Viernes, 16 de noviembre de 2007 | Hoy
INUTILíSIMO
Nadie mejor para hablarnos del savoir vivre a través de los siglos, la etiqueta de las cortes, la conversación en sociedad, los modelos de cartas, que los colaboradores del periódico Crapouillet, en su edición 19, dirigida por Jean Galtier Boissière y consagrada justamente a Les Bonnes Manières (París, 1953). Vale consignar que en la citada publicación se promocionan los manuales La courtoisie moderne, de André Fouquières (es decir, las reglas de urbanidad puestas al día por este “homme de monde numéro 1”) y también Le Savoir Vivre Internacional (“pour connaître et observer les belles maniêres à travers le monde”), libro éste que ha sido reiteradamente consultado por esta sección.
A continuación, algunos puntos imprescindibles para ser chic en distintas situaciones:
En el restorán. El hombre abre la puerta al entrar y pasa primero, la mujer lo sigue (al igual que al ingresar a un hotel). A la salida, se invierte el orden. La señora no se quita el sombrero, se sienta en el mejor lugar (sobre la banquette capitonnée) y jamás da órdenes directamente al maître, cosa que corresponde al marido, amante o amigo (sic), quien pide también los vinos y ayuda a la dama a ubicar su abrigo. Denotan falta de tacto los caballeros que leen el diario en la mesa o desarrollan una conversación familiar, bromas incluidas, con el personal de servicio. En cuanto a las propinas, el 10 por ciento exacto: ni el 12, ni el 15, ni el 20 (ostentación ridícula de nouveau riche). Nada de dar besos en el aire para llamar al garçon, basta una señal discreta al maître d’hôtel.
En los espectáculos. La puntualidad es la cortesía del público. Desde que se descorre el telón, silencio absoluto: ni susurros, ni crujido de celofán de golosinas. Esto rige tanto para el teatro como para las salas de cine, donde, desde que este arte se volvió parlante, mucha gente, al abrigo de la oscuridad, se pone a conversar como si estuviera en la sala de su casa. Hay que vestirse de gala para los viernes de la Opera. En los palcos, las damas ocupan la primera fila; los hombres, el fondo. No se debe dejar nunca solas a las señoras en este lugar: en el entreacto, si salen, los hombres deben conducirlas al buffet.
La vida de castillo. Ya casi no los hay con habitantes permanentes debido a problemas económicos y a que fueron bombardeados en la guerra. Pero aún quedan dueños de magníficas mansiones que reciben invitados que pagan su estadía, detalle que se disimula graciosamente con finos gestos por parte de los anfitriones: chez Philippe de Rothschild, el valet de chambre deja una botella de Mouton para el despertar. Por supuesto, las personas “invitadas” permanecerán en el castillo los días acordados, ni uno más. Y no deben limpiar los zapatos con las cortinas, ni con la colcha (sic), ni quemar las sábanas con cigarrillos. Hay que presentarse media hora antes del almuerzo, y luego del café es correcto retirarse para hacer una siesta, si los dueños no han dispuesto otro programa. Por la noche se impone la tenue de soirée a la hora de la cena.
Para que la visita al castillo cierre intachablemente, al partir —previendo un posible regreso— conviene dejar discretas propinas al personal y un agradecimiento escrito a los anfitriones —la llamada lettre de château—, e incluso enviarles alguna bagatela simpática, si se desea que la “invitación” se renueve.
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