Viernes, 14 de marzo de 2008 | Hoy
VIOLENCIAS
Florencia Pennachi es estudiante. Este año cumplirá 28 años. Pero el presente de estas frases es forzado: hace tres años que nada se sabe de ella y entonces hablar en pasado sería igual de discordante. Durante los primeros días de su ausencia, desde la Policía Federal, se cargó sobre ella la sospecha. Ahora sus familiares sólo creen en una línea de investigación, la sinuosa línea que dibuja el mapa de la trata de mujeres.
Por Roxana Sandá
Lo que ocurrió el día de la desaparición de Florencia no fue algo planeado. Que de una vez por todas se deje claro que no se fue por propia voluntad. La única realidad es que ella no está y la línea de investigación que hoy seguimos es sobre trata y tráfico de personas.” A tres años de la desaparición de Florencia Pennachi, su hermano, Pedro, aún siente que debe dar explicaciones para despejar cualquier halo de sospecha que borronee la imagen de esa joven que el próximo 21 de septiembre cumpliría 28 años y que este domingo a las 17 será recordada en un acto en Parque Centenario, en reclamo de su aparición con vida.
Parco, de una voz que exige aguzarle el oído, Pedro es el único familiar de Florencia que habla de lo que todavía le cuesta nombrar, pese a los tres años transcurridos desde el 16 de marzo de 2005, cuando su hermana salió con lo puesto y sin documentos del departamento que compartían en Güemes al 4700, en Palermo, y nunca regresó. “Perdí esa sensación de inmediatez, eso parece que fue ayer. Ya no tengo la desesperación que me invadía en la primera época. Pero también sé que no voy a cerrar esta historia hasta que ella aparezca, viva o muerta.”
Su madre, la médica neuquina Nidia Pennachi, fue el rostro más ausente durante los últimos años. Como hicieron con la imagen de su hija, que alguna vez empapeló las calles de Buenos Aires, se habló mucho de esta mujer que tacha los días con una depresión profunda. “Vive con una sensación de melancolía muy grande. No sé cómo explicarlo; mi madre sufre una especie de derrotero. Es muy difícil expresar lo que siente en palabras.” En buena medida por operaciones informativas dudosas que dejó caer la policía, de los Pennachi se dijo que eran “raros”, que mantenían pésimos vínculos familiares, que los hermanos se trenzaban en fuertes peleas, que la chica tomaba pastillas, había sufrido brotes neurológicos y se relacionaba con personajes turbios. Silvina Bergmann y Lilén Díaz, dos de sus mejores amigas, suelen definir esa época de infierno mediático como una metodología “para embarrar la cancha revictimizando a las mismas víctimas y desviar la investigación de aquellos que se llevaron a Florencia. Porque una persona no puede borrarse de la faz de la tierra de la noche a la mañana, como ocurrió con ella. Es una irresponsabilidad institucional muy grande sugerir que Florencia se fue por voluntad propia”.
La experiencia demuestra que la fábrica de estigmas se pone en marcha cuando pretenden repeler el esclarecimiento de los hechos. Ocurrió en su momento con Miguel Bru, Andrea López, Marita Verón y Julio López, por nombrar algunos casos emblemáticos. A Florencia Pennachi intentaron endosarle torpemente una vida de dudosa reputación, para distraer la vista de lo que a esta altura es inocultable: la continuidad nefasta de la desaparición de personas en la Argentina. “Después de lo de mi hermana y de lo que pasó con Julio López, ya no me sorprende nada”, reflexiona Pedro.
Al día de hoy, no podría decirse que la causa que se tramita en la Fiscalía Nº 23 de la Ciudad, a cargo de Marcelo Retes, está parada. En todo caso, y de acuerdo con las palabras que escogió un operador judicial, “va lenta”.
–¿Cómo se traduce esa lentitud?
–Que la Justicia va a dos por hora. Es horrible –explica Pedro–. La fiscalía no trabaja muy bien, pero por lo menos no pone palos en la rueda para investigar. Se están moviendo, pero a partir de los datos que nosotros les aportamos.
–¿Qué tipo de información les llega a ustedes?
–Van surgiendo llamados telefónicos y denuncias anónimas. Son personas que dicen haber visto a Florencia en prostíbulos de diferentes provincias. Pero hasta ahora las búsquedas o los allanamientos que se realizaron no dieron ningún resultado. Llegamos a buscarla en el sur del país, en un barrio dedicado por entero a la prostitución –Pedro no lo afirma, pero se trata del barrio Las Casitas, en Santa Cruz–. No tuvimos suerte.
–¿Cree que Florencia está en manos de una red de trata para explotación sexual?
–Creo que su desaparición está relacionada con estas redes. Pienso que son las únicas con poder para concretar estos hechos, sin dejar el menor rastro de la víctima. Y además sólo las redes de trata y tráfico podrían sacar tajada de una desaparición como la de Florencia.
–¿Qué determinó que durante el último año su madre se pronunciara por un silencio marcado con respecto al caso?
–Decidimos iniciar una etapa más silenciosa en la búsqueda porque surgieron líneas que estamos revisando, y no queremos distraer a la fiscalía. Pero también todo esto alteró mucho a mi madre: ha recibido amenazas y tiene miedo.
–¿Qué tipo de amenazas?
–Llamadas anónimas advirtiéndole que se cuide y que dejemos de buscar a Florencia.
“El hilo conductor es siempre el miedo y la violencia contra las mujeres, entendiendo que trata y prostitución son caras de esa misma violencia. La situación se va agravando a lo largo del tiempo porque no sólo involucra a adultas, sino a niñas y adolescentes. Es necesario que como sociedad tomemos una posición y empecemos a hablar de esta problemática”, sostiene Fabiana Túñez, coordinadora general de la asociación civil La Casa del Encuentro, una de las 26 organizaciones que encabezan la campaña nacional “Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución” y que desde el 3 de abril de 2007 marchan al Congreso en reclamo de justicia para las víctimas de trata en la Argentina.
–El caso Pennachi pone de manifiesto la indefensión de los familiares a la hora de buscar respuestas, con la particularidad de que le ocurrió a una mujer de clase media en un barrio acomodado de la Ciudad de Buenos Aires.
–Habla del grado de impunidad de las redes. No las detienen condiciones sociales ni puntos geográficos. Y evidentemente los familiares se encuentran luchando solos. Por eso creo que movilizaciones como las que realizamos todos los meses ayudan a accionar en conjunto porque, sin duda, poner la cara enfrentándonos a esas redes mafiosas, que viven amenazando a las familias de las víctimas, no es sencillo. Pero caminamos hacia una exigencia al Estado de justicia para los responsables y sus cómplices: que los proxenetas no entren por una puerta y salgan por otra.
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