Viernes, 16 de noviembre de 2007 | Hoy
ENTREVISTA
La mexicana Verónica Cruz Sánchez ha sido la primera mujer galardonada por la Human Rights Watch por su defensa del aborto legal.
Por Roxana Sandá
Clima de revuelo en el auditorio del Instituto Hannah Arendt. Gran número de mujeres y unos pocos hombres intercambiando pareceres sobre pronunciamientos iniciales de la presidenta electa, Cristina Fernández es letra caliente agitando ánimos de debate en la reunión abierta del Seminario de Filosofía Política Feminista que coordina su directora académica, Diana Maffia. La invitada para la ocasión es la mexicana Verónica Cruz Sánchez, 36 años, ganadora del premio Human Rights Watch por su defensa del derecho al aborto legal, entendido por primera vez como derecho humano fundamental de las mujeres.
–Por primera vez se colocó el tema del aborto como un derecho humano, y ése fue el gran asunto político del premio. El aborto es igual o peor que el genocidio, que la desaparición forzada de personas. Es también genocidio matar en forma silenciada a las mujeres todos los días. Fue importante poder decir esa frase en ese contexto mundial, cuando pareciera que vamos para atrás otra vez. “Todos los derechos para todas, todo el tiempo” tiene mucho que ver con el derecho al aborto libre, seguro y gratuito, por ser el tema en cuestión que nadie quiere mencionar, y hablar del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo es todo. Creo que ésa es la gran reivindicación feminista, en contraposición a lo que pretenden los grupos conservadores, que sólo quieren hablar de violencia familiar. No de lo sexual, de lo emocional, de lo económico o patrimonial.
–¡Es que para ellos no hay que darles todos los derechos a las mujeres, porque uno les da la mano y ellas se toman el pie! Nosotras decimos queremos todo y para todas y siempre. No derechos a medias, ni concesionados ni condicionados. Por eso decidimos empezar por el derecho más difícil de obtener: si logramos que las mujeres decidan sobre sus cuerpos, podrán decidir todo fuera y dentro de sus casas y para toda la vida. Es lo más complejo de lograr en esta cultura patriarcal, machista y misógina. Nuestra lucha es para todas porque también tiene que ver con una cuestión de clase, de ese decir “yo estoy bien” de las mujeres políticas o de mejores condiciones sociales.
–Y si no nos colocamos en el lugar de la subordinación, difícilmente vamos a entender la realidad de la que estamos hablando y sobre la que queremos trabajar. Les doy una noticia: todas estamos en el lugar de la subordinación sólo por ser mujeres. Si no entendemos eso, va a ser muy complicado: la lucha es para todas.
–No a los derechos fragmentados. No queremos que sólo sean moneda de cambio en lo político, en la negociación de una normativa fiscal por una ley de aborto. Pero también es hora de que las mujeres nos la creamos y hagamos cosas para que esto se concrete.
–Pero ese desinterés tiene que ver con la misma estigmatización que hace nuestra sociedad de esos temas. La gente no entiende y tampoco tiene toda la información sobre qué es el aborto, si en realidad es sólo una intervención médica como cualquier otra. Las políticas públicas, los políticos y las autoridades aprovechan muy bien las ocasiones para decir “el aborto es malo”, así nadie se mete en eso y porque finalmente ellos creen que hablándolo pierden votos. Al menos es así en México: la mayoría de los presupuestos van a lo que da votos.
–Digo: qué bueno que las feministas hemos logrado en tantos años de lucha muchas cosas; el tema es cómo lo vamos a tratar. La mayoría de las feministas son académicas o están mucho en lo que llamamos el mundo del cabildeo. Hay bastante de elite, pero muy poco de eso que nos hace falta al movimiento: base social. Es en la vida cotidiana donde el común de las mujeres, desde su relación con su marido e hijos, tiene que ir transformando, negociando, haciendo cosas para que pasen a la comunidad, al gobierno local, al Estado. Opté por estar con ellas y pensar juntas de qué manera cambiar realidades inmediatas para poder hacer las grandes transformaciones dentro de sus casas, dentro de ellas mismas y en el afuera. Así es como entiendo la movilización social.
–Debo decir que antes era muy intolerante, pero hace unos años, cuando ocurrió el caso de una joven discapacitada víctima de violación a la que la Justicia de Guanajuato le negó la solicitud a practicarse un aborto, empezamos a hablar una a una con las conservadoras, algunas incluso cercanas a áreas de decisión. Les preguntamos qué harían si fuera su hija y descubrimos que sólo repiten el discurso manipulador de la Iglesia o de sus maridos, o de su grupo partidario. No tuvieron la oportunidad de reflexionar y de pensarse como sujetas de derecho. En términos generales, todo el mundo puede dialogar sobre estos temas y sus consecuencias, y con las conservadoras hallamos más coincidencias en el tema de violencia doméstica. Obviamente, en la cuestión del aborto hacemos más acuerdos personales que de movimiento.
–Han sido aliadas para impulsar algunas cosas; de hecho cruzamos colaboraciones en un par de casas cuna que ellas dirigen. Se presentan tres opciones: la decisión de la mujer embarazada, dar en adopción o el aborto legal. Entonces, a las que llegan con nosotras y se deciden por la adopción, podemos indicarles una casa donde las reciben y las van a acompañar. Si a alguna de esas casas llega una mujer víctima de violación y quiere interrumpir su embarazo, nos la derivan. Otro caso es el del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), a favor de la familia tradicional, pero como saben que la realidad es diferente, de sus líneas telefónicas de asistencia nos derivan mujeres por temas de aborto.
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