creyó durante mucho tiempo, una sociedad matriarcal entre los incas. Entre los mapuches, el travestismo, tanto femenino como masculino, era muy común, de hecho las mujeres se visten de hombres para guerrear, se reparten con los hombres las tareas productivas. Entre ellos no existía la valoración de la virginidad que impusieron los españoles y se consideraba una deshonra que el huésped se negara a tener sexo con las mujeres que el dueño de casa le ofreciera. Los mocovíes se distinguían de otras etnias en que generalmente eran monógamos y para repudiar a la cónyuge había que esgrimir razones muy valederas. Los cronistas españoles destacaron la reiterada práctica del aborto y del infanticidio entre algunos grupos aborígenes, al punto de que los guayucurúes supuestamente se extinguieron por esta causa. Aunque las crónicas están teñidas de presupuestos y hasta de ficciones, la relación jerárquica entre los sexos no fue un invento español, en todo caso es algo que se agudizó con la invasión. Barrancos concluye: “El abuso sexual, el sometimiento por la fuerza de las nativas, constituyó un modo creciente de ser y existir en el nuevo continente. El mestizaje iberoamericano tiene la marca de origen de la violencia”.
Cuando Colón llegaba a América en su segundo viaje traía mujeres a bordo. No todas esposas de los expedicionarios ni tampoco prostitutas encargadas de aliviar los deseos masculinos, como se podría suponer. Se subieron a los barcos unas cuantas mujeres que buscaban fortuna, cambiar los malos aires, huir de la ley, armar una vida diferente. El caso de la monja lesbiana Catalina de Erauso, de la cual Barranco incluye una estampa, es emblemático: huyó del País Vasco luego de tornarse novicia y de un pleito amoroso en el que compitió con una monja importante a la que dejó golpeada en una riña. Travestida completamente de varón –se ha narrado que hasta consiguió hacerse una reducción de senos gracias a algún procedimiento que le habría indicado un entendido italiano– llegó a combatir en Chile con el grado de alférez y quedó en la historia como un verdadero héroe...
El flujo de españolas con estas motivaciones se hizo más extenso a partir del siglo XVI y en los años que siguieron. La adversidad, la hambruna, la necesidad de acomodarse al Nuevo Mundo favorecieron la aparición de mujeres trabajadoras tanto en el campo como en las ciudades, ocupando puestos que antes y después se consideraron exclusivamente masculinos. Las mujeres se ocuparon no solamente del cuidado de hijos ajenos, la enseñanza, la obstetricia, la prostitución y la costura sino que se les permitió abrir negocios (hubo desde pulperas hasta negociantes de cueros). No duraría mucho este estado de cosas. Pronto vendrían tiempos mejores: revolución e independencia.
“Todo lo contrario”, dice Dora Barrancos cuando analiza los cambios que se dieron a partir de 1810 en las relaciones entre hombres y mujeres. Aparecieron cambios importantes, pero estuvieron muy lejos de significar mayores derechos para las mujeres. La época de la Independencia significó para ellas, que en la centuria anterior se habían encargado de tareas consideradas masculinas y habían gozado de ciertas libertades, la reclusión en la formación de la familia y de la maternidad.
Se instala la burguesía, los varones conquistan mayor autonomía y las mujeres quedan relegadas a un lugar más recatado y subalterno. La figura de la mujer madre se forja a fuerza de manuales, instructivos, predicados científicos. Se divulga por un lado el ideal del amor romántico y por el otro continúan los matrimonios por conveniencia arreglados por los padres. El amor y el deseo son móviles que hacen que en esta época se destaquen muchas mujeres, ya sea en lo político como en lo social, intentando saltar las leyes, las vallas y la mirada patriarcal, que Barrancos aclara, era ejercida no solo por los varones y sobre las mujeres: “alcanza a hijos y también a quienes se consideren subalternos en la vida doméstica. No puede sorprender que las matronas, especialmente, mantuvieran un estado de vigilancia sobre las elecciones de las hijas. Seguramente en una enorme proporción, ambos padres acordaban sobre quién debería ser el cónyuge”.
Flora Azcuénaga, Bernarda Rocamora, María Buchardo, las mujeres que conforman la familia de Rosas, Camila O’Gorman, Pascuala Beláustegui de Arana, Mariquita Sánchez, son algunos de los tantos nombres que se destacan en este siglo como casos excepcionales. Las heroínas no arrastran el pensamiento ni el accionar de las otras mujeres, no cambian la visión que tanto ellos como ellas tiene de lo que debe ser. Concluye Barrancos: “Aunque a lo largo de los tiempos hubo contestación y reivindicación, no es hasta mediados de este siglo que se origina un movimiento ideológico y político que luego adquiriría la forma del feminismo”.
Más de la mitad de este libro está dedicado a un siglo que se lo merece. El siglo XX marca un punto de inflexión en este recorrido que hasta el momento no tuvo rumbo. Si lo narrado hasta aquí expone la historia de una sumisión y sus excepciones, ahora aparece un punto sin retorno: la mujer toma conciencia de sí misma. Este siglo potencia las contradicciones de siglos precedentes y consigue un acuerdo general a partir del cual ya no hay vuelta atrás. Las luchas, marchas y contramarchas por el sufragio, derechos varios, el divorcio, el control de la natalidad, permiten que estas páginas sean leídas como un libro de aventuras, sin pausas, sin respiro.
Las paradojas no están ausentes, y la figura de Eva Perón es una de las más destacables en este sentido. Barrancos señala que si bien por un lado los discursos de Eva imponían una imagen ultraconservadora de la mujer dedicada a amar al líder, por el otro pedía a las mismas mujeres –que significaron un gran apoyo al gobierno peronista– que abandonaran las tareas del hogar y dedicaran horas a la lucha, al trabajo por Perón.
La autora recorre el siglo XX recuperando episodios, grupos, movimientos, mujeres concretas, voces más o menos oficiales, destacadas o descalificadas. Cuando llegue el turno del gobierno de Carlos Menem, por ejemplo, destacará la postura antiabortista y más papista que el Papa que este gobierno llevó a la Conferencia de Beijing, le reconocerá la Ley de Cupos, pero como marco de estas políticas citará dos veces la voz de Zulema Yoma. La esposa que irrumpe en una reunión con dirigentes peronistas al grito de “No le crean a este mentiroso, ¡yo lo conozco muy bien!”. Y luego, la ex esposa que en plena campaña de ortodoxia antiabortista sale al ruedo confesando haber abortado una vez a solicitud del presidente.
Curioso, entretenido, documentado y serio, este trabajo de Dora Barrancos definitivamente se inscribe en esa bibliografía de la que hablábamos al principio, necesaria para entender el presente y también para que esta irrupción femenina de los próximos años no sea interpretada en términos de invasión extraterrestre.
Esta jujeña fue casada a los 13 años con un rico comerciante de 34 años. En diversas fuentes se sostiene que Pepita fue la mujer más hermosa de su tiempo, belleza que contrastaba con el aspecto y modales rústicos de su marido. Durante la campaña el marido se las ingenió para estar cerca de su esposa y hasta indultó a militares criollos condenados a muerte a cambio de que las fuerzas locales, que ya ocupaban Jujuy, permitieran que Pepita fuera a su encuentro. La pareja no dejaba de ser extraña. Por entonces escribía el general Tomás de Iriarte: “A la verdad, Dios me perdone, pero aquella señora no podía estar muy conforme con la figura de su estíptico marido, que era un mico sucio, viejo y asqueroso. Se hospedaron en casa todo un día y me esforcé en obsequiarlos de un modo correspondiente. Nunca podré olvidar que cuando fui a servir al Sr. Pedro Antonio de Olañeta y Mariategui, después de servir el plato a doña Pepa, me dijo aquel que no había necesidad, que siempre comían los dos en un plato, así lo hicieron y lo mismo para beber; me chocó mucho esa grosería, porque lo es en efecto, y muy chocante por cierto”. Es probable –acota Barrancos– que Iriarte estuviera al tanto de la conducta de Pepa y la exculpara. Ella no había sido fiel, se había enamorado de Mariano Necochea, a cargo de un grupo de ganaderos. Y vaya a saber cómo concilió las adhesiones disímiles hacia la causa criolla del amante y las realistas del marido. Es probable que los que estaban a favor de la causa celebraran los amores patriotas de Pepa. El amor con Mariano se extravió a causa de la guerra, y por su parte Olañeta murió cerca de Potosí cuando fue a sofocar la rebelión de las tropas realistas. Se ha sostenido que Pepa sufrió mucho la pérdida. La leyenda posterior, sin duda interesada, ensalzó su figura como la de una mujer que acompañó a su marido en todas las circunstancias y que crió a sus hijos de modo abnegado.
Es directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEG) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Como historiadora se ha dedicado a estudiar la agencia femenina y el feminismo en la Argentina, los conflictos y las revoluciones privadas llevadas a cabo por las mujeres, los movimientos sociales de principios de siglo, los movimientos socialistas y anarquistas, el rol de la educación en la historia argentina, así como aspectos de la historia política. En los análisis de Barrancos sobre las luchas feministas en la Argentina, las causas de mujeres sobre todo en cuanto a sus derechos políticos, no aparecen aisladas del resto de las luchas democráticas. En este punto, se establecen conexiones entre agencia femenina, rol reproductivo y familiar de la mujer y construcción del Estado de bienestar, o entre la crítica al populismo y totalitarismo y en contraposición, la agencia de las mujeres comunistas, socialistas, o liberales. Estudia la participación de mujeres en el espacio público y estatal en sintonía con la protesta pública y la petición de derechos.
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