Viernes, 29 de febrero de 2008 | Hoy
DEBATE
Elena Reynaga, secretaria de Ammar-CTA, se mete de lleno y con vehemencia en la discusión teórico-política que Las/12 viene promoviendo, a través de distintas voces, sobre la prostitución. Cada intervencióna lo largo del último año ha causado algún revuelo, ya sea porque alguna protagonista se reivindica como puta, porque otra no se resigna a serlo o, como en el caso de Reynaga, se hable de trabajo sexual y sindicalización.
Por Verónica Gago
El debate sobre la prostitución pone en juego las categorías fundamentales del pensamiento político. Pensamiento que en los últimos años se vio conmovido por nuevas formas de intervención y organización que hacen política más allá de las representaciones institucionales. Los dilemas de siempre recobran una nueva actualidad: ¿qué es elegir? O, en otras palabras, ¿cuándo se elige con libertad? ¿Qué es el trabajo? O, más precisamente, ¿todo trabajo se equipara en la medida en que su regla universal es la explotación? ¿Desde cuándo la dignidad es un atributo del trabajo? Pero también la discusión de la organización sindical y política sale a la luz: ¿es necesario construir identidad? ¿La unidad hace a la fuerza? ¿Qué significa la visibilización de lo que por mucho tiempo permanece negado? ¿Qué tipo de reconocimiento –institucional, social, político– se busca? ¿Qué relación existe entre la radicalización de una política y su capacidad de inventar nuevos lenguajes? A su vez, las polémicas feministas sacan cuentas con el debate sobre la prostitución: ¿qué significa hablar a las mujeres desde la condición de mujeres en situación de prostitución? ¿Cómo se genera el deseo como un privilegio masculino heterosexual? La complejidad de estas cuestiones tiene una multiplicidad de voces, de posiciones. Las/12 ha presentado varias. Elena Reynaga, secretaria de Ammar-CTA (que hoy cuenta con 3800 afiliadas en once provincias), exige su lugar en el debate. Se defiende y ataca al mismo tiempo: especialmente contra los cuestionamientos que ha recibido la noción misma de trabajo sexual en el último tiempo. Y advierte: “Para las mujeres que lean esta nota, la pelea no es contra nosotras sino que tiene que ser por nosotras. Porque siento que en estos años, cuando Ammar más crece, el movimiento de mujeres nos trata de invisibilizar. Y la verdad es que nos puede doler el palo de la policía, pero también nos duele que en el Encuentro Nacional de Mujeres hayan vaciado nuestro taller porque nosotras decidimos que se llamara ‘Mujer y trabajo sexual’. Si esto no es discriminación, si no es ejercer un poco el patriarcado contra nosotras, que me lo cuenten de otra manera”.
–Ustedes reivindican el trabajo sexual como trabajo digno. Sin embargo, esto genera una discusión intensa. ¿A qué le llamás trabajo y por qué lo vinculás con la dignidad?
–Me parece que siempre se confunde la cuestión de lo indigno. Para mí indigno es que los chicos sigan comiendo de la basura en un país tan rico. Indigno es que un médico de hospital público que tiene métodos anticonceptivos no los entregue a las mujeres gratuitamente, pero sí los venda en su consultorio privado. Yo digo que el trabajo en sí es digno: dignifica a las personas. Todo lo que hacés para sostener a tu familia, darle bienestar y educación, es digno. La dignidad no la pone el trabajo, el oficio o la profesión, sino las personas. Por eso te daba el ejemplo del médico: el trabajo de la medicina es digno, pero evidentemente algunos médicos no lo son. Esto es lo mismo. A nosotras nos molesta mucho cuando nos dicen que lo que hacemos es indigno: ¿por qué no puede ser digno un trabajo que a vos te da los recursos para educar a tus hijos y darles un futuro? Ya que muchas de nosotras –y no hablo sólo de las trabajadoras sexuales sino de toda una clase– no pudimos elegir, todos –hombres y mujeres, la clase obrera– optamos por determinados trabajos. Y obviamente nosotras estamos en la mira porque trabajamos con algo que se supone, sobre todo para la Iglesia, que debe usarse para procrear. Ni siquiera se nos dijo que era algo para que nosotras, las mujeres, tengamos placer. Me refiero a los genitales, la sexualidad o el sexo. Porque en todo caso yo la sexualidad no la uso siempre en mi trabajo, la uso a veces. Los genitales sí los uso siempre para trabajar, pero no la sexualidad.
–Un punto más de debate es en qué medida se puede hablar de opción. ¿Cómo entendés que se opta por ser “trabajadora sexual”?
–Nosotras peleamos por tener una sociedad mejor y por eso estamos dentro de la CTA. No se puede pelear individualmente. Se tiene que estar con otras organizaciones para tener un país realmente justo, igualitario, democrático, pero fundamentalmente equitativo. Ahí sí, en ese mundo, nosotras las trabajadoras sexuales y todas las obreras y obreros, todos los seres humanos que habitemos este país, podremos elegir. Porque elegir se puede cuando tenés una educación.
–Entonces, ¿no lo considerás una elección?
–Es una opción de trabajo como la de la señora que va a limpiar o como el minero. ¿A vos no te parece que si ese mismo obrero hubiese tenido oportunidad de estudiar, no habría preferido ser ingeniero? ¿O hubiese optado por morir a los 35 años, como es el promedio de vida en ese trabajo?
–Sin embargo, es difícil igualar un trabajo con una situación de prostitución, en la que la subordinación del cuerpo y la subjetividad al cliente es decisiva.
–¿A vos te parece que una señora que vive veinte años con un señor meramente por miedo, porque cree que no puede hacer cosas sola, no mete algunas cosas de su subjetividad también, que no pone el cuerpo? Me parece que la discusión la hacen otras, no la hacemos nosotras. Tampoco está cerrada entre nosotras. Pero a las trabajadoras sexuales nos echaron la culpa de todo. Cuando estuvo la sífilis, fuimos las culpables de su contagio. Cuando fue el tema de las separaciones, nosotras también fuimos las culpables de que los maridos dejen a sus mujeres, como si nosotras los fuésemos a buscar. Apareció el VIH y también fuimos las culpables. ¿Cuántas más culpas nos quieren poner? En todo caso, lo que digo es que hay una sociedad tremendamente hipócrita que mientras nos discrimina y no nos acompaña en los reclamos, se dedica a discutir qué debería ser de nosotras. Algunas personas que hablan de nosotras deberían primero preguntarnos. Por empezar: nosotras no hablamos en nombre de todas las mujeres, porque me parece que eso es soberbia. Nosotras hablamos de las compañeras que están en Ammar-CTA, que son mayores de edad y que están en este trabajo por consentimiento propio.
–Marcás esto para diferenciarlo de la discusión sobre la trata.
–Son cosas distintas. Nosotras hemos denunciado el tráfico de mujeres, pero a veces en soledad. Y no nos olvidemos que a una de nuestras compañeras le pegaron un tiro en la nuca. Sin embargo, muchas que todo el tiempo dicen defender los derechos de las mujeres no estuvieron con nosotras a la hora de pelear. Tampoco estuvieron en Mar del Plata contra todos los crímenes y desapariciones. Yo no veo a muchas de las que hablan del tráfico y la trata de personas en los prostíbulos donde nosotras sí estamos y muchas veces tenemos que mentirle al dueño para poder entrar, ver lo que está pasando y después denunciar. Eso es trabajar contra el tráfico, no sentarse frente a la computadora y elaborar hermosos documentos y libros. Las mujeres que dicen pelear por las mujeres son las que nos quieren poner a nosotras en el paredón. En vez de decir “chicas, acá estamos” y empezar realmente a ser democráticas.
–¿Por qué creés que esta unidad no se da?
–Porque empezamos a pensar y a decidir por nosotras mismas. Creo que ésa es una de las molestias que se tiene. Nosotras no somos intelectuales, muchas no tuvimos la suerte de ir a la escuela, sin embargo nos atrevimos a pensar, a soñar y a pelear por los sueños. Y eso parece que no se nos perdona. Fijate que en este país, en el Día Internacional de la Mujer, se les da un premio a muchas que yo nunca he visto peleando en el terreno por las mujeres. Sin embargo, a las que peleamos ni siquiera nos vienen a hacer notas. ¿Por qué? Porque no se pueden bancar que una negrita que vino de la villa, que no sabía leer ni escribir, que se paró treinta años en una esquina, se haya atrevido a soñar, a pelear y a dar la cara: a hacerse cargo de que vivió toda la vida. Yo me hago cargo y me siento orgullosa, profundamente digna de lo que hago. Jamás renegaré de haber vivido treinta años del trabajo sexual porque gracias a eso pudimos visibilizarnos en este país y derogar los edictos policiales y los dos artículos que penalizaban el trabajo sexual en Paraná. Gracias a todo eso, nosotras hoy estamos peleando por la despenalización en todo el país.
–¿Por qué te parece que la organización sindical es la adecuada?
–Tenemos una utopía porque peleamos por una sociedad más justa. ¿Cuál es la utopía nuestra? Que algún día ninguna mujer tenga la necesidad de pararse en una esquina para sobrevivir. No estoy diciendo que no haya más trabajadoras sexuales. Estoy diciendo que en un país donde realmente haya equidad, igualdad y democracia seguramente las mujeres no tendrán que ir a limpiar pisos, ni a un prostíbulo, ni pararse en la esquina obligadamente, ni hacer tantos otros trabajos que a muchas no les gusta hacer. Pero si hay mujeres que quieren seguir ejerciendo el trabajo sexual, que sepan que tienen una organización que las respalda y que este trabajo no es indigno.
–¿Cuál es la idea que ustedes tienen del cliente, del que paga por servicio sexual, que siempre es un eslabón intocado, disculpado?
–No sólo al cliente se lo disculpa sino al hombre en general. Fijate que las mujeres que se atreven a decir públicamente que son lesbianas son muy pocas y no es que no haya muchas. Sin embargo, la comunidad gay sí es muy visible. Además, se habla y discute de las trabajadoras sexuales, pero nadie lo hace respecto de los trabajadores sexuales hombres. No estoy hablando de las compañeras trans sino de los hombres. Esto también tiene que ver con una cuestión de clase. Porque, ¿a quiénes atienden los trabajadores sexuales? A la clase media y alta. No van a Constitución a esperar a don José, que viene con el bolsito de albañil. Andan con los jueces, diputados y otros funcionarios públicos. Pero, claro, como le dan servicios a la clase media-alta, está todo bien; y como son hombres, también se les permite eso. Este es un país muy machista.
–Ustedes no usan la palabra puta. ¿Por qué?
–Para mí, puta no es una mala palabra. Tampoco prostituta. Creo que somos las personas las que hacemos que las palabras sean malas porque depende de cómo vos me la digas. Tampoco ser negro es malo, pero depende de cómo la gente me lo diga. Tampoco ser judío, pero dependiendo del contexto en que te lo digan puede ser agresivo. Ser puta no es malo porque todos quieren tener una puta en la cama. Viste como se decía: “¡Ay, yo quiero ser una buena ama de casa, pero en la cama...!”. A mí me gusta la palabra puta, pero me gusta mucho más la palabra meretriz: es como más poética, más dulce.
–Al entrar a Ammar, ¿las mujeres intentan buscar otras formas de vida, es decir, iniciar un tránsito que les permita dejar la prostitución?
–En Ammar, como en toda organización, cada una hace varios procesos. Cuando entrás en Ammar, entrás con una carga de culpas muy grande. Decís de vos lo que la sociedad quiere que digas: “Me quiero ir de la calle porque me destroza”, etcétera. Luego empezás a hacerte un reconocimiento como persona: a querer darte cuenta que ni sos mala, ni pecadora, ni indigna, ni ninguna de esas cosas que nos metieron en la cabeza. Pero eso no se logra de la noche a la mañana. Si vos salís con el grabador a la calle y entrevistás a una chica que no esté organizada, te va a decir todas estas cosas que yo decía hace catorce o diez años atrás. Este es un tema que tampoco tenemos cerrado. Si te digo que no me gusta la hipocresía, tampoco te voy a decir que ésta es una discusión resuelta en la organización. Hace poco, en un encuentro nacional de trabajadoras sexuales, yo les pedí a las compañeras que me dijeran cuáles eran las ventajas y desventajas de ser trabajadora sexual. La principal desventaja, dijeron, es la violencia policial; pero también la violencia social e institucional, porque los jueces hacen justicia especialmente para ciertas personas. Pero no había muchas más desventajas. Cuando empezamos a hablar de las ventajas, en cambio, salieron un montón.
–¿Por ejemplo?
–La cuestión de la autonomía: es decir, que con este trabajo vos podés acomodar tus horarios. Fundamentalmente porque la mayoría de las trabajadoras sexuales son jefas de familia y la mayoría son solas. Digo esto para que la gente deje de pensar que detrás de nosotras siempre hay un fiolo. Los fiolos están en las comisarías y en los prostíbulos. El proxeneta real es la policía y el capataz es el dueño del prostíbulo: ambos son socios en las ganancias que les sacan a las mujeres. Con un trabajo en relación de dependencia no podríamos, por ejemplo, llevar a los chicos a la escuela: tendríamos que pagarle a alguien para que lo haga. Además te podés tomar vacaciones cuando querés y no cuando el patrón te da permiso. Y podés atender a quien vos quieras. Quiero aclarar: estoy hablando de las compañeras que están organizadas en Ammar-CTA, que la mayoría trabaja en la calle y por su cuenta, y no hablo de aquellas que trabajan en lugares cerrados, que también existen y con quienes estamos empezando un trabajo de hormiga.
–Dentro de la contabilización de ventajas y desventajas, ¿cómo se vive la relación con los hijos e hijas?
–Antes de estar organizadas, una se imaginaba que al decirles, tus hijos te iban a discriminar. Y nada que ver. Muchas veces, nosotras y todos los padres, subestimamos a nuestros hijos: ellos son mucho más inteligentes y rápidos que nosotros. Creemos que podemos mantenerlos en una burbuja, pero no es así. Tampoco obligamos a ninguna compañera a que les cuente a sus hijos. Insisto: creo que primero ellas tienen que hacer un proceso de autoestima, de valorarse ellas, para poder plantear la situación en sus casas. Fundamentalmente porque vivir mintiéndole a alguien a quien se ama es muy doloroso. Cuando una lo puede decir y ves que tus hijos te apoyan, es como tocar el cielo con las manos. Es lo que me pasó a mí, que tengo tres hijos y tres nietos, y a la mayoría de las compañeras. Mi hija hoy es una militante de la CTA, como tantas otras hijas de otras compañeras. Nosotras la semana pasada estuvimos haciendo prevención en el Obelisco con nietas y nietos, y yo quiero que la gente empiece a ver esa verdadera foto de nosotras: una trabajadora sexual abuela, o madre, que va al mercado, que se levanta temprano a atender a sus hijos. Es la foto contraria a la de la historia, que nos quiere congelar paradas en una esquina.
–¿Qué pensás de la posición abolicionista sobre la prostitución?
–Creo que hay una falta de respeto cuando se debate sin que estén las partes involucradas sobre la mesa. Cuando en el Congreso se debate el tema de tráfico de personas y están las que hablan “en nombre de”, a mí me parece una falta de respeto. Cuando hay debates sobre prostitución deben invitar a las mujeres que están en situación de prostitución. Hasta que las protagonistas no estén presentes, yo no les creo a esos debates. Sólo participé en uno, al resto no nos invitan.
–¿Vos estás en situación de prostitución actualmente?
–No, ahora no. Porque honestamente no tengo tiempo, pero no es que reniego. Por eso te digo que no pierdo mi identidad. No te voy a decir que soy “ex”: soy trabajadora sexual. Y estoy orgullosa de mi identidad, de ser la persona que soy. Yo no cobro salario de la organización, lo que hago es un acto de militancia. Mi salario lo paga la coordinación de un proyecto que ejecuto a nivel regional. Parte de ese salario lo dono a la organización. Creo que la organización nacional y regional valora lo que tengo para dar.
–¿Cuál es tu relación con el feminismo?
–Yo soy feminista. Hay feministas que hablan de mí como si yo no lo fuera. ¿Qué es ser feminista? ¿Trabajar en defensa de los derechos humanos de las mujeres? En catorce años lo he demostrado con sudor y lágrimas. Si pararme en la esquina a pelear con comisarios, ir a sacar a mis compañeras detenidas, lograr la derogación de los edictos policiales, haber pagado esta lucha con el asesinato de una compañera, no es defender los derechos humanos de las mujeres, entonces que me cuenten qué es.
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