“No es bueno que la mujer esté sola”, parecen pensar con espíritu bíblico las compañías de productos de limpieza. Y tal vez tengan razón, quién sabe. Pero eso no las impulsa a incluir dentro de la típica escena de la mujer fregona a algún simpático consorte que solícito seque los platos o que le de besitos en el cuello mientras la pobre lava. Tampoco aparece ningún hijo, hermano, primo, marido o lo que fuere que le cuente chistes y le converse para pasar el rato. El único que irrumpe en el universo estrecho de la señora que lava los platos, es un hombre dibujado, Mr. Músculo. Una suerte de súper héroe que llega para paliar, no la soledad ni la situación penosa, sino la torpeza constitutiva de la dama. Porque siempre aparece cuando ella está ahogándose en un vaso, poniendo cara de idiota cuando se le tapona la pileta o cuando se da cuenta de que le llenaron el horno de grasa. Mr. Músculo llega con su autosuficiencia, da un par de indicaciones y sale corriendo. Dan ganas de preguntarse, ¿para qué vino?; ¿qué dijo?; ¿qué hizo? No se entiende muy bien.

Detrás de toda mujer que lava hay un hombre que hace la fuerza (sólo a un hombre se le puede ocurrir que se necesitan músculos para lavar los platos) y se retira inmediatamente.

Podríamos afirmar que si algo hace Mr. Músculo es generar la intriga: ¿dónde se va tan apurado? No me digan que va a otra casa y después a otra a ejercitar la misma payasada. ¿Sí? Qué monótona la vida del súper héroe de las amas de casa...Se entiende entonces que herido en su masculinidad, el Mr. Músculo que comenzó con gafas de intelectual y un cuerpo proporcionado y bastante estilizado, se haya convertido en esto que es ahora: una víctima del mandato metro sexual, esclavo del gimnasio y visiblemente adicto a los anabólicos. Vaya una a saber también cómo se las arregla para construirse ese bulto inverosímil que ostenta tras su cada día más apretado disfraz.