Viernes, 29 de febrero de 2008 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
En 1967, un lord inglés, séptimo conde de Longford para más datos, recibe el pedido de visita de una presidiaria, asesina de tres niños en complicidad con su novio, y decide ir a verla y atender sus necesidades. La naturalidad y buena disposición con que este hombre va a la cárcel a encontrarse con una mujer condenada a perpetua y repudiada por la mayoría tienen su explicación: Francis Aungier –Frank para familiares y amistades– Pakenham, más conocido públicamente como Lord Longford, hijo y nieto de militares de la aristocracia que abandonó el ejército en los tempranos ’40, nacido en 1905 y muerto en 2001, tenía desde la década de los ’50 la costumbre de visitar a presos y presas. De igual a igual, pedía ser llamado Frank, inspirado en una genuina caridad cristiana, esa virtud que en la iglesia católica oficial, como anotaba Leonardo Castellani (El Evangelio según Jesucristo, 1957), “¡Cuán oprimida y rala está...! La misericordia está falseada”.
Lord Longford –periodista, escritor, profesor de Oxford, integrante de la Cámara de los Lores– se había convertido al catolicismo y había ingresado al laborismo bajo la influencia de su adorada mujer, Elizabeth Harman, Lady Longford a partir de 1931. La pareja tuvo dos hijos y dos hijas: una de ellas, Antonia Fraser, novelista e historiadora, autora de la magnífica biografía de la última reina de Francia (María Antonieta, Edhasa, 2006) sobre la que se basó Sofía Coppola para su personal versión cinematográfica de ese personaje. A su vez feminista como su madre, Fraser eligió hacerse católica muy joven y es una constante defensora de los derechos humanos, orgullosa de la militancia de su padre, que “parecía vivir siempre en campaña, muy valiente, no temía ser ridiculizado”, según declaró en Página/12 a Andrew Graham Yooll (11-8-03).
Magistralmente actuado por Jim Broadvent, un intérprete que se borra detrás de su personaje y hace creíble el paso de tres décadas a lo largo del relato, Lord Longford es el protagonista de una lograda producción inglesa, que se está pasado actualmente por HBO. El telefilm abarca la etapa en que este señor con la fe de los conversos, muy pegado a la línea evangélica del amor al prójimo, se relacionó con la asesina Myra Hindley, creyó en su arrepentimiento y trató de darle una mano pese a las críticas de mucha gente cercana y al rechazo generalizado que provocaba la presidiaria, alentado por medios amarillistas. Longford es una realización de Tom Hooper, responsable, entre otros trabajos, de la más que correcta adaptación televisiva de la novela de la escritora George Eliot Daniel Deronda (que también se puede ver en estos días por Europa Europa) y del episodio 6 de la serie Prime Suspect.
Evitando con apreciable rigor los peligros de la hagiografía –es decir, esas vida de santos intachables–, el telefilm de Hooper muestra a su complejo personaje en diversas facetas: excéntrico, inocentón, bondadoso, un poco torpe, perseverante, de una coherencia conmovedora y un corazón siempre abierto, dispuesto a ayudar y a perdonar. Un tipo clemente, que se identificaba con la desgracia ajena y actuaba en consecuencia. Aparte de dirigir diversas sociedades de ayuda en temas de salud y empleo a niños y jóvenes y de abogar empecinadamente por la reforma de las cárceles, Longford creó la organización Puente Nuevo en los ’50, dedicada al trato directo con los/as presidiarios/as. El mismo, personalmente, visitaba al menos a un/a preso/a por semana.
Esa conducta que llevó a algunos a calificarlo de “santo tonto”, Longford la mantuvo cuando le llegó el pedido de Myra Hindley. Frente a la oposición de su mujer, que calificó de monstruo a la condenada, el entonces líder de los Lores le respondió suavemente: “No discrimino a quien ayudo. Ningún ser humano merece ese epíteto ni está más allá del perdón”. Es que Longford creía de verdad que en cada preso o presa visitaba a Jesucristo. Así fue que se movilizó para que la asesina, que llevaba varios años de buena conducta y aseguraba haber sido corrompida por su novio, fuera considerada para salir en libertad condicional. A pesar de las sombras tremendas que echa sobre ella, con pelos y señales, Ian Brady (el otro asesino, una actuación estremecedora de Andy Serkis), Longford vuelve a ayudarla cuando la pasan a otra cárcel en condiciones indignas, por haber intentado escaparse con una guardiacárcel. Más aún, lo hace en compañía de su esposa, Elizabeth, ahora convencida de que Myra es discriminada por ser mujer.
Que Samantha Morton es una actriz prodigiosa no es novedad. Pero su rendimiento en este telefilm pasa todas las barreras: sin caracterizarse ni deformarse (sólo cerca del final, enferma, aparece con semicalvicie), pasa de ser una chica algo turbia, de mirada huidiza, a transfigurarse en un ser moralmente temible que le dice con un relámpago en sus ojos negros al viejito quebradizo Longford, de más de 90: “Si hubieras estado en el páramo a la luz de la luna cuando fue el primer asesinato, sabrías que la maldad también puede ser una experiencia espiritual”.
Longford, hoy a las 12,05 y el lunes a las 21.15 por HBO.
Daniel Deronda, el martes 4 a las 14.50 (cap 1) y a las 16.25 (cap 2), por Europa Europa.
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